"Pídeme artillería, pídeme hombres, pídeme dinero... Pero no me pidas tiempo, pues no me sobra ni un ápice". Cuenta la leyenda que Napoleón Bonaparte escribía así a uno de sus mariscales, dejando constancia de que, dentro del ramillete de recursos de los que disponía, no se encontraba esa cosa fugaz y esquiva, el paso de los días y los años. A Richard Linklater, director de Boyhood (2014), no le hubiera costado comprender el sentido de esa cita de l´Empereur. 12 años. 39 días. 159 minutos. Tres fórmulas para explicar uno de los experimentos cinematográficos más rentables de los últimos años.
Más de una década para acabar un film donde sus intérpretes han envejecido a tiempo real, mostrando su evolución física y teniendo vetado revelar detalles de la trama. Los casi 40 días se corresponden a las jornadas de rodaje filmadas. Las más de dos horas y media se corresponden al metraje de un viaje muy particular en la gran pantalla, algo que, citando a Peter Debruge, es una misteriosa cápsula del tiempo.
Boyhood es algo más que la biografía del paso de Mason (Ellar Coltrane) de la niñez a la adolescencia, viendo como su núcleo familiar, de amigos y amores van cambiando y rotando conforme su trayectoria vital avanza con sus agridulces victorias y derrotas cotidianas. Y también algo menos. Más que una épica a lo Tolstói, el guión de Linklater está mucho más próximo al terrenal y veraz microscopio de Chéjov para narrar pequeños episodios anodinos, pero que arrojan mucho de la naturaleza común de los seres humanos.
Esto se ejemplifica a la perfección con el trabajo de Patricia Arquette y Ethan Hawke, en el papel de progenitores separados de Mason y su hermana (interpretada por Lorelei Linklater, y es que esta es una historia donde todo queda en familia, como pueden comprobar). Ambos artistas firman dos de los mejores papeles de sus carreras, mostrando los diferentes avatares que van teniendo en su forma de intentar re-estructurar su vida tras el divorcio.
Y es que uno tiene la sensación de que está invadiendo con discreción la vida íntima de estos protagonistas, como si hubiera desaparecido una de las paredes y pudiéramos caminar por los pasillos de esos institutos, las cocinas del apartamento que su padre comparte, montados en el asiento trasero del coche de la madre, etc. Sin duda, muy beneficiada por el marketing que ha dejado su larga gestación, Boyhood encierra méritos suficientes para seguir captando la atención, una vez su recurso pase de moda.
La cultura pop le ayuda mucho en ese sentido, especialmente visible en el rosario de referencias que va dejando de la televisión de la época y las formas de vestir, pero, especialmente, en la música, teniendo una banda sonora escogida con mucho eclecticismo y sabiendo dónde colocar este arma, siempre eficaz para este tipo de filmes.
Resultará difícil para toda una generación no identificarse o tener mucha empatía con algunas de las secuencias o pequeña instantáneas del recorrido de Mason y su círculo. A lo mejor no te ocurrió exactamente así, pero te deja un cierto eco, un déjà vu que se observa con una sonrisa recubierta de una pequeña tristeza. Está hecha con tino y no comete el error de la nostalgia de sobrestimar lo que aconteció.
El esplendor de otra obra tan interesante como Birdman pareció eclipsar un poco a la obra que hoy nos ocupa en la gala de los Oscar, si bien, la avalancha de nominaciones y premios internacionales que ha recibido en 2014 parecen más que generoso tributo de crítica y público a una cinta larga, mas no pesada.
"La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y, gracias a este artificio, logramos sobrellevar el pasado". (Gabriel García Márquez).
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE:
http://collider.com/boyhood-interview-richard-linklater-ethan-hawke/
http://collider.com/boyhood-interview-richard-linklater-ethan-hawke/
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