Hoy no duraría cinco minutos en la mesa de consideraciones de una productora. ¿Un puñado de adultos talluditos haciendo de personajes infantiles? ¿Un presupuesto tan escaso que, únicamente, incluía un tonel y vecindad ruinosa en algún lugar de México de cuyo nombre prefiero no acordarme? No, en el mundo televisivo de estos días, la idea de Roberto Gómez Bolaños, El Chavo del 8, no tendría ni siquiera la chance de subir al ring.
Sin embargo, podemos seguir sintiéndonos afortunados de que no fuera así. Que a pesar de las inciertas audiencias del principio en suelo azteca, le tuvieran paciencia a uno de los personajes más tiernos de la historia de pequeña pantalla. Bolaños, escritor vocacional y actor revelación a edad ya avanzada, justo cuando muchos de sus coetáneos comenzaban a barajar retirarse de las bambalinas ante el éxito que no llegaba, tocó una tecla muy especial, el yacimiento de una mina de oro. Un personaje que reflejaba a la infancia perdida de su país, pero que iba mucho más allá, toda América Latina y, por qué carajo no decirlo, a lo largo del globo.
"Un día mi mamá no vino a buscarme. Y lo demás, tampoco". Simple renglón de El Diario del Chavo (obra del propio Bolaños, a quien uno de sus jefes apodó admirativa y jocosamente como Chespirito, en alusión al talento de El Bardo y, gajes de la altura, al pequeño tamaño del bajito pero peleón huérfano, un chico de Dickens, pasado por el sentido del humor de la tierra de Cantinflas). Si bien parecía una premisa dramática, eran los cimientos de una serie cómica que se mantuvo inalterable durante décadas, hasta el punto de que sigue siendo una reposición que hace suspirar tranquilas a cadenas como Galavisión.
Un símbolo para la infancia de muchos, especialmente querido por estos lares gracias a que Canal Sur tuviera el buen gusto de rescatarla para la generación de los 90, volviendo a demostrar que, más allá de problemas técnicos y sonido, un buen librero y el mejor casting que el talento podía encontrar, puede resistir, ahora y siempre, al temible invasor del tiempo. Dicen que los generales indecisos se rodean de capitanes mediocres para lucir más, mientras que los César y Napoleón buscaban a los mejores para lograr sus objetivos. Así procedió en la guerra de las audiencias el señor Bolaños.
Así llegaron María Antonieta de las Nieves (la Chilindrina, los berridos más célebres de la vecindad, cuya popularidad la llevó a tener su propia película), Ramón Valdés (uno de los actores más icónicos del show, un cómico natural, de quien nadie se había percatado de su carisma para la risa hasta que llegó el ojo clínico de Chespirito, para convertirlo en "Ron Damón", o, si lo prefieren, el hombre de los 14 meses de renta sin pagar, el mítico Seu Madruga, casi una religión en Brasil), Rubén Aguirre (uno de los primeros "caquitos", el actor que mayor viaje hizo con su amigo Robert, el entrañable profesor Jirafales, desde su atalaya, puro y ramo de flores), Florinda Meza (el amor platónico de Jirafales, la señora rica arruinada de la vecindad de la "chusma", aquellas míticas tazas de café), Carlos Villagrán (los mofletes hinchados más famosos que se vieron por TV, el inefable Quico), Edgar Vivar (el señor Barriga, el incansable casero que iba a cobrar su renta personalmente), María de los Ángeles Fernández (la bruja más famosa que ha visto Nueva España, la hechicera del 71) y un amplio y distinguido etcétera.
Como con otros fenómenos como Mortadelo y Filemón o Los autos-locos, El chavo del 8 goza de la bula de no importarle a su público que se repitan sus arcos argumentales, incluso los gags. Es ese cuento que nos han contado mil veces de pequeños y volvemos a querer que nos lo digan palabra por palabra, como lo recordamos con nostalgia, corrigiendo al narrador si altera una simple coma. Una etapa de otro tiempo, un Macondo de la comedia latina.
Resulta un poco ingrato pensar en las discrepancias surgidas con el paso del tiempo y el éxito entre los miembros de la bonita (la belleza está en el ojo del que mira) vecindad, aunque El Chavo (igual que El Chapulín o Los caquitos) tiene ese lugar reservado en la memoria de muchos, un rincón donde entramos poco a molestar, pero en el que sabemos que el recuerdo está ordenado e inalterable, con esas carcajadas justo donde las recordábamos.
"Fue sin querer queriendo...", "No te juntes con la chusma", "¿Y no será mucha molestia...?", "Tiene usted mucha barriga, señor Paciencia...", "Yo le voy al Necaxa", "No te juntes con la chusma", "Weee, weeee, weee...", "Prefiero evitar la fatiga [Jaimito, alias "El Chato" Padilla dixit]", "¿Quieres? Pues compra" y tantas otras frases que se hicieron buques insignias de un fenómeno de masas.
Entren, si gustan, y no sería ninguna molestia, a darse un garbeo por este recuerdo de una vecindad como pocas consiguieron eternizarse en la ficción. Ah, por favor, y procuren no armar mucho jaleo cuando pasen cerca de cierto barril, me pareció ver al Chavito tomando una torta de jamón y, en esos momentos, no le gusta que le molesten para platicar.
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