La Guerra Fría ha terminado. La Guerra Fría soy yo. Esta es la atractiva premisa que el visceral guionista Mark Millar (de quien ya hemos hablado en este blog por su papel en la saga Kick Ass), quien se atrevió a coger a uno de los símbolos más grandes de las viñetas norteamericanas, Superman, para plantear un interesante what if...?. ¿Y si un extraño cohete con un bebé dentro no hubiera caído en las cercanías de una granja de Kansas, siendo descubierto por una amable pareja de granjeros ucranianos en la URSS de 1938?
Con un amplio equipo de dibujantes (Dave Johnson, Killian Plunkett, Andrew Robinson y Walden Wong, corriendo el color a cargo de Paul Mounts), Millar juega a ser un travieso demiurgo que coloca al ser superpoderoso en el otro extremo del Telón de Acero. En vez de ser admirado y reverenciado por la sociedad de la tarta de manzana, el individuo capaz de volar, con una hoz y martillo bordada en el pecho de su traje, se convierte en un auténtico terror para buena parte de la opinión pública que no estuviera adscrita al Pacto de Varsovia.
A pesar de haber transcurrido más de una década desde su publicación (2003), Superman: Hijo Rojo sigue siendo uno de los cómics más recordados de los producidos acerca del hijo Krypton. Su éxito radica en la inteligencia de su planteamiento, pues no cae en los tópicos fáciles y que le hubieran granjeado ser mucho menos polémica. En primer lugar, la personalidad del héroe de acero no varía por haberse criado en una granja colectiva y entre camaradas. Criado con una fraternal familia, el Clark Kent del Este mantiene su tendencia a ser un buen chico, un obediente boy-scout y defensor de su sistema, incapaz de abusar de sus incomparables dones sobre el resto de sus conciudadanos.
De hecho, la creación de Jerry Siegel y Joe Shuster vive muchos paralelismos con su versión paralela norteamericana, únicamente que ahora la CIA es la encargada de financiar proyectos descabellados de creación de monstruos para abatir al titán, quien las va juntando como una colección particular en su palacio de invierno. Por supuesto, Lex Luthor (en este escenario, un brillante y prepotente científico con pelo) es el más consagrado estadounidense a la Cruzada. En una buena muestra de ironía, Millar pone a Lex una frase interesante sobre su Némesis: "Siento que si los dos hubiéramos nacido en el mismo lugar habríamos sido grandes amigos".
Solamente se echa en falta que se hubieran explotado algunos acontecimientos de los dominios de Clío con más calma. Johnson y Plunkett saben reflejar las dudas que tiene un joven Superman ante el puño de hierro de Stalin, El Zar Rojo, aunque la educación recibida desde pequeño le fuerza a una obediencia y fe en este sistema, de igual forma, su paulatino ascenso le hará ir suprimiendo los terribles gulag y beneficiando a sus camaradas hasta el punto de que la caída del Muro de Berlín no se produce. De cualquier modo, en algo sorprendente en un tipo tan agudo y ácido como Millar, da la sensación de que Stalin sale relativamente indemne de esta adorable locura temporal, donde Nixon es asesinado en misteriosas circunstancias, mientras JFK y sus amantes prosperan bajo el apoyo burocrático y consejos de Lex Luthor, quien logra su sueño de casarse con Lois Lane, una de las reporteras más atractivas del país.
Millar podía haberse contentado con plantear un territorio donde el protagonista se hubiera convertido en el villano de la Historia. Tenemos ejemplos, los Vengadores sobreviviendo a las emboscadas de la URSS en la propia Moscú, Iron Man acosado por el malvado Mandarín en Vietnam, actuando la industria Stark y la organización de SHIELD contra el Vietcong. El pulso entre las dos superpotencias se vivió también en las páginas, en ocasiones con un tufo propagandístico insoportable, sin embargo, cabezas pensantes como Steve Englehart o el propio Mark Millar puede convertir su metáfora en algo más gris y que se aproxima mucho más a la realidad.
Solamente se echa en falta que se hubieran explotado algunos acontecimientos de los dominios de Clío con más calma. Johnson y Plunkett saben reflejar las dudas que tiene un joven Superman ante el puño de hierro de Stalin, El Zar Rojo, aunque la educación recibida desde pequeño le fuerza a una obediencia y fe en este sistema, de igual forma, su paulatino ascenso le hará ir suprimiendo los terribles gulag y beneficiando a sus camaradas hasta el punto de que la caída del Muro de Berlín no se produce. De cualquier modo, en algo sorprendente en un tipo tan agudo y ácido como Millar, da la sensación de que Stalin sale relativamente indemne de esta adorable locura temporal, donde Nixon es asesinado en misteriosas circunstancias, mientras JFK y sus amantes prosperan bajo el apoyo burocrático y consejos de Lex Luthor, quien logra su sueño de casarse con Lois Lane, una de las reporteras más atractivas del país.
El relato va avanzando como una partida de ajedrez entre los dos clásicos antagonistas (Luthor versus Superman), mostrando curiosas paradojas temporales. Quizá una de las más desangeladas sea un Batman discípulo de Bakunin, dedicado a hacer una oleada de atentados terroristas en esa especie de Big Brother volador que rige los destinos del Kremlin. No obstante, las utópicas intenciones del siempre bienintencionado descendiente de Jor-El parecen el desesperado intento de un niño de conservar su juguete preferido en una urna de cristal para no romperlo, mientras que la paz y prosperidad alcanzada pisotean, involuntariamente, el libre albedrío.
En definitiva, una epopeya con sus defectos, pues todas los tienen, pero que sigue permitiendo muchas re-lecturas y que posee la suficiente cantidad de guiños, referencias (particularmente, bien re-visitada la tensión no suelta entre el gran camarada y cierta amazona) y detalles que te has perdido con anterioridad, lo cual justifican que sea una de las lecturas de cabecera para cualquier persona aficionada a uno de los personajes más emblemáticos del género súper-heroico.
"Incluso ahora sigo sin saber por qué esa idea atrae a la gente, ni que fibra tocó en la imaginación popular..."- Red Son.
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