Hay muchas maneras de ir, pero todos los caminos terminan llevando a esa pequeña isla dentro de la ciudad de Lisboa, como si no fuera mucho con ella el paso del tiempo y el día a día. Belém vive aparte, aunque, por supuesto, forma parte de la capital portuguesa. Se añora una línea de metro que la conecte directamente, mas quizás sea parte del encanto. Tal vez precisas paradas bajo tierra le darían cierta normalidad de la que pretende alejarse, ¿qué mejor que subir hacia arriba en uno de esos tranvías tan característicos de la cidade?
Con resonancias neotestamentarias en su nombre, Belém es uno de los enclaves más encantadores del entramado urbano lisboeta. Su Torre se adivina de inmediato se llega, promesa de que se entra en una tierra de descubridores, donde se custodia el legado de un pasado digno de ser recordado. La sensación portuaria y una fortaleza marina que no sorprendería encontrar como diseñada para guarida de David Jones para una nueva secuela de la franquicia de Disney. El concurrido goteo de turistas es constante, independientemente del día de la semana, pero si se va en sábado o domingo, el tráfico aumenta hasta niveles muy considerables.
La estatuas de la Biblioteca Nacional recordaban a algunos de los literatos más celebrados del país, dando una sensación de apacible lectura bajo una buena cafetería con su terraza para los días soleados, mientras que los monumentos a los descobridores rezuman el deseo de mirar más allá de la Puesta de Sol. Historias de viajes increíbles y distancias que en aquella época eran casi sobrehumanas, riquezas de las Indias, carabelas desafiando a los elementos... y también Leyendas Negras, recuerdos de los asientos negreros y las tropelías de la conquista. Una época donde la península en general y, los marineros lusos en particular, supusieron un giro de proporciones épicas a lo que se consideraban las rutas marítimas.
Frente a frente, estas construcciones orgullosas se miran frente a frente con el Monasterio de los Jerónimos, otra de las visitas imprescindibles en el islote luso. Aquella extraña alianza tan omnipresente, que se lo pregunten al genovés?/castellano?/portugués?/catalán?/extraterrestre?mujer travestida? llamado Cristóbal Colón; qué dependientes fueron aquellos lobos de mar de fortuna de esas avispadas órdenes religiosas que sabían muy bien a dónde iban. El lugar tiene varios imperdibles.
Hay tantas sensaciones como visitantes de museo. No obstante, sin saber muy bien por qué, una de las imágenes que más quedaron fijas en mi cabeza fue la tumba de Vasco de Gama. Viajes a las Indias para volver al lugar de origen. Una figura que hubiera podido ser un perfecto personaje de Robert E.Howard: corsario, navegante, aventurero, saqueador, asesino... dispuesto a pisar con sus botas los reinos enjoyados de la tierra. Pero no era ficción, aquella epopeyas repletas de claroscuros prosperaron bajo reinos como los de don Henrique El Navegante, era salvaje y civilizado, unas potencias en constante desarrollo y oscuridad...
El paseo marítimo, si el tiempo respeta y es soleado, tampoco tiene desperdicio. Hay varias marisquerías, obviamente, aunque el imperio también llega hasta aquí. Si hay uno en la plaza de Hanoi o frente a la Mezquita de Córdoba, ¿cómo no iba a haberse establecido la M de otros exploradores? Efectivamente, el McDonald tiene asimismo su hueco en Belém. Se lo digo porque es una gran referencia para saber que, justo en la otra acera, está la famosa pastelería de la que cantan os trobadores.
Como orgullosamente indica su cartel, el negocio resiste desde 1837, ahora y siempre, al invasor del mercado y la competencia. Los originales, solamente pueden ser adquiridos en la propia guarida de los descubridores. El enclave tiene esa reputación del boca a boca que de vez en cuando bendice a algunos centros hosteleros, provocando gigantescas colas que podrían desanimar a más de uno... Un truco, teniendo en cuenta que mucha gente pide para llevar, es aguardar conseguir una mesa, se tarda mucho menos de lo que parece, para degustar los pastelitos con una buena bebida (si bien, como muchos tengamos la misma idea, se acabó el invento).
"Hay que ir dos veces: Una para verlo y otra para despedirse de Belém", me dijo una compañera de residencia. No podía andar más acertada. Apuntada queda en la agenda la segunda visita y ese ticket para quedar bien con familia y amigos, un puñado de pastelitos pueden ser la lleva para cumplir de manera inmejorable.
A fin de cuentas, una más de las paradas obligatorias de uno de los secretos mejor guardados de Lisboa, ese lugar que va aparte, aunque suene a villancico...
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