domingo, 4 de octubre de 2009

EL JOVEN CÉSAR



Autor: Rex Warner.





Título: El joven César. The Young Caesar.

Si debo decir la verdad, el prendamiento con este libro fue casi instantáneo cuand lo conseguí adquirir hace ya mucho tiempo, en un kiosko muy cercano a mi antiguo piso. Pertenecía en la edición española a una línea muy interesate, una de esas colecciones tan típicas de septiembre, en este caso sobre "Los conquistadores". Me había gustado los tres primeros volúmenes sobre Alejandro Magno y con buen gusto hubiera seguido (algo que rara vez hago) toda la colección hasta llegar al final. Por desgracia, estas obritas tuvieron poca repercusión en la ciudad y solamente me he logrado agenciar alguna más en el mercado de libros de segunda mano en La Corredera. De hecho, durante un año pensé que "El Joven César" era una obra autoconclusiva hasta que me hice con "César Imperial", la segunda parte que por cierto también me gustó mucho.
En primer lugar decir que cuesta mucho decir nada nuevo de personajes tan manidos como Napoleón, César o por ejemplo, Colón. Los enfoques han sido muchos y la visiones, positivas y negativas, abordadas. Lo que me atrajó de la obra de Warner (gran conocedor de las obras latinas y griegas, auténtica garantía y muy buen traductor) fue el enfoque personalista. Warner toma el papel de César y decide ser el conquistador de las Galias aquella famosa noche tras la cena en casa de Lépido en plenos idus de marzo. Como bien se justifica al inicio, todo es absolutamente falso, simplemente es un juego de hipóteis en el cual, César esa noche de insomnio decide recordar algunos pasajes de su vida.
Aunque de es de lectura muy fluida y los pursitas históricos verán pocos errores y una buena adaptación del estilo de vida tardorrepublicano, siempre he creído que Warner comete un error de base en el arranque. Es del todo improbable que César recordase maniobras políticas y batallas que ya había menciondo en otros libros. Probablemente, nuestro autor sea consciente de ello, pero pretendiendo abarcar más público, no necesariamente familiarizado con el patricio, no se resite hacer una biografía al uso.
Entonces, ¿tanta reseña para una biografía bien escrita sin más? No, ni mucho menos. Admitiendo un error, lo que creo que permite a este libro escaparse de los corsés de espacio y tiempo es la visión intimista de las relaciones afectivas de César. Resulta conmovedor por ejemplo el capítulo donde se conmociona por el asesinato del general rebede Quinto Sertorio, apuñalado por sus amigos. En unos pocos pasajes, Warner, independientemente de si nos gustan no, hacen sentir al lector piedad por el destino del militar y también por César, que ingenuamente no sabe que está ante un déja vu, pues su propio destino está marcado a ser ejecutado por aquellos que más debían haberle querido y amado.

Y es aquí donde radica la gran fuerza de Warner, una sensibilidad impresionante trazando retratos de los protagonistas que desfilan por el jovencísimo protagonista. En especial un reflejo de la decadencia moral de esa sociedad es el retrato del feroz tío de César, Cayo Mario, antaño un gran hombre, cuando él le conoció, una deadencia con patas y problemas de agresividad y con el alcohol. El patetismo que pudiera tener Mario nunca cae en el tópico, pues Warner, disfrazado de César, recuerda que el lector/a estaba ante las ruinas de un viejo templo, pero un templo que en un pasado no tan lejano había sido grande y poderoso.

Siempre he pensado también que a pesar de ser ambicioso y con muy nulos escrúpulos, Julio fue un conversador excepcional, era imposible ascender en el Senado como lo hizo sin esa dosis de simpatía y gracia natural. Me hubiera gustado eso sí, que de manera más sutil, se hubieran indicado las sombras oscuras que poseía el futuro dictador. Por supuesto, Warner (que ya advierte en el prólogo de la edición "Su grandeza fue algo indiscutible, que esa grandeza fuera buena o terrible es un tema muy distinto") se escudará diciendo que César (sus Comentarios de las Galias son un ejercicio perfecto de manipulación) jamás habría hablado mal de sí mismo.Evidentemente, pero un escrito del talento de Warner podría habernos brindado algún detallito, un punto oscuro que nos hiciera pensar... umf, quizás nos esté engañando. Quizás como a tantos biógrafos, por reputados y bien preparados que estén, le ha terminado enamorando este adusto romano.

Y es que en verdad no quisiera que esta reseña demostrase ser demasiado anti-cesariana. Es evidente que aparte de sus puntos macabros y crueles, propios por otra parte, de muchos de los grandes generales de la Historia, César tiene algo que lo ha hecho excepcional a lo largo de los siglos, y eso, si lo captó muy bien Warner. Pocas personas han tenido mayor capacidad de hacer amigos. No pocas veces como con Craso o Pompeyo estos lazos tenían un fundamento interesado, económico y político, pero no lo es menos que en muchísimas ocasiones fue algo libremente dado y ofrecido. No hacía ascos como muchos de sus conciudadanos a lo extranjero, era capaz de enfrentarse a otras culturas con respeto y admiración, a la par que no hacía distinciones por sangre para introducir a alguien que se mostrase digno en su círculo. Virtudes que por otra parte podían cambiar en cuento esas civilizaciones se interpusieran directamente en su camino.

Impresionante resaltamiento de esa dependencia de César de sus amigos en algunos pasajes, aunque muchas veces nos encontramos ante un tipo frío, inteligente, brillante y manipulador, que probablemente no crea ni en los dioses, parece muy dolido ante la falta de confianza. Hay un ejemplo en especial, cuando habla de Tito Labieno, su brillanta lugarteniente durante sus batallas contra los compatriotas de Astérix, quien finalmente le abandonó por la causa pompeyana y le combatió hasta su muerte. Al hablar de él, a pesar de la sangre derramada y el odio que se terminaron profesando, Warner apostilla cuando César le remomora "Mi amigo Labieno y yo (aún me agrada pensar en él como amigo) fuimos a...". Puede ser una tontería y un exceso de sensibilidad adolescente cuando lo leí, pero comulgó muchísimo con esa forma de pensar y no puedo negar que esos pequeños gestos son los que hacen que esta novela historica merezca algo más de una re-lectura.

Si el libro se hubiera centrado en perfiles de personajes y en las relaciones amorosas (algo que hubiera dado mucho juego teniendo en cuenta el estilo mujeriego del romano), quizás hubiéramos podido toparnos con una de las mejores descripciones de la psique de los grandes protaginistas de esos años cruciales. No es así, por lo que a veces pensaremos que Craso y Pompeyo están demasiado oscurecidos, aunque al menos, con Cicerón tenemos una ventaja, y es que Warner pilota como un maestro en los tema literarios. Su forma de ver al arpinate a través de los ojos del protagonista es enriquecedora y a la vez tiena, a veces un literato genial, otras un arribista empequeñecido ante la nobleza, un poeta mayúsculo, un arrogante cónsul, un idealist, un ingenuo... Los admiradores de Cicerón disfrutarán de su condición de secundario de lujo.

Si bien algunas de las partes se hacen un poco cuesta arriba por la acumulación de cargos y ascensos, pasaje como La Conjuración de Catilina devolverán toda la atención sobre la palabra escrita. En definitiva, un ejemplo perfecto de este género -ya tocaba que una apareciera en este blog- y muy ligera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario