Como escribíamos ayer...Bueno, en realidad, Amarcord lleva cierto tiempo en un respetuoso silencio. No obstante, el blog vuelve a la carga en una etapa muy especial, aprovechando la oportunidad de conocer mejor una de las ciudades más interesantes de Europa: Lisboa. Durante los próximos meses, nos sumergiremos en una serie de entregas donde intentaremos explorar las muy diversas perspectivas que brinda la capital portuguesa. Con motivo de que este año se disputará un evento deportivo de la talla de la final de la Champions League en el Estádio da Luz, este domingo es una ocasión inmejorable para bucear por algunas de las interesantes páginas que brinda esta construcción.
Si Roma tenía El Circo Máximo, las ciudades del siglo XXI poseen su propia versión de Coliseos urbanos, aunque bastante hemos mejorado, teniendo en cuenta que los gladiadores son 11 contra 11 y el pulgar nunca toma un rumbo definitivo... como mucho, algún abucheo. Sin embargo, pasando de la anécdota y los tópicos, una entidad deportiva como la del Benfica nos permite comprender muchas cosas del pasado de un entramado urbano... Adentrarse en las líneas de metro en fin de semana liguero, marca una clara diferenciación, que merengues y colchoneros podrían identificar sin problema. Los corazones futboleros de se dividen entre los muchachos Sporting y las águilas que comparten los afectos de la cidade.
Precisamente esta semana se vivió el derby de la ciudad, saldado con un triunfo por 2-0 del Benfica, resumido en el popular diario A Bola con la sentencia del míster Jorge Jesus: "Nenhuma equipa joga a nossa". Lógicamente, menos satisfecho estaba su colega Leonardo Jardim, quien hubo de sufrir el golazo de Enzo Pérez a sus pupilos. El partido, como ocurre en tantos otros sitios, sobrevive en las tertulias, las cafeterías y los míticos tranvías lisboetas a lo largo de las siguientes jornadas, aunque queda mucho y la alegría va por barrios. Y hay enemigos deportivos como el Oporto, que siempre están rondando el campeonato. Pese al triunfo y la impresionante sensación que se tiene cuando uno sube hacia el estadio por los murales de las águilas, hay cierta sensación de augusta melancolía deportiva, que flota incluso en el bien poblado museo de la institución...
Y es que la daga esta reciente, pese a ser lanzada en la década de las 60 por el mítico entrenador Béla Guttmann, originario del imperio berlanguiano de Austria-Hungría. Aún está en la memoria de las aves su agónica derrota en final europea frente a los blues de Chelsea. Bien está que se puede perder cuando las fuerzas están parejas, pero es que desde que Guttmann protestó por su no aumento de sueldo y despido, dejó la sentencia de que su franquicia no volvería a ganar una final continental en los siguientes años. Bicampeones de Europa, pocos aficionados podían pensar que aún hoy en día haya seguidores que acuden con flores a la tumba del talentoso y rencoroso Béla para pedirle que retire su sortilegio.
Un repaso al brillante CV de uno de los equipos más clásicos del Viejo Continente, nos hace sospechar que el azar de los penalties frente al PSV Eindhoven (1988) y el talento de Frank Rijkaard (1990), entre otros motivos, fueron las reales causas de que el maldecido conjunto se quedará en la línea de meta en varias ocasiones, ahogados en la orilla de sus ambiciones deportivas. Guttmann, viejo zorro, no cometió el error de incluir en su hechizo el territorio nacional, donde los suyos siguieron brillando. De cualquier forma, un dato que no se suele comentar cuando se resucita el histórico despido es que el astro-húngaro afirmaba que ningún conjunto luso se alzaría con un entorchado europeo en los siguientes años. Fallo en este particular episodio balompédico Nostradamus al que los supersticiosos que acudan al estadio deberían aferrarse.
