domingo, 7 de septiembre de 2014

SEGUNDA FASE DE LA RUPTURA (BREAKING BAD, TEMPORADAS 2 Y 3)


Hace algunas semanas hablábamos de la primera temporada de una de las series más populares, Breaking Bad. Obteniendo la extraña alquimia de obtener el aplauso entusiasta de crítica y público, se trata de un show que ya tiene un puesto reservado en ese cotizado panteón de ficciones televisivas (con The Wire, Los Soprano, Los Simpson, etc.). La continuación del viaje de Walter White a cruzar la frontera más peligrosa posible continúa con una fuerza inusitada que explica la buena audiencia que siempre supo mantener este programa. Sin embargo, hay ciertas divergencias con el sendero desarrollado en el inicio, lo cual justifica estas reseñas escalonadas. 




Una de las cosas que más atraen del arranque de Breaking Bad es la humanidad de sus personajes, la posibilidad de empatizar con ellos y la sensación de que, si bien está algo hiperbolizado el contexto, hay motivaciones muy reales y factibles para sus actos. Basta pensar en lo que puede costar un tratamiento contra cáncer en Estados Unidos sin ser una persona acomodada, para tener una benevolencia que es fundamental a la hora de seguir a este héroe atípico (no en vano, recientemente ha salido un libro de la editorial Dolmen sobre los nuevos mitos de las ficciones de la caja tonta, ocupando un lugar muy destacado este profesor de Física de Instituto). 




La segunda temporada tiene ese alto listón y el equipo creativo de Vince Gilligan, George Mastras y un amplio y distinguido etcétera, se proponen meter toda la carne en el asador. Pasamos de los trapicheos en las calles a la mismísima frontera mexicana, al alto circuito del cartel mexicano, mientras el producto de Walter y su socio Jesse Pinkman se convierte en un éxito entre los consumidores que puede llegar a ser un peligro para su propia supervivencia.   


En definitiva, una imponente montaña rusa de adictivas dosis de 45 minutos de duración, incluyendo hallazgos como Los Pollos Hermanos (la realidad escondida tras este nombre es demasiado deliciosa para spoilearla a quienes aún tengan pendiente descubrirlo), auténtica genialidad con ribetes tarantinianos que se convierte en uno de los iconos de esta ruptura total. ¿Es posible dejar de ver Breaking Bad tras la primera temporada? Sí, pero resultaría muy difícil, comenzando por el homenaje a Cantinflas que incluye el nuevo arranque de la continuación. 



Sin embargo, esa vertiente puntillosa que uno a veces saca puede propiciar la sensación de que todo se vuelve mucho mas inverosímil y extraordinariamente hiperbólico. La evolución de las actitudes de Walt (impresionante Bryan Cranston, en ese estado de gracia que, en contadas ocasiones, algunos actores cogen con un personaje y que los lleva a alcanzar cotad de calidad impresionantes) y Jesse (un Aaron Paul que es impagable en versión original por el acento que da al joven y problemático camello) para el negocio lleva a giros radicales y que pueden parecer menos coherentes que lo antes visto. No obstante, lo que se pierde en realismo se gana en un despliegue de fuerza narrativa que resulta cautivadora. 




No ocurre lo mismo con la red de mentiras que van extendiendo ambos fabricantes de cristales que se meten por la nariz, ya que los conflictos con sus círculos familiares están muy bien llevados (destacando en ese tipo de momentos la labor de Anna Gunn, quien va adquiriendo más y más protagonismo, alejándose del cliché de sufrida esposa y ángel del hogar que, en otro tiempo, hubiera sido el topicazo). En definitiva, la vieja gran ventaja de las series sobre los filmes, incluso los más sensibles, la posibilidad de evolucionar a sus personajes durante más de 70 horas, mientras que la gran pantalla, como mucho, puede dar un poco más de tres horas para esa misión.  



Nuevos rostros que se incorporan al casting serán escogidos con mucho tino, sobresaliendo Jonathan Banks, Bob Odenkirk, Giancarlo Esposito o Krysten Ritter (responsable, junto con Aaron Paul, de una bonita, triste y desgarradora historia de amor entre dos personas que comparten los mismos demonios). Al más puro estilo Babel (2006), una serie de hilos y vidas que se van entretejiendo, sin que uno tenga la sensación de que se ha cargado demasiado la baraja en el argumento. 




Un amplio y rico recorrido para ver los entresijos del mundo de proveedores, más allá del simple camello que se saca unos dólares en una esquina, pasando por esos abogados que se promocionan en polígonos industriales y de moralidad dudosa, llegando hasta esa verdadera cúpula, esos hombres tranquilos y de aspecto de oficinista, impecables modales y que, simplemente, descuelgan un teléfono y dan la orden precisa que le corten las piernas a alguien que ha empezado a ser molesto para su negocio. La ruptura total prosigue y permite que, una vez más, uno esté impaciente de conseguir los DVDs para esa cuarta temporada. 



No creo que haya que empañar a un producto tan bueno con etiquetas tan engorrosas e insultantes como "mejor serie de todos los tiempos" u otros títulos efímeros que se borrarán con la próxima moda. Breaking Bad es mucho más. Es una de esas canciones que escuchas mil veces, esa clase de libro que te atrapa hasta la última página o la peli que ves tres o cuatro veces por año. Es, llanamente, muy, pero que muy, buena. Y eso no tiene precio, Heisenberg. 

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