domingo, 12 de mayo de 2019

LA ÚLTIMA FLECHA


En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Cuando Mark Millar y Steve McNiven plantearon una distopía terrible del universo Marvel donde las escuadras de villanos habrían exterminado a la gran mayoría de sus antagonistas, colocaron el foco en un retirado Lobezno. Corría el año de 2008. La historia fue llamada El viejo Logan y pronto se ganó un lugar en el corazón de la comunidad lectora, gracias a ser una trama intensa, auto-conclusiva y que recordaba mucho a la obra maestra Sin perdón (1992). A ese apocalíptico desierto donde vivía el mutante de las garras y que se asemejaba a la estética Mad Max se lo conocía como Los Baldíos.  



Con la excepción de la interesante idea de traer al curtido canadiense al presente marvelita de la mano de Jeff Lemire y Andrea Sorrentino, ningún equipo creativo de la editorial se atrevió en los siguientes años a volver a poner la atención en ese futuro tenebroso. Nadie esperaba que, en caso de volverse a contar algo de Los Baldíos, el encargado fuese a un guionista del que por entonces se sabía más bien poco: Ethan Sacks. Sin embargo, tenía un carcaj plagado de buenas iniciativas que surgían de una lectura minuciosa del trabajo de Millar.  El Viejo Logan tuvo un secundario de lujo: un Clint Barton invidente que, pese a todo, estaba convencido de poder revertir la penosa situación que llevó a figuras como Cráneo Rojo a la presidencia de los mismísimos Estados Unidos.



Sacks decidió que su mini-serie contaría acontecimientos situados cinco años antes de que la antigua Arma X decidiese volver a ser el mejor en su trabajo. En el apartado gráfico dispuso del dibujante Marco Checchetto, una elección perfecta por su trazo a lo spaghetti western, elegante a la par que realista. El color de Andres Mossa acompañaba perfectamente el tono más adulto de la producción, titulada de forma elocuente El Viejo Ojo de Halcón, doce números destinados a convertirse en hitos dentro de la trayectoria del arquero.  


Como buena epopeya del Oeste, hacía falta un pistolero rival a la altura. En un mundo al revés, no resulta extraño que Barton sea el forajido y un antiguo asesino como Bullseye se revista de las insignias de marshal. En principio, podría parecer que no pegan mucho, pero las motivaciones son certeras tal y como están planteadas. Mejorado con tecnología punta, el legendario adversario de Daredevil conserva su destreza y un mortal aburrimiento porque desde un duelo en las cataratas con Matt Murdock no ha vuelto a vérselas frente a un enmascarado. La anomalía que presenta un Ojo de Halcón vuelto de la nada es muy atractiva para un psicópata que, al fin, vuelve a sentir que hay una presa digna de tal nombre.



Esa trama principal está sabiamente aderezada con ricos detalles que permiten gozosas relecturas. Los nombres de los enclaves por donde pasan, una banda de Madrox absolutamente desquiciada y cierto simbionte van haciendo acto de presencia mientras descubrimos que un glaucoma está consumiendo al ex Vengador. Antes de perder por completo la vista, pretende hacer un último hurra que nos conecta con Red Dead Redemption: "visitar" a sus antiguos socios, los Thunderbolts, quienes jugaron un papel decisivo para que la oscuridad cayese sobre la Edad Heroica.



En cualquier de sus versiones o etapas, Clint Barton ha sido un firme defensor de las segundas oportunidades. Ya fuese El Espadachín o Natasha Romanoff, pocos han creído en la capacidad de reconducirse con la fuerza del lanzador de flechas. Y, de la mano de Kurt Busiek y Fabian Nicieza, el antiguo grupo criminal de los Thunderbolts fue su gran apuesta personal, convertirse en el líder de unos forajidos a los que él daría la misma oportunidad que Iron Man hizo con él. De ahí sus ansías de un último encuentro con aquellas personas a las que confío la vida de sus aliados, tal como se refleja en un número 7 espléndido, dibujado con mano maestra por Ibraim Robertson.


Las coreografías son lo más alejado que podemos esperar del género superheroico. Una antigua carpa de circo, un convento de clausura, fábricas a punto de cerrarse, etc. No hay gloria en estos duelos que dejan algunos instantes espectaculares y que no saciarán las ganas de revancha de un Clint Barton irreductible pero sin respuestas. Su diálogo con Melissa Gold sería digno de Robin y Marian (1976). Y al final del camino le espera el Barón Zemo, el hombre que antes suya lideró a los Thunderbolts con propósitos muy distintos al altruismo. Para llegar al aristócrata estratega, Ojo de Halcón se verá obligado a pedir alianza con su antigua camarada, Kate Bishop, la cual da una presencia que hace subir enteros a la saga. 



Bishop y Barton siempre han funcionado muy bien juntos (recordar la mítica época de Fraction y Aja), tienen química y marcan un relevo generacional clave en la dinastía con arco de Marvel. Equiparados en talento, sus estilos son o suficientemente distintos para hacerlos idóneos en una road movie tan peculiar como este viaje a las entrañas de un mundo donde hay parques de atracciones donde se apalean a los actores que interpretan al Capitán América (cuyo fantasma es omnipresente por la relación tan especial que tuvo con el protagonista). 



Uno de los motivos que impiden considerar a esta joya como una obra maestra es un cambio artístico en los dos últimos números. Sin tener nada contra un buen artesano como Francesco Mobili, perdemos la sensación de unidad que daba Checchetto. El viaje concluye con clase y un momento de inspiración que podría espolear a más héroes. Nunca se dejen engañar por esa frase que le dijo a Kate. Apuntó al ojo. Un tiro entre un millón. La última flecha del Vengador con más corazón de todos. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



https://www.youtube.com/watch?v=m8I5ANhb9PU



https://sequentialplanet.com/comic-review-old-man-hawkeye-9/



https://www.marvel.com/comics/issue/69225/old_man_hawkeye_2018_11

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