domingo, 18 de enero de 2015

LA DEIDAD DE LA MONTAÑA


El viejo Howard vio aquel apretón de manos con una extraña sensación de déjà vu. Apenas conocía a aquellos dos norteamericanos que habían cruzado el gran río, pero no era la primera vez que se embarcaba en una aventura así con gente de este pelaje. Poblaban las calles de Tampico, solicitando limosnas a compatriotas más afortunados, siempre esperando un golpe de suerte y con turbios pasados al otro lado de la frontera, ya lo dice un viejo chiste mexicano: "Qué mala suerte, compadre. Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos"




Anciano buscador de oro, Howard era consciente de que esas promesas de camaradería siempre se hacían, pero que los inhóspitos parajes que habrían de atravesar a base de machete serían un desafío para la lealtad. No encontrar el metal precioso tampoco respaldaría la convivencia. De cualquier modo, el peor momento llegaría si lograban ser bendecidos en aquellas minas rodeadas de bandidos por su reluciente brillo. Sí, aquellos Dobbs y Curtin deberían andarse con mucha cautela, pues los dioses tienen un perverso sentido del humor.   




En líneas generales, tal es el codicioso juego que plantea El tesoro de Sierra madre (1948), film basado en la novela original de B. Traven, auténtico personaje de película él mismo, misterioso disfraz bajo el cual se escondió un talentoso escritor que supo apelar a algunos de los aspectos más a flor de piel del ser humano. Los derechos de aquella novela de caza fortunas fueron desfilando durante varios años, aunque un joven y ambicioso cineasta llamada John Huston logró su propósito de ser finalmente él la persona designada por la Warner Bros para adaptarla a gran pantalla. 



El joven director emprendió su propia odisea para encontrar a Traven, aunque tuvo sus sospechas, nunca pudo demostrarse del todo que le hubiera visto en persona. Daba igual, la esencia de sus tres personajes le fue dada mediante intermediarios y pudo ponerse manos a la obra, contando para la ocasión con un trío estelar: Humphrey Bogart, por aquel entonces ya una estrella consolidada, asumiría el rol de Dobbs, Walter Huston, padre del propio John,  tomaría el manto del anciano Howard, y Tim Holt, el del joven Curtin. Curiosamente, hasta última hora, el tercero de estos caracteres estuvo a punto de caer en manos de Ronald Reagan, quien posteriormente acabaría llegando a ocupar galones presidenciales en la Casa Blanca en un mandato muy controvertido. 




Unos triunviros que se dejaron la piel en un agotador rodaje donde Bogart solamente aprendió las suficientes fórmulas en castellano para pedir bien sus cervezas; sin embargo, llegado el momento de escuchar acción, confeccionó uno de sus retratos más complejos, dándole a Dobbs un registro de luces y sombras que sorprenderá a quienes les recuerden únicamente como cínico y romántico héroe. Huston, totalmente desinhibido y en el mejor momento de su trayectoria, dio una ternura alocada al sabio Howard, hasta el punto de que muchos le siguen señalando como su buscador favorito en esta obra maestra. Por su lado, Holt brinda todas sus dotes para ser uno de los nexos más claros con el espectador, el imprescindible contrapunto de dos extremos tan acusados. 




El propio Huston hizo un cameo que se hizo tan célebre que el propio Bugs Bunny hizo referencia a él en uno de sus cortos, mientras que el reparto mexicano brinda una sólida labor donde sobresale la pica de Alfonso Bedoya, cuya macabra sonrisa de pirata define a la perfección a su líder de bandoleros. Un film de frontera y de conflicto, sazonado con el toque personal de Huston, quien sería con el tiempo una de las biografías más apasionantes del celuloide, un crisol de personalidades que explica la sed por vivir que exhibe su propia obra. 



Iconos culturales de nuestro tiempo como Los Simpson han hecho homenaje a esta clásica pieza; no en uno, sino en varios de sus capítulos, pues los temas que trata esta búsqueda siguen anidando en cualquier rincón donde pueda existir un tesoro. Inclusive, hay algo de su esencia en el célebre final de El tesoro de Cicuacoatl, obra de Jan, uno de los creadores comiqueros españoles más exquisitos de las últimas décadas. 





El film tiene una violencia descarnada y de poco glamour que es sumamente realista, algo que ha influenciado a artistas de la talla de Martin Scorsese, quien siempre ha admitido esta deuda contraída con esta referencia, Repasando los detalles del rodaje, las dudas de intérpretes como Bruce Bennett de enfocar su papel (cuyo personaje termina siendo absolutamente decisivo en la trama) y los egos allí almacenados, resulta casi milagroso que el proyecto acabase llegando a tan buen puerto.



Sin duda, la deidad de aquella montaña, aparte de un cruel sentido del humor, tenía un exquisito buen gusto. 

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