domingo, 10 de febrero de 2019

EL HOMBRE QUE MATÓ A DON QUIJOTE


Partía como una película maldita. Terry Gilliam acumulaba décadas alrededor de un proyecto que había podido hasta con los más grandes, incluyendo luminarias como Orson Welles. Don Quijote de la Mancha, la mítica creación de Miguel de Cervantes, nunca ha sido presa fácil para la adaptación cinematográfica. El ingenioso hidalgo permanecía esquivo al celuloide, probablemente porque esta obra maestra literaria se mueve mal en otras aguas, incómoda al verse alejada de su hogar de origen: las páginas escritas. 



Su estreno el pasado año ya venía con la suficiente expectativa para decepcionar a propios y extraños. Molida a palos como cierta pareja de aventureros que salieron de un lugar de cuyo nombre no queremos acordarnos para deshacer entuertos, El hombre que mató a don Quijote se planta como una cinta valiente, original y arriesgada. Todo comienza con Toby (estupendo Adam Driver), un director artístico que ha derivado en el pragmático mundo de la publicidad, quien retorna a España para reencontrarse con ecos de su pasado. 



El Quijote siempre ha sido una cuestión delicada. Un libro de obligado alquiler en la estantería, si bien árido y misterioso en ocasiones. Pese a su importancia, es un error pretenderlo como lectura inicial, puesto que se trata más bien de un final de camino, la última etapa del viaje. Sus códigos exigen una pausa y calma que cuesta en el estilo de vida que llevamos hoy en día. Gilliam y Tony Grisoni adaptan con audacia el texto para intentar respetar el alma de la novela e intentar hacer una fábula inspirada en ella, conscientes de que la mera copia solamente afearía el punto de partida. 


El film es una práctica de metaficción constante. Toby se reencontrará con un antiguo actor amateur a quien él mismo escogió para hacer de don Quijote, debido a su singular físico. Su intérprete es Jonathan Pryce, estampa sobria y elegante para hacer de este álter ego cervantino, un humilde y sencillo zapatero que quedó presa del personaje de ficción tras meterse en su piel. Como ocurre en las dos partes de la novela, ambos irán conformando una peculiar pareja donde se irán contagiando su locura-cordura de formas inesperadas. 



Un reparto escogido con mucho mimo les acompaña. Estrellas internacionales de la talla de Stellan Skarsgard u Olga Kurylenko se combinan con excelentes aportaciones nacionales (destacando Rossy de Palma, Jordi Mollà y Óscar Jaenada), creando una atmósfera que divide con rapidez a la audiencia. En El hombre que mató a don Quijote hay que meterse en el juego con rapidez o salir de él, no existiendo la opción de la indiferencia, todo resulta extremo en su estilo onírico, con una delicada fotografía y la clásica eficacia musical de Roque Baños. 



Pudiendo criticarse cuestiones del accidentad montaje y cambios que ha sufrido este proyecto a lo largo de su ejecución, no parecen adecuados los reproches de que no es fiel al espíritu original. De hecho, como bien apuntalaba el crítico mexicano Luis Miguel Cruz, sin ser imprescindible haber leído al completo el corpus cervantino, sí que es una pieza que va a exigir que su audiencia esté familiarizada con los hitos literarios a los que alude sutilmente. De hecho, se aleja de algunas versiones hollywoodiense para aproximarse más a esa ruptura que se producía entre la primera y segunda parte del texto original.


Conforme avanza el metraje, comprendemos que Alonso y Sancho no van a estar solos. En realidad, nunca lo han estado. Pocos personajes en la literatura han salido menos que Dulcinea, sin embargo, cuántos protagonistas se cambiarían por haber tenido la trascendencia de la dama del Toboso, un fantasma que rige omnipotente e invisible en cada acción del mítico Quijote. Gilliam escoge a Joana Ribeiro para ese papel, siendo una joven a quien Toby dio un pequeño papel en su film, además de hacerla soñar con un futuro mejor lejos de su pequeño pueblo. De esa ilusión llegó una cruda realidad que la hizo albergar sentimientos encontrados por el cineasta.



El estilo de su vestuario y composición de escena no podría ser más barroco, teniendo siempre la sensación de que nos movemos en la difusa frontera entre la pesadilla y el sueño. No todo encaja y faltarán cosas, pero sí que se transmite la pasión por el tema de un director con ganas de divertirse con uno de los trabajos pendientes que siempre había tenido. Y eso se nota en la evolución de los arcos de personajes, siendo el crecimiento de Ribeiro en pantalla una de las más claras, fundiendo en sí misma muchas de las almas de los personajes femeninos del período en una.



Gustará más, gustará menos. Pero no podemos quitarle el mérito a Gilliam de salir valeroso a un reto grande sin miedo a ser molido a palos. Y eso, al igual que sucedía con cierto ingenioso hidalgo, siempre ha merecido y merecerá un respeto.



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



https://www.estiloysalud.es/noticia/4993/estrenos/el-hombre-que-mato-a-don-quijote.html



https://www.estiloysalud.es/noticia/4993/estrenos/el-hombre-que-mato-a-don-quijote.html



https://www.filmaffinity.com/es/film806256.html

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