Distinto sería afirmar que para volver a los días gloriosos, más que a un exorcista, sería necesario que surgiera otro Eusebio. En ese "paraíso del consumismo más radical" que es el conglomerado de centros comerciales de Colombo, como un buen amigo me comentó, es visible una camiseta retro entre tantos Cristianos, Messis y otras estrellas del momento: es una equipación que durante mucho tiempo se vinculó a una pantera humana: Eusebio da Silva Ferreira. Tristemente desaparecido hace poco tiempo, el jugador que logró romper la hegemonía del poderoso Madrid de Alfredo Di Stéfano y eclipsar en una segunda parte a O Rei Pelé seguirá vivo en el recuerdo de todos los aficionados a este deporte, no únicamente los portugueses.
La cita a Colombo no es nada casual, de hecho, una de sus salidas de metro ya indica perfectamente cómo salir directos al estadio de las luces. Los fumadores, atrincherados a un espacio reservado para ellos, cerca de las escaleras mecánicas que dan a las salas multicines de películas en versión original, pueden disfrutar, entre tanto humo, de la mejor vista panorámica del lugar donde este 2014 viajará La Orejuda. La proliferación de restaurantes, tiendas FNAC, videoclubes, liberías... es demasiado fácil dejarse tentar por la lluvia para caer en este monumento capitalista, aunque un pequeño destello de Sol nos devolverá la tentación de salir a seguir explorando la bella capital.
Mientras, una búsqueda caprichosa entre estanterías lleva a ver como ya están presentes las primeras figuras de Eusebio, quien aparte de un artillero excepcional (más goles que partidos disputados en el campeonato portugués), es un perfecto exponente de diversas realidades. Nacido en Mozambique, una de las antiguas colonias del país (como el caso de Angola, sin ir más lejos, presencia constante en sus trabajos históricos y también una fuerte presencia en la cosmopolita red urbana), "La Pantera" fue un exponente y símbolo para muchos, debido a los más diferentes motivos.
Y no es que el panteón sea escaso, pero de entre todos los astros, el crack de Mozambique tiene un lugar muy especial, en una memoria que traspasa la rivalidad de los colores. Incluso cómics son visibles, acerca de un súper-héroe en el césped que levantaba partidos en las segundas partes como si fuera un Julian Ross, a veces, con su mera presencia y generando pánico en vanguardia y guardametas. Aquel goleador de ébano que abroncó a sus compañeros en pleno Mundial por recurrir a la deleznable táctica de acribillar a patadas al mejor jugador de la selección contraria: Pelé. Fue el año en que llevó a los suyos a una histórica tercera plaza en el torneo Mundial.
Uno de los libros tiene una portada inquietante, no hacen falta muchos conocimientos de portugués para reconocer a su protagonista: Antonio Salazar. El dictador se encargó, como siempre hacen las figuras de la autocracia cuando encuentran un éxito deportivo que exportar al mundo y tapar sus vergüenzas en muchos otros campos, de enseñorear a los héroes del Mundial y al Benfica campeón. Una asociación que daría problemas a sus exponentes, especialmente el talento de Mozambique, a quien Salazar vetó en sus posibles salidas.
Campechano y popular entre compañeros, rivales y público, Eusebio se limitaba a contestar en una época donde no se podía hablar de determinados temas: "Mi política es el balón". No le fue mal con esa filosofía, pero cuánto se hubiera podido disfrutar en otra coyuntura. Suelto el libro con la matrícula tomada, pues está muy bien que se profundice en cosas tan aparentemente triviales como el deporte, pero que nos sirven de recuerdo de épocas pasadas que no están tan lejanas en el tiempo.
En vísperas de arrancar los octavos de final de Champions, sin presencia lusa, se echarán de menos nombres clásicos del campeonato como Oporto, Sporting... por supuesto, Benfica. La alegría va por barrios y ahora el alemán (la mítica frase de Lineker revuela como otra profecía axiomática no demostrable pero indudable) predomina. No obstante, volverán los buenos tiempos y los Futres y cía llevarán a estas escuadras y otras del país a disputar finales como la que vivimos en el Estadio de la Luz...
Y, cuando llegue ese día, estoy seguro de que el bueno de Béla y Eusebio brindarán en algún lado por que se rompió el maleficio... porque cuando las maldiciones se trunca es porque nunca existieron realmente.
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