La vida es una competición donde muchos se empeñan en no ver términos medios. Ganador o perdedor. Triunfador o fracasado. Éxito o fracaso. Incluso, se toma prestada la cita de una serie fantástica para recordar que, cuando se juega al juego de tronos, o se vence o se muere. No obstante, de vez en cuando algunas cosas nos recuerdan que hay muchos colores grisáceos en el monopolio del blanco y negro. Curiosamente, Robert Rossen decidió rodar en ese tono un film muy especial, The Hustler (1961), aunque el color ya se estaba imponiendo. Una apuesta arriesgada, aunque exitosa, se llevaron el Oscar a mejor fotografía.
El trabajo que hoy nos ocupa, más conocido en España como El busca-vidas, es una de esas películas que alcanzan la categoría de clásico. En verdad, tiene todos los ingredientes. Supuso un paso adelante en la carrera de Paul Newman, quien empezaba a estar cansado de su etiqueta clon de Marlon Brando o James Dean, justo a tiempo para coger un papel difícil que no le encasillase. Eddie Felson, apodado en la mesas billar de Estados Unidos como "relámpago", fue una bendición para una carrera que se tornaría legendaria.
Probablemente, nada sea más agradecido para un buen actor que un perdedor o, mejor dicho, alguien que pone en tela de juicio el feliz mito de la tierra de las oportunidades, esa obligación de ser felices que llevaba a Tony Soprano a afirmar que los norteamericanos eran unos niños mimados y a Arthur Miller a escribir ese réquiem de la feliz clase media que es Muerte de un viajante. El personaje de Newman encarna a un pícaro jugador de fortuna, experto en desplumar a incautos que se crean mejores que él, aunque algo en su carácter hace que su talento con un taco de billar sea una mera forma de malvivir y derrochar arrogancia.
De cualquier modo, si alguna persona peregrina aún tiene la fortuna de nunca haberla visto y duda visionarla por no saber nada de una mesa de billar, debería ser conveniente recordarle que el film de Rossen, basado en la novela original de Walter Tevis (escritor de talento y biografía también repleta de luces y sombras), habla de mucho más que este deporte. De hecho, las bolas 8 al rincón son una excusa para sortear muchas trabas morales y censoras, convirtiendo a los tacos de billar en el atrezo idóneo para explorar cosas que pocas veces se habían insinuado con anterioridad en Hollywood.
Entre otras, una historia de amor al desuso, la mantenida por Eddie con una escritora frustrada, encarnada por Piper Laurie. Pelirroja cuya fama había surgido en el mundo a través del género de sand and boops, al igual que Newman, era un actriz joven deseosa de encontrar algo que la pudiera alejar de los clichés. Los egoísmos, inseguridades, inestabilidades y miedos solitarios que ambos poseen, cimentados bajo una botella de whisky (no estamos tan alejados de Días de vino y rosas), alumbrados por una pareja con mucha química y que narran el desamor sin pasión, la pasión sin amor y las frustraciones de dos desconocidos compartiendo habitación y sábanas.
Una historia de chico conoce a chica atípica, original y veraz, la cual ya justificaría la entrada, pero que además es apenas la antesala de una re-versión del mito de Fausto, conforme Eddie intenta descubrir lo que le falta para ser un triunfador en su arte, justo cuando se compara con "El Gordo" de Minnesota, un legendario jugador que, probablemente teniendo menos talento que él, es capaz de mantener la compostura en el peor antro de billares o en jugadas bajo presión. Para sorpresa de muchos, el escogido para encarnar a la Némesis del antihéroe, fue Jackie Gleason.
Gleason, célebre estrella de la televisión norteamericana, apenas aparece 20 minutos durante el metraje, aunque su presencia inunda todo el drama. Su carisma, excelente presentación y la humanidad de la que le reviste su portador, quien además era un extraordinario jugador de billar en la vida real, hacen que aún hoy en día sea considerado por mucho uno de los mejores personajes secundarios del séptimo arte. Buscando derrocar al soberano, Eddie se decidirá a embarcarse en el negocio al máximo con el "entrenador" de su adversario, Bert.
George S.Scott, extraño y heterodoxo intérprete, pero con un carisma innegable, ejemplifica al mentor que necesita Felson para superar su provincianismo en la gran ciudad y sus complejos para ganar, pero el precio se irá revelando terrible. El extraño triunvirato que el omnipresente representante empieza a inundar con su presencia, se embarca en un viaje donde la victoria tendrá precios terribles. Los sobre-entendidos y las pintadas en los espejos, las miradas y los gestos, sirven para superar lo que la moral de la época no permitía decir, aunque se intuye extraordinariamente...
Bert encarna a la perfección a una persona que necesita tener a un campeón cara al exterior, pero un perdedor para convivir con él. Una disyuntiva que ha llevado a muchos a seguir pensado que El busca-vidas, antes que un film sobre los peligros de la competición o una trágica historia de amor es, ante todo, una película noire.
Como fuere, sus extraños embrujos siguen hechizando a generaciones de espectadores... Eso y un prodigioso elenco de secundarios escudando a un triunvirato dorado de protagonistas; permanezcan atentos a la pantalla, algún toro salvaje podría aparecer...
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