domingo, 22 de septiembre de 2019

LA DRIVER


Hay películas que solamente pueden transcurrir en una ciudad. Drive (2011) no sería lo mismo si no estuviese rodada en Los Ángeles. Un entramado urbano dado a la autopista, como bien se incidía en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988); otra metrópoli que, al igual que New York, nunca duerme. El film dirigido por Nicolas Winding Refn tiene envoltorio de historia ya archi-conocida, incluso de un género que suele funcionar muy bien en taquilla y mal con la crítica. De cualquier modo, el libreto de Hossein Amini, basándose en la novela de James Sallis, juega con los tópicos, pero no los ha perpetuado. 



Desde el arranque, se van desmontando los prejuicios. Un conductor de pocas palabras (Ryan Gosling) aguarda a que unos atracadores terminen con su tarea. Es metódico con el tiempo, un margen de cortesía de cinco minutos. Tiene la radio puesta. Aguardamos, como público acostumbrado al apego del cine estadounidense por reventar coches, que está a punto de iniciarse una persecución diabólica con la policía. Nada de eso, aunque la escena tiene una tensión impresionante, apenas pasa de la segunda marcha en el recorrido. El éxito de la escapada radica en su conocimiento de los callejones, de los atascos que provoca el Staples Center a la salida de un partido y mucha sangre fría, justo lo contrario que la adrenalina furiosa del género automovilístico. 



Gosling no se va a prodigar en gestos durante el film, pero le basta un palillo y una cazadora para crear un protagonista hermanado con el universo de Raíces profundas (1953). Habla poco, pero dice mucho. Resulta evidente el contraste con su mentor, el bocazas Shannon (Bryan Cranston), quien le ayuda a conseguir trabajos como especialista en el cine y, fundamentalmente, con esos negocios menos lícitos para clientela que suele salir muy apresurada de sus negocios.


Superada esa inesperada secuencia inicial, parece que volveremos a nuestra zona de confort. El lobo solitario parece tener su corazoncito cuando conoce a una apuesta vecina, Irene (Carey Mulligan), la cual va aceptando con agrado la compañía del recién llegado al bloque, quien, además, hace buenas migas con su pequeño hijo. Como en todo cine noir que se precie, la cuestión se complica cuando ella informa de que su marido va a volver pronto de la cárcel. Esto sí que lo hemos visto antes, esperamos a un sinvergüenza agresivo que exigirá un enfrentamiento con el antihéroe. 



Nada de eso. Uno de los méritos del film es que Refn da mucho campo de experimentación a sus intérpretes. Eso permitió a un actor versátil como Oscar Isaac componer a Standard, el marido de Irene, de una forma original. Desde el brindis que hace al volver a casa, comprendemos que es un buen tipo que se equivocó. Ha pagado su deuda entre rejas y quiere retomar una vida normal. Como no es tonto y sí tiene bastante sensibilidad, intuye que algo ha pasado entre su esposa y el forastero, pero considera injusto censurar nada de lo que haya ocurrido en su ausencia. Tiende una amistosa mano al tipo que ha ayudado a su familia durante el cautiverio, creando una atmósfera original y que sí explica los sacrificios que estará dispuesto a hacer el conductor por esa familia. 



Y es que, pese a sus buenísimas intenciones, un destino trágico parece sobrevolar cual espada de Damocles en la cabeza de Standard. Para sobrevivir en un corredor complicado de presidio, tuvo que recurrir a los servicios de protección de compañías poco recomendables. Un favor que ahora se exige con intereses desorbitados. La única manera de dejar el contador a 0 es participar en un extraño golpe que huele a chamusquina desde el primer momento. Eso intuye también a su vecino, quien se ofrece a cubrir sus espaldas al volante.


El turbio asunto permite enriquecer el que ya era un casting formidable. Christina Hendricks demuestra su versatilidad. Acostumbrada la audiencia a verla en la perfecta y sofisticada Mad Men, aquí no tiene problemas en lucir como una delincuente bastante vulgar y que también se verá inmersa en la turbia operación. Entre bambalinas estará un verdadero gángster, a quien da presencia el siempre formidable Ron Perlman.



Dicho hampón está asociado con el productor Bernie Rose (Albert Brooks), otro villano peculiar y que exhibe que no estamos ante otra cinta al uso. Lejos de los malos malísimos de gatillo fácil, serán tipos incluso tratables en algunos compases y que no están especialmente interesados en sangrías, aunque emplean la violencia brutal cuando les da beneficio. Las motivaciones de cada personaje quedan muy bien explicadas, especialmente la historia de Irene, gracias al talento Mulligan, capaz de ser tan elocuente como Cicerón estando sentada en el pasillo del bloque de pisos.



Drive es sorprendente en su difícil sencillez y su forma de sortear los caminos más trillados de la carretera. La última curiosidad es que su cineasta no tiene carnet de conducir. Y no parece casualidad. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



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