Si cada maestrillo tiene su librillo, cada viajero tiene su manía, tradiciones, extrañas cábalas que suele cumplir allí donde se encuentre... Una de ellas es realizar un día de ruta librera, trasteando y "bicheando" (modo cordobés on) en las diferentes tiendas del nuevo lugar donde se encuentra. Sin embargo, no se alarmen y no pongan aún los detectores gafapastas y esnobs con luz roja, que, entre callejones Diagon y estanterías, la propia Lisboa muestra que hay algo más que negro sobre blanco...
En primer lugar, para ir a este senderismo urbano, si es con amigos mejor. Albergo los mejores recuerdos del "triángulo freak" de la Ciudad Condal, con las mejores tiendas de cómics posibles en España, también de una encantadora librería de viejo en Oviedo, por no hablar de alguna gigantesca bookshop en Londinium con varias plantas... No obstante, quizás no sea tanto por los sitios, que también, sino porque la compañía es la que convierte el momento en valioso. Así que con un buen socio, quien además ejerce de generoso anfitrión en la capital lusa, nos pusimos manos a la obra en la zona del Chiado, dividida en alto y bajo, rodeado de unas iglesias muy bonitas, acompasadas con ruas comerciales que dan mucho colorido al lugar.
La primera de la lista es Bertrand Livreiros, la cual luce con mucho orgullo ser la más antigua de la ciudad, remontándose al siglo XVIII. El negocio tiene sucursales en otros lugares de la cidade (por ejemplo, los macro centros comerciales de Colombo), pero si solamente se puede hacer una visita, es mejor ir a la original. El apellido galo del lugar no es casual.
No fue la única, aunque hoy por su antigüedad y propios méritos es la más reconocible para los lectores que se dejan caer por sus variadas secciones, en un largo pasillo donde a derecha e izquierda se van abriendo varias temáticas. Fueron bastantes los libreros franceses que se afincaron en suelo portugués, lo cual quizás, mera conjetura, haya ayudado al exquisito gusto que tienen en sus secciones de cómic por lo franco-belga. Están los clásicos: Tintín (no pude encontrar esos paradigmas de lo políticamente incorrecto que son Tintín y los soviets y Tintín en el Congo), Astérix, el inefable Gastón El Gafe (a quien en España quizás conocemos menos por que vive a la sombra de un hermano bastardo muy querido, El botones Sacarino)... Una auténtica delicia, si bien de los nuestros, únicamente Mortadelo sobrevive, lo cual esperemos vaya siendo subsanado en el futuro.
La deformación profesional podría eternizar el tema, afirmando las muchas cosas de cristâos novos e Inquisiçâo, mas basta decir que la sección de Historia pasa con nota. De entre los iconos, sobresale la figura de Fernando Pessoa (cuya antigua casa también se puede visitar, en un peregrinaje a uno de esos artistas casi desconocidos para sus coetáneos, pero cuya grandeza se revela posteriormente y perdura en el recuerdo de una forma imborrable), cuya característica estampa es omnipresente. Una estatua suya escuda la entrada a la Biblioteca Nacional de Lisboa, flanqueado por otros primeros espadas de las páginas lusas como Gil Vicente, un recurso escultórico que recuerda mucho al que se podía observar en su tocaya madrileña.
Esta Biblioteca Nacional se encuentra en el complejo de Campo Grande, gigantesco y en zona muy universitaria, pero fácil de combinar con las líneas de metro. El mismo día que uno entra se puede hacer socio, con una sala de lectura muy acogedora y bastante personal para explicar las dudas, si bien, como ocurre en este tipo de instituciones, uno tiene la sensación de poder estar invadiendo el pentágono si comete el error de no dejar en la taquilla el periódico (aunque nada es comparable al caso de la Biblioteca Nacional Española, un sitio fantástico, pero donde los lectores parecen sospechosos habituales por los controles de súper-agente 86 que deben superarse para entrar).
Otro lugar a citar en ese entramado, no podía ser de otra forma, es el magnífico Arquivo Nacional de la Torre do Tombo, cuya impresionante fachada es solamente la presentación a un extraordinario fondo, con salas de consulta, de microfilms... así como de un espacio dedicado simplemente para trabajar o conversar. El nivel del archivo es excelente, si bien quizás sus técnicos sean más puntillosos de lo que estamos acostumbrados en España a la hora de juzgar un documento en mal estado (me gustaría verles con algunos legajos que tenemos por aquí, que calificarían de zona cero), pero el nivel general es muy bueno y se trata más que correctamente a los usuarios.
Una ruta que exige varios altos en el camino. Si trastean por las estanterías del Xiado, no es mala idea hacer una parada en A Brasileira, una de las cafeterías más emblemáticas del lugar, que transmite un aroma que podría haberse encontrado en el café de doña Rosa o en el mítico Gijón. Negocio casi siempre atestado, si se logra mesa, se puede disfrutar de una exquisita taza y tiene varios caprichos para los más dulceros. Relativamente cerca, un poquito más abajo, hallamos la heladería Santini, enésima confirmación de que los italianos guardan tres secretos como nadie (cómo hacen la pizza, cómo fabricaron a Sofía Loren y qué narices le echan a sus helados para que sean tan irresistibles). Otra imprenta con raigambre, funcionando desde 1949.
"Leio e abandono-me, nâo à leitura mas a mim" -F. Pessoa. (Tranquilos, aún no ha invadido al blog el gafapastismo más brutal, lo leí en un anuncio a la entrada).
No hay comentarios:
Publicar un comentario