La primavera cubana es un asunto serio. Se trata de ese momento donde los vientos sureños llegan más calientes que nunca por esos lares, provocando un clima realmente característico, uno de los que alteran la sangre. Tras la buena acogida de la primera aventura del teniente investigador Mario Conde (ver Sonata de invierno en La Habana), Leonardo Padura (La Habana, 1955) embarca al peculiar detective en una segunda entrega.
En esta ocasión, el escenario del crimen se moverá en el ámbito académico. Una joven profesora de química es asesinada. La cuestión adquirirá un tinte personal, puesto que la víctima impartía la docencia en su antiguo preuniversitario. Con su característica y melancólica nostalgia, Conde sentirá reflejadas viejas estampas del pasado: el viejo bedel que lo pillaba en falta o fuga, el olor a cigarrillos en los lavabos, los amores de infancia, etc. Todo arranca un Miércoles de Ceniza.
Igual que acontecía en Pasado perfecto, más que el ingenio del crimen en sí o las deducciones policiales, lo que brilla en el relato es la capacidad de crear atmósfera y la forma del autor para diseccionar a la sociedad cubana contemporánea. Nuevamente, hay un denominador común con la anterior novela mediante el reflejo claro de los tráficos de influencias y la facilidad con la que penetra la droga en las aulas.
El anterior romance que había iniciado Conde queda rápidamente olvidado y resuelto de forma apresurada para dar paso a un nuevo interés amoroso: Karina, una enigmática y fascinante joven que se cruza con el sabueso por casualidad. Ambos comenzarán un intenso affaire que no estará exento de misterio, puesto que, en realidad, saben muy poco el uno del otro.
Padura pone mucho de su mismo y sus obsesiones personales en la narración, especialmente por sus constantes guiños al béisbol, deporte que se nota sigue con delectación y que describe con precisión quirúrgica, particularmente en los sentimientos de los sufridos aficionados que rodean al círculo más íntimo de Conde.
Una de las mejores cosas de esta lectura es la riqueza de su vocabulario, el poder presenciar una lengua como la castellana en su variante caribeña. Las fórmulas adoptadas de un tronco común que se une a través del océano y que aquí adquieren una musicalidad especial, desde las cosas más dulces a un amplio catálogo del innoble arte de insular de forma sonora.
También persiste ese cierto cansancio rancio que, en ocasiones, transmite este hacedor de pesquisas cubano y escritor frustrado. Siempre bajo el aroma del cigarrillo, café fuerte y ron. Un mundo excesivamente viril en el peor sentido de la palabra que tiene un tufillo atávico (aunque muy verosímil por la época y el contexto del personaje) en las conversaciones de "machos" que le rodean, incluyendo algunas valoraciones morales sobre la profesora y la forma de relacionarse con parte de su alumnado.
Entre los secundarios, yendo Karina en un escalón aparte, va desmarcándose del resto de la tropa el Flaco Carlos, el amigo de días colegiales del protagonista, un perfil bien trazado por Padura y que hace las veces de confidente y voz de la razón de un amigo con gusto por perderse en las ensoñaciones de ese pasado que nunca fue perfecto. Hay un déjà vu interesante en cuanto uno de los principales sospechosos del centro recuerda mucho a la forma de ser de Carlos.
Igual que en la primera parte, tenemos el compás adecuado y el ambiente, aunque quizás falte algo a esta entretenida lectura veraniega para que el bueno de Conde termine de consolidarse en el rincón de afecto que reservamos a otros protagonistas del género noir. Pero no le perderemos la pista a sus próximas aventuras en La Habana. Hay potencial de sobra.
BIBLIOGRAFÍA:
- PADURA, L., Vientos de cuaresma, Tusquets Editores, Barcelona, 2017 [Novena Edición]
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
No hay comentarios:
Publicar un comentario