Se nos fue el "Feo". Poco educada de manera de decirlo, pero el bueno de Eli Wallach se inmortalizó con un personaje memorable apodado de dicha manera, el caza-recompensas Tuco, metido de lleno en una alianza-rivalidad con dos tipos con tan pocos escrúpulos como él (interpretados por Clint Eastwood y Lee Van Cleef. El film, El bueno, el feo y el malo (1966), se convirtió en un clásico dentro del género del spaghetti western. Wallach era un actor de raza con una larga y fecunda carrera (además, ha fallecido con la envidiable edad de 98 años), aunque siempre se le recordará por su entrañable y tampoco busca-vidas en aquellos desiertos almerienses.
Parece conveniente que Amarcord honre a uno de los símbolos de aquel salvaje Oeste hablando de una de las películas menos mencionadas de la interesante carrera de Álex de la Iglesia, 800 balas (2002), un verdadero testamento cinematográfico a aquella atmósfera tan única. En no pocos casos, muchos puristas del venerado western de la gloriosa etapa clásica (Sam Peckinpah, John Ford, etc.) se tiraban de los pelos ante aquella adaptación del viejo texto de los venerados maestros. Los héroes habían dejado de ser tan limpios, las armaduras blancas pasaron a ser ponchos cubiertos de polvo, la frontera con la villanía era muy difusa y el realismo de hitos como El hombre que mató a Liberty Valance o Fort Apache se desvirtuaba con epopeyas en poblados fantasmas, tiroteos súper-heroicos y las hiperbolizaciones.
Si recuerdan las personas más veteranas en el seguimiento de este pequeño espacio, ya se ha hablado aquí en alguna ocasión de esta obra. Sin embargo, este domingo lo va a hacer desde otro enfoque. No se trata tanto de hablar del argumento, si está mejor o peor llevado, alguna anécdota del rodaje, etc. Nada de eso. En realidad, más bien se trata de un pequeño tributo a algunas reflexiones que sigue suscitando a las nuevas generaciones de espectadores.
Una de las mejores cosas de esta recuperación de la esencia del spaghetti wester es su sentido homenaje a quienes forman parte de las miserias y dificultades del rodaje, pero que no disfrutan, como afirma el personaje interpretado por Sancho Gracia, convertido en el doble Julián, de la gloria y fama que alcanzaron protagonistas como Clint Eastwood, héroes en la pantalla que además se revelaron como extraordinarios intérpretes y, en el caso del veloz pistolero, director de prestigio.
Extras, figurantes, montadores, ayudantes de dirección, encargados de la logística... Mucho de eso transmite el poblado de Texas Hollywood, un monumento roído por el paso del tiempo y el ocaso de este tipo de producciones cuando dejaron de ser rentables. No cuesta pensar que un día determinado por allí pudieran haber pasado nombres como Wallach, Van Cleef o Raquel Welch, futuros astros en ciernes que se expusieron a las balas de ficción de aquellos rifles inacabables.
Un recuerdo de los días de gloria, un relato entre lo fascinante, lo grotesco, lo oscuro y lo deslumbrante, como es el propio cine del cineasta vasco, una mezcla de tragicomedia oscura y gusto por lo grotesco. Lo curioso es que, pese a sus defectos, todas las pelis los tienen, consigue generar un cariño increíble por estos individuos de otra época, indios, dueñas de salones, jugadores de póker de fortuna y duelos falsos cara al Sol. Especialistas obsesionados por parecer realistas, aunque se dejen dientes, cuerpo y el alma en una caída que apenas serán tres segundos en el montaje final, sin poder ser reconocidos ni por sus familiares.
Honestamente, creo que al falso feo le hubiera gustado mucho este film, especialmente cierto falso cameo final de un rubio compañero. En cierto modo, 800 balas invita a recordar que todo es un esfuerzo colectivo, que un tipo debe decidir que es divertido presentarse a un casting y que un señor llamado Sergio Leone decidiera que había encontrado al último miembro de su triunvirato.
Curiosamente, volvió a coincidir caminos con uno de sus viejos socios, Clint Eastwood, quien volvió a recurrir a él para un film de una oscuridad y calidad extraordinaria, Mystic River. Ambos debieron compartir anécdotas de aquellos Julianes que encontraron en la otra punta del mundo, algunas de ellas ya recogidas en un libro colectivo muy ameno, ¡Clint, dispara!: La trilogía del dólar de Sergio Leone.
Y es que hay géneros que nunca mueren. Una tarde calurosa de verano que no haya nada que hacer se antoja un aburrimiento fácilmente eludible. El DVD está allí esperando y Tuco, el Rubio y cierto malvado sargento se dispondrán, una vez más, a contarnos ese cuento que nos gusta tanto...
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