domingo, 16 de marzo de 2014

SIX FEET UNDER LISBON (IV ENTRADA LISBOETA)


Los objetos más inesperados pueden generar los más hermosos sonidos. Una versión hiperbólica de Salieri, en la excelente y metafórica Amadeus (1984), describía una de las piezas de Mozart como la apertura de una caja oxidada, reflejo de un ritmo inesperado y extrañamente atractivo. Con una vieja lata y un puñado de cucharas metálicas, un hombre recorre el vagón del metro portugués, mostrando una habilidad notable para generar un tono pegadizo y de eco rotundo. Bienvenidos al universo underground de Lisboa. 



Creyendo que iba a ser un inicio original para esta entrada, buscando alguna referencia del personaje, quien se maneja con una soltura pasmosa entre línea ferroviarias, pese a su invidencia, descubrí que el artista callejero era toda una celebridad que ya había llamado la atención de otros viajeros precedentes. Nada nuevo bajo el Sol, aunque cada visitante pone su ojo y oídos a lo que le interesa. Siempre he afirmado que la mejor versión que he escuchado de una canción maravillosa, No woman, no cry, se la oí a un improvisado guitarrista londinense a la salida de una parada céntrica. La calidad puede estar en los lugares más insospechados... incluso a dos metros bajo tierra. 



Durante más de medio siglo, el sistema de metro de la capital lusa ha permitido mantener conectadas las diferentes partes de su ciudad, mediante cuatro líneas. Se sigue echando en falta una conexión a Belém, islote aparte que mencionamos en entradas anteriores. No obstante, al margen de esa incomunicación, muchísimos de los puntos claves pueden recorrerse por este sistema. De un extremo a otro, con suerte en las conexiones, no debería tardarse más de media hora escasa. 



Hay zonas que reflejan una tremenda creatividad a la hora de bautizar los entramados: Campo Grande, Campo Penqueno y Entre Campos. Más allá de lo fácil que es confundirse, ya que no se indica nada en los rótulos que invite a pensar en campus universitario, esta línea presenta salidas espectaculares como la bella praça con un monumento a la Guerra Peninsular (1808-1812). Acto de generosidad de nuestros vecinos, quienes nos engloban, mientras que nosotros optamos por la vía independiente a la hora de definir esa Máster Class que España y Portugal brindaron al Duque de Wellington para aprender cómo cauterizar las muchas virtudes de los mariscales de Napoleón. Un pequeño y curioso libro, Las líneas de Torres Vedras, recuerda una de esas "clases" con Massena, reflejo de las crueldades de los demonios de Ares y que Bonaparte inmortalizó con su frase: "En toda Europa solamente hay dos generales capaces de cometer esta atrocidad. Wellington y yo. Por eso ha ganado"



Ecos de sables al margen, la seguridad de este metro es muy notable, funcionando de forma eficaz desde las seis y media de la mañana hasta las una de la madrugada (aunque el viajero debe tener en cuenta que algunas bocas cierran antes, mas ninguna antes previo a las nueve y media). Recomendable para quien vaya a estar más de una semana, la adquisición de la tarjeta de navegante, la cual funciona durante un mes, es renovable y aplicable a otros medios de transporte (impagable poder subir a los barrios altos en tranvía).  



Quizás el mayo perigo sea la sensación de lata de sardinas que invade a cualquiera en las horas puntas. No puede dejar uno de recordar la empática frase del marqués de Leguineche, quien cruzaba una berlanguiana puerta del Sol con su coche de caballos para protestar: "¿Por qué no irá esta gente en metro, que dicen que es comodísimo?". Esnobismos atávicos al margen, hay partes muy cuidadas, como la estación del Colegio Militar, decorada con bonitos azulejos, cuyas baldosas amarillas llevan a la tierra mágica de Oz del capitalismo: el gigantesco Colombo, también ya citado en el blog (apenas cuatro entradas, una ciudad gigantesca y ya nos repetimos). 




Con subidas por escaleras mecánicas como las de la parte alta del Xiado, tenemos una boca que lleva con relativa facilidad al Bairro Alto o espléndidos miradores, con simpáticas terrazas para tomar algo y observar lugares como el Castillo de San Jorge, a una vista de águila que, en un día soleado, hace mucha justicia al lugar. 



Hay muchas maneras de abordar una visita, pero no es descabellado afirmar que un buen mêtro, bien vale una misa...  

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