Sabed, oh nobles huéspedes, que entre los años que las legiones romanas de César los guerreros de Vercingetórix se enfrentaron, y el auge de los hijos de Pompeyo, hubo una edad no soñada inmortalizada por dos bardos galos de renombre, quienes cantaron sobre una aldea rodeada por campamentos romanos: Petibonum, con sus centuriones de mofletes rechonchos, Aquarium, cuyos legionarios estaban tan habituados al pescado, Laudanum, rodeado de hojas de los misteriosos druidas, y Babaourum, cuyo nombre resuena a ron.
Y allí vivía Astérix el Galo, de bigotes rubios, baja estatura, pócima en mano, de cabeza rápida y fecundo en ardides, dispuesto con su inseparable Obélix a recorrer con sus botas todos los rincones enjoyados del Mare Nostrum. De entre todas sus ricas aventuras, pocas son tan peculiares como la que salió publicada en 1968: Astérix y el caldero.
René Goscinny y Albert Uderzo se encontraba en aquellos momentos tocados por la varita mágica como equipo creativo. Los personajes funcionaban de maravilla en la dinámica de la aldea y el tono sátira pasado-presente servía al ingenioso guionista y al dibujante top para firmar uno de los hitos de la gran escuela comiquera franco-belga. En esta ocasión, lejos de embarcarlo en una aventura lejana, la trama arranca en casa, donde un jefe de otra tribu gala, Moralelástix, quiere aprovechar a sus colegas irreductibles para que custodien el oro de su pueblo para mantenerlo alejado de los recaudadores de impuestos de Julio César.
Pese al celo del pequeño galo en la misión, un infortunio permitirá el robo de la suma, dejando el caldero vacío. Ello pone en un compromiso a Abraracúrcix y Panorámix, líderes político y religioso de la aldea respectivamente, quienes habrán de formar un consejo que fuerza a Astérix al exilio hasta que sea capaz de recuperar lo perdido. Esto es aprovechado para una emotiva escena donde Obélix será el único que no tenga ningún momento de duda al respecto de la honestidad de su amigo, decidiendo marchar con él para lograr limpiar su buen nombre.
Esta misión será atípica, puesto que los dos aventureros estarán a punto de quebrar varias de sus normas. Eso incluye el delirante intento de Obélix de interrogar a la seguridad de un improvisado banco romano para robarlo. También se verán abocados al poco recomendable mundo de las apuestas deportivas (tema de rabiosa actualidad) y otras intentonas de lograr volver a llenar el caldero de dinero. El mundo teatral, la crítica y la censura también son tocados de forma genial.
En un guiño metaficcional delicioso, los propios Goscinny y Uderzo aprovecharán la oportunidad para salir en las viñetas de sus creaciones. También hay referencias a la política fiscal francesa de la época. Como buenas referencias de la actualidad de aquella coyuntura insertadas en la ficción, no estorban a la lectura actual y quedan simplemente como divertidos detalles que el lector/a avezada puede encontrar en sus nuevas visitas al álbum.
Generalmente, en las entradas sobre los cómics de Astérix hay que dedicar mucho espacio a los ingeniosos tratamientos de Goscinny, así como a sus veloces diálogos. Sin embargo, la misma energía debe emplearse a la hora de hablar de un Albert Uderzo que en aquellos momentos era ya uno de los mejores lápices de la industria en Europa. Sin la fama de otros clásicos que hayan pasado a la animación, Astérix y el caldero debe estar en la biblioteca de cualquier fan por la increíble capacidad para la caricatura y el aprovechamiento de espacio de este verdadero monstruo de las viñetas, un narrador gráfico de primerísimo nivel.
Además, no conviene subestimar esta pieza. Tenemos varias rupturas con la dinámica general de la serie. Acompañamos a un Astérix sin la guía intelectual de Panorámix, obligado a sobrevivir con su ingenio natural y la lealtad inquebrantable de Obélix. Los dos protagonistas irán por ambientes bohemios, marginales y que casi rozan el latrocinio en su búsqueda de la recuperación del dinero. Mientras, hay que investigar cuál fue la forma en que se produjo el robo.
Quo Vadis, Astérix? es la pregunta que le lanzan sus dos "papis" de papel para que el pequeño galo de mente rápido supere uno de sus mayores retos. Por el camino, Obélix y él generarán distintas situaciones que permiten una aguda sátira social. Incluso los queridos piratas recibirán, al fin, una tregua tras tantos años sufriendo naufragios.
ENLACES DE INTERÉS:
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
No hay comentarios:
Publicar un comentario