París es noticia casi siempre, aunque me hubiera gustado que esta entrada nunca hubiera tenido que producirse. Los trágicos acontecimientos de esta semana nos han llevado a un torbellino de emociones. Comencemos por la más urgente e importante, la pérdida de las personas que se encontraban en la redacción del semanario "Charlie Hebdo", un dolor irreparable para sus familiares, amigos y compañeros de trabajo. El resto de la sociedad pierde a unos artistas, una forma de entender las cosas, una libertad de expresión que daba titulares y portadas con los que sonreír, discrepar o lanzar carcajadas.
El salvaje atentado deja muchas cosas, algunas de ellas temibles. Lo acontecido puede hacer aflorar los sentimientos más extremos, el racismo y más fanatismos se nutren de estas desgracias. No obstante, la respuesta de este domingo ha sido un claro grito de la Ciudad de las Luces para ser una capital contra el terror, nada más y nada menos, sin obedecer a otros objetivos que no sean recordar libertades. Franceses, palestinos, israelíes, alemanes... Ojalá no se limite a ser un chispazo genial y pueda tener continuidad dicha iniciativa.
La falta de censura nunca ha sido fácil. Religión, sexo, política, etc., en realidad, cualquier cosa es susceptible de generar ofensa, de provocar ampollas. Es fácil recordar que, a veces, tenemos que repartir la mitad de nuestro tiempo defendiendo del derecho de alguien a expresarse, usando la otra para rebatirle y mostrar disconformidad. Si perdemos eso, todo queda en entredicho.
Elvira Lindo, escritora que siempre parece tener la cabeza muy bien amueblada, dejaba un artículo para la reflexión, lanzando, junto con el debido pesimismo que impone lo acontecido, muy oportunos avisos a navegantes, citando, entre otras fuentes, nada menos que a la periodista Zineb El Rhazoui, quien ya adivinó a finales de la década de los 80 muchos de los problemas que hoy estamos viendo reflejados,
Y es que a estas alturas ya hemos visto de todo, casi. Hogueras con Bloody Mary, la Inquisición y sus mal llamados Autos de Fe, lapidaciones en nombre de la misericordia, guerras santas (que es como decir hamburguesa vegetal o piedad cruel, términos antagónicos per se), conversión de seres humanos en ovejas con bombas al matadero, sin saber que los entrañables pastores que les mandan van a dejarles encantados precederles en ese paraíso prometido mientras ellos utilizan su fanatismo, como otros se empeñaban en orar a la que otros se doblaban el espinazo....
Soledad Gallego Díaz también ha hecho distinciones que algunos se empeñarán en negar. Viejas fórmulas que, por archi-sabidas, nos convendría recordar a todos: convertir a Al Qaeda y similares despropósitos de oscuridad en los representantes y monopilizadoras de la religión islámica (o cualquier otra) es darles un poder que no merecen tener. Son ellos los que deben estar fuera de juego, pues en su intransigencia no dejan lugar para ningún asomo de disidencia en su barbarie.
Cualquier persona merece ser respetada por la creencia que tenga. Otro tanto ocurre con el derecho a hablar, alabar o burlarse de todo aspecto relativo de la vida. Y es nuestro viejo derecho decidir donde está nuestro límite, qué revista no vamos a comprar, en qué momento vamos a apagar la televisión o qué libro devolveremos a la estantería por no satisfacernos. Querer imponer ese criterio a los demás nos llevaría a épocas muy remotas de cruzadismo, salvo que Saladino sí terminó abogando por libertad de peregrinaje a todos los credos en Jerusalén, por más que pudiera costarle de entender algunos.
En esas seguimos, tratando de invocar ese viejo derecho...
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