Hay momentos en los que todos lo pensamos. Las injusticias cotidianas en el trabajo, la cola del súper-mercado, la falta de educación del vecino del quinto... Cada cual tiene su válvula de escape que permite evitar cruzar aquella frontera que tenía el personaje de Michael Douglas en Un día de furia. Sin embargo, a veces el limes queda violado de una forma inesperada, hay una pequeña chispa que lleve a una persona concreta, un día determinado, a decir que ya... basta.
Breaking Bad es la historia de uno de esos tipos. Afortunadamente, se trata de una ficción televisiva, una muy afortunada inversión de la caja tonta, la enésima demostración de que se trata de un medio rico para explotar parcelas inexploradas por la ficción, con horas y horas de desarrollo, su gran ventaja sobre el metraje de una película. Protagonizada por Bryan Cranston (el inefable padre de Malcolm y el mejor jefe que nunca tuvo Ted Mosby), las seis temporadas del show son ya objeto de culto para toda una generación de espectadores que ya están barajando resucitar una vieja blasfemia.
Por ahí ya pasaron Los Simpson, Los Soprano, The Wire, etc. "La mejor serie nunca hecha", "Si no las has visto, ¿qué demonios has hecho con tu vida?". La calidad lleva al fanatismo, la calidad excepcional, lleva al fanatismo más absoluto. Pasando por alto la dificultad de comparar programas de épocas y géneros distintos, entramos en unas fronteras terriblemente subjetivas al tratar de terminar hasta qué punto es justo potenciar a una sobre otra.
Esa devoción provoca un efecto colateral del que no tiene la culpa la obra. Puede pasar hoy en día con fenómenos de masas como Juego de Tronos o Walking Dead, cuyos aficionados (entre los que me incluyo) somos, a veces, unos pesados vendedores de puerta a puerta, pregoneros de biblias en temporadas y que terminan generando unas expectativas que no podrían cumplirse ni aunque la serie se hubiera hecho a medias entre Martin Scorsese y Alfred Hitchcock. Debería confesar que ese efecto se produjo en mí a la hora de ver Breaking Bad, la historia de Walter, un profesor de química de instituto, pluriempleado para mantener a su mujer embarazada (Anna Gunn) y su hijo, Walter Junior, un chico con problemas de discapacidad (RJ Mitte).
Sin embargo, durante la estancia en cierta capital portuguesa (como se dice en los cómics, ver números anteriores), el tráfico de pendrives con capítulos de series, me permitió al fin darle una oportunidad a la tan cacareada obra maestra. Habiendo visto únicamente la primera temporada, desde el alejamiento de las faltas de expectativas, uno puede comprender mejor los muchos puntos fuertes y atractivos que atesora la creación de Vince Gilligan y sus asociados (Michelle MacLaren, George Mastras y un distinguido etcétera).
La ruptura que propone este relato es un cruce de fronteras sin punto de retorno. Cuando a Walter le diagnostican cáncer, una enfermedad que, tristemente, quien más y quien menos conoce porque le haya tocado a sus seres queridos, le lleva a una lógica angustia, sumada de la perfecta consciencia de que su, probablemente, futurible muerte, va a dejar una viuda con dos hijos que alimentar, uno de ellos con problemas de salud también. Cualquiera que conozca minímamente el sistema de sanidad de los Estados Unidos puede imaginar por qué la calculadora va a sufrir en ese hogar.
La búsqueda de una nueva fuente de ingresos para los suyos lleva al protagonista a pensar en las noticias que le da su cuñado, Hank (Dean Norris, quien ejerce el papel del marido de la hermana de la mujer de Walter, interpretada por Betsy Brandt), policía anti-droga y que constantemente cuenta la gran cantidad de dinero que incauta su brigada. Por una coincidencia, acompañado en una ocasión a Hank y a un colega suyo, el profesor descubre a un antiguo alumno (Aaron Paul), quien se dedica al oficio de camello a pequeña escala.
Debido a su buen conocimiento de la química (de hecho, su carrera es bastante frustrante en ese aspecto, ya que de joven parecía la clase de científico que inventaría algo revolucionario o sería parte activa de algún laboratorio que optase al premio Nobel), Walter convence a su antiguo pupilo de que él podría ayudarle a fabricar una droga de calidad, pura y con menos gastos de producción. Tornado en una especie de Vatel de los cristales, el dueto extraño empieza a funcionar; aunque Walt se propone sacar la pasta suficiente para garantizar el futuro de los suyos y dejarlo, empiezan a relacionar con tipos realmente peligrosos y, tanto su vida como la de su socio, empieza a salpicar a todo su núcleo familiar y de amigos.
Dotada de unos elementos tragicómicos muy singulares, alternando humor negro con verdaderos y eficaces dardos al sistema donde vivimos, Breaking Bad es la clase de serie en la que uno debería iniciarse por un feliz hallazgo casual, zapeando una aburrida tarde de domingo y diciendo, ey, esto parece interesante... vamos a darle una oportunidad.
"Solo hace falta tener un mal día para que el hombre más cuerdo del mundo enloquezca. Solo un mal día"- A.Moore, La broma asesina.
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