domingo, 29 de mayo de 2016

CAZADORES Y PRESAS



El género del biopic es uno de los que rara vez envejecen en Hollywood. Será a la abundancia de personalidades excepcionales en aquellos años dorados y auto-destructivos. Jay Roach se pone a los mandos para narrar una carrera accidentada, la del guionista Dalton Trumbo, quien fue uno de los principales objetivos de la temida política del senador McCarthy. A lo largo de algunos de sus más célebres trabajos, el escritor tuvo que utilizar alias falsos para evitar comprometer a las pocas productoras que osasen dar trabajo a uno de los señalados por la Comisión de Actividades Antiamericanas, en los tensos años de la Guerra Fría, donde la URSS y los Estados Unidos parecían dos niños malcriados que consideraban el mundo un juguete particular que no iban a compartir. 



Bryan Cranston es el encargado de dar vida al protagonista. Este actor es uno de esos casos que en los que el intérprete es tan heterodoxo como bueno. Siempre ha tenido algo, pero fue con Breaking Bad donde le permitieron explotar todo su potencial. Aquí, solventa con eficacia una papeleta difícil, puesto que el carácter de Trumbo era muy particular. Pese a ello, siempre parece verosímil y su círculo familiar también está cuidado en el casting, destacando la labor de Diane Lane (quien siempre fue bellísima pero en la madurez parece haberse acentuado en su atractivo) como su esposa. 



En pleno siglo XXI, uno podría pensar que hay ciertos tabúes ya superados. De cualquier modo, no es poco fuerte el trasfondo de esta prohibición y vetos, los cuales llegaron a tener adalides como John Wayne (tremendo actor, por otra parte) o la temida Hedda Hopper, temida "duende de palacio" entre las grandes estrellas, la cual es caracterizada de manera impecable por Helen Mirren. Con estos antecedentes, sería tentador que el film cayese en la hagiografía. Aunque está claramente decantada a favor de su figura, uno de los grandes aciertos del guión de John McNamara es presentar los suficientes grises para que el alegato político no tape a los seres humanos que componen el retablo. 



Una muestra muy clara de ello la hallamos en la manera de tratar la figura de Edward G. Robinson, un fantástico actor que fue uno de los rostros más reconocibles de la era dorada del cine negro. Pese a su amistad y colaboraciones con Trumbo, Robinson (Michael Stuhlbarg) terminó totalmente arruinado durante la persecución y con el agravante de que él no podía esconderse bajo seudónimos en la gran pantalla, sino que vivía de su rostro. No se trata de justificaciones, acusaciones o perdones, sino de reflejar el sufrimiento de cada uno en su contexto, pero es muy de agradecer que se eviten las demagogias de trazo gordo. 



Otra dialéctica muy interesante es la establecida entre Trumbo y otro guionista, Arlen Hird, el segundo de estatus socioeconómico menos pudiente que el primero, lo cual le hace reprochar al segundo lo fácil que puede ser adoptar una posición flexible y tolerante con el proletariado cuando uno tiene sus fincas, piscina, una buena familia y una serie de elementos de torre de marfil que lo aíslan del mundo real. Louis C. K. da vida a Hird, un personaje combativo y admirable en muchas facetas, aunque tan militante que los excesivos mensajes y proclamas contra la burguesía ociosa podían llegar a enturbiar la calidad de sus propios escritos, como si fuera incapaz de narrar algo que no tuviera un objetivo para el partido. Y es un hecho que tampoco podemos obviar el sufrimiento que muchos artistas sufrieron en la Unión Soviética simplemente por no hacer girar toda su obra alrededor de la filosofía marxista. 



Auspiciado en un nepotismo claro y varias corruptelas, el universo de McCarthy es presentado en toda su miseria, aunque lo sorprendente es que aquella moderna estructura inquisitorial llegó a ser tan poderosa en un país auto-proclamado de las libertades que se permitió mandar a muchas personas (desde figuras de primer orden a gentes más anónimas pero que lo padecieron todavía más) a la ruina, presidio o exilio (por ejemplo, el mismísimo Charles Chaplin, quien hizo un contundente alegato en su película Un rey en New York [1957]). 



Dentro del elenco de secundarios, sobresale un espectacular John Goodman que deja algunas de las escenas cómicamente más memorables de todo el film. Con todo, buscando sacar punta, hay algún pequeño error (se escoge una escena de Vacaciones en Roma que fue improvisada por Gregory Peck, no escrita por Trumbo, para representar su participación en la película) que sería fácilmente subsanable (o, mejor todavía, haber jugado con la ironía de que su familia, que está viendo la escena con él en el cine, le atribuya el mérito de la ocurrencia en la Bocca della Verità, mientras él pone cara de circunstancias). 



Basado en el libro de Bruce Cook, Trumbo también se adentra en la vida íntima de su protagonistas, mostrando los sinsabores y la transformación de carácter que provocó en el guionista su clandestinidad para desarrollar su oficio, pagándolo de la manera más injusta con su propia familia y seres queridos más cercanos. 



Un biopic de una figura extraordinaria dentro de la industria y que, además, permite un ejercicio metaficcional. Y es que hubo una época donde armó gran revuelo que JFK fuera al cine a ver una película llamada Espartaco.



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



http://www.filmaffinity.com/es/film609114.html



http://www.post-gazette.com/ae/movies/2015/11/25/Michael-Stuhlbarg-plays-Edward-G-Robinson-in-Trumbo/stories/201511250060



http://www.granadablogs.com/pateandoelmundo/trumbo/

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