Se convierte en una pequeña isla. A diferencia de los boxeadores, los tenistas aguardan en una parcela independiente los disparos de su oponente, es un cuadrilátero donde no tienes un contacto directo con tu Némesis deportiva, tampoco personas que acompañen tu juego, actuando en bloque (baloncesto, fútbol, balonmano, etc.); no, los portadores de la raqueta tienen esa extraña sensación. Cuanto menos, así lo sentía Andre Agassi, autor de una de las biografías más interesantes que se han publicado sobre el tema, bajo el elocuente título de Open.
Aclamado por la crítica, se trataba de una pequeña anomalía. Salvo muy honrosas excepciones, el tópico nos invita a pensar que las gentes dedicadas a esta profesión no son las más indicadas para hilvanar un buen relato a lo largo de las páginas de sus carreras, tornándose en una especie de espejo glorioso y autocomplaciente. Seres adinerados, casados con gente guapa y famosa, moradores en un Elíseo banal, superficial y gozoso. Afortunadamente, los estereotipos no tienen por qué ser verdad. Más aún en el caso del tenista que odiaba el tenis, valga la redundancia.
Y es que este pequeño tomo atrapa y engancha desde su prólogo. Una crónica a la altura de la mejor prensa deportiva, Agassi convierte uno de sus partidos más peculiares en un relato que se lee sin parpadear. A partir de ahí, se te invita a meterte en la infancia del personaje, el momento clave. Hay un viejo dicho: si consigues presentar tus defectos con honradez e ingenio, todo el mundo estará dispuesto a admitir tus virtudes. Es la piedra de toque del auto-biógrafo improvisado (aunque, empero, ha estado muy bien asesorado en el proceso). Las extrañas circunstancias del niño del revés ligero y el dragón te obligan a querer conocer este cuento como si se tratara de la historia que te revelase un buen amigo.
Un niño prodigio en el arte de responder a la máquina infernal que escupía aquellos pequeños objetos amarillos a velocidad del rayo, aunque temía mucho más la gigantesca sombra de su temperamental padre que a sus competidores, casi siempre mayores que él y corpulentos. Un recoge-bolas a quien permitían lujos como pelotear, para jolgorio del público, con mitos como John McEnroe y Bjorn Borg. Bien narrados, momentos como el del camión y la discusión automovilística del patriarca del clan Agassi con un camionero, dejan instantes de honestidad brutal, como diría Andrés Calamaro. Allí Open se convierte en una forma heterodoxa y magistral para conseguir embaucar al público más versado en los torneos del Grand Slam, pero también a aquel lector o lectora que no tenga un especial interés en la disciplina.
"Todo fue muy rápido. Llegue en un momento en que se me necesitaba". Un cambio generacional que llevó al marketing de este siglo con los atletas de fama a crear toda una maquinaria acerca del pequeño prodigio primero, el adolescente de pelos largos después y, por supuesto, el rebelde. Una manifestación en moda y peinados que tiene curiosos paralelismos con otros casos (Dennis Rodman y su célebre Bad as I wanna be); por otro lado, la reacción lógica de muchos adolescentes con el extraño y lacedemonio campamento de tenis para expectativas familiares ultra-competitivas.
Sin duda, aunque es un juicio personal y sin mayor validez, son los pasajes más afortunados del recorrido a una trayectoria atípica y de inseguridades, una mezcla de éxito y fracaso al unísono; además, contado con una mezcla de exhibicionismo y pudor. Su forma de presentar su enlace con Brooke Shields y su posterior matrimonio con Stefie Graf sale con un curioso eclecticismo entre consideraciones muy personales y el necesario decoro para ofender a terceras personas. Con razón, él mismo admite que la abulia de su primera etapa estudiantil, los pocos profesores y profesoras que apostaban por él eran los de literatura.
Un trabajo más sensible de lo que parece, una visión original y personal del universo del tenis, cargado fuerte emotividad a la hora de revelar pasajes personales, de una forma sincera y bien llevada, con las cortinas justas en el momento oportuno. Para los aficionados en la materia, podrán encontrar jugosos recuerdos y reflexiones sobre algunos de los coetáneos que rodearon la carrera de Agassi, con especial mención a su reverso de la moneda, Pete Sampas, quien parecía tener un extraño vínculo en la lejana cercanía con uno de sus habituales oponentes en las finales. También hay opiniones muy curiosas sobre la nueva generación que él empezó a intuir, especialmente unos tales Roger Federer y Rafael Nadal.
La extraña transformación deportiva de Agassi, incluyendo su despejado look de los últimos tiempos, explican mejor aquel último canto de cisne que tuvo en los circuitos de alto rendimiento de ese deporte que tantas cosas le ha privado, pero que tantísimas le ha dado. Un matrimonio a la italiana con esa caprichosa línea de la hablaba el maestro Woody Allen en su Match Point. No siempre se está de acuerdo con el narrador (su infantil actitud cuando Brooke Shields hizo un cameo en la popular Friends, por ejemplo), pero rara vez aburre entre golpe y golpe, toda una ventaja en estos tiempos que corren. Asimismo, resulta jugosa su forma de ir configurando su entorno deportivo (su hermano Phil, entrenadores personales, abogados, etc.).
Juego, set y partido. Cuando hay gente que pone el corazón en cada jugada, no podemos ser resultadistas, simplemente, ser agradecidos.
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