Título: Groucho y yo/ Groucho and me.
Autor: Groucho Marx.
Edición manejada: Tusquets editores.
Año de publicación: 1.985.
Lo malo de viajar es que a lo largo del camino existen muchos tiempos muertos. Huecos de espacio que nos vemos obligados a rellenar apoyados en la paciencia. Recién vuelto de Londres, paré unos días por Cataluña, donde tengo familia. Para matar una de las sobremesas, pude lograr que un apreciado pariente me prestase un libro que llevaba mucho tiempo en mi agenda de pendientes, nada menos que Groucho y yo, obra del marxista más famoso de todos los tiempos… el incomparable Groucho, líder de los célebres hermanos humoristas.
Pero en ocasiones a los seres humanos nos ocurre una sensación con aquello que ansiamos, nos generamos a nosotros mismos unas expectativas, que no siempre tienen porque cumplirse y eso, no es culpa ni del objeto o persona que era receptor de esos anhelos, sino simplemente de nuestro exceso de celo en la cuestión. Recordando otros libros de esta índole de la editorial Tusquets (mención especial a los incomparables relatos de Woody Allen, auténtico maestro de la carcajada fácil si le das una máquina de escribir), al saber que llevaba la firma de Groucho, consideraba que si en quince minutos no me estaba partiendo de la risa, era que me habían equivocado los pastas y que en realidad estaba devorando un manual de Cálculo Avanzado.
Escrito ya al final de sus días, el genial cómico da breves pinceladas biográficas, habla mucho de dinero (quizás condicionado por sus humildes orígenes que le obligaron a pasarlas canutas en su juventud y a haber dilapidado muchas de sus ganancias en el malogrado crack del 29) y un poquito de lo que mejor sabía hacer, es decir, reír. De los detalles de su vida, advertir a los amantes del chismorreo que se enfrentan a un perro viejo de olfato fino, Groucho sabe perfectamente qué contar y qué callarse. Las únicas preguntas que caben hacerse de lo que va desgranando es si su padre era verdaderamente tan mal sastre o si Chico efectivamente cometía el más imperdonable de los errores: apostar… y lo que era peor, perder dicha apuesta.
A los que aún no conozcan esta obra le sorprenderá saber el poco espacio que dedica su autor a los que les ha hecho hoy finalmente muy recordados y célebres, sus películas. En efecto, el minucioso recorrido de sus aventuras teatrales y musicales ocupa una buena dosis de espacio, lo cual hace palidecer aún más la parca información de sus intervenciones en el séptimo arte, salvando algún detalle de Una noche en Casablanca (obra que por cierto dio lugar a una desternillante querella epistolar entre Groucho y la Warner Bros) y Una noche en la Opera.
Curioso pero a fin de cuentas comprensible, Groucho nunca estuvo muy enamorado del mundo del cine, al igual que con su última etapa en la televisión y radio (donde dejó un magnífico borrador de presentador borde y cínico que ha sido muchas veces copiado pero pocas igualado), básicamente estaba ahí por el dinero, lo cual no quita que su labor fuera extraordinaria. También pasa de puntillas sobre lo difícil que era de dirigir, de cómo torpedeaba a la pareja romántica que los guionistas le imponían y su manía de improvisar. Más ingrato me parece que no haya ninguna mención a la afable y entrañable Margaret Dumont, perfecto molde de la viuda rica que tantas veces colaboró con el bigote pintado más famoso del mundo y que era una rendida admiradora suya.
Para los amantes de las anécdotas, decir que por supuesto las hay, algunas de ellas realmente impensables salvo que sepamos que su protagonista es nuestro cómico. Su manera de burlarse de mitos sexuales como Ava Gadner o de presidentes latinoamericanos que le recibían dejará de piedra a los amantes de lo políticamente correcto. Desesperará su manía de medirlo todo por el vil metal, pero a fin de cuentas, aquellos eran sus principios… y si no nos gustan, nos darán otros. También encontraremos en la obra la mítica máxima de “Jamás pertenecería a un club que aceptará a gente como yo como miembro”.
Otras anécdotas me parecen maravillosamente adornadas y no sé hasta qué punto pueda haber influido el bardo a la hora de embellecerlas. Cierta cita romántica con una belleza en un automóvil a la luz de la Luna que termina saliendo mal y los azares de Harpo y él en una despedida de soltero, parecen muy bien narrados y desternillantes para haber ocurrido en el mundo terrenal que todos conocemos. Pero con un mago como éste nunca se sabe.
Inteligente aunque ya muy mayor y de vuelta de todo, el libro quizás hubiera podido ser más emotivo y divertido de haberse empezado a construir en otro momento, pero quizás, y esto es valoración personal muy discutible, que el mayor de los Marx ya empezaba a preocuparse más bien poco de todo, tras una vida azarosa, una entre un millón sin lugar a dudas, a pesar de los productores (que según él siempre tienen el nombre de Delaney).
Probablemente alguien tan cansado de todo como Groucho no hubiera gastado su valioso tiempo leyendo una obra como ésta o mucho menos gastándose sus ansiados dólares en compararlo… pero nosotros, pensamos de otro modo y es realmente necesario sumergirse en las memorias de este tipo singular, ambivalente, irregular… y por encima de todo, listo, rápido y genial.
Tras la biografía y acabar su carrera en el mundo del espectáculo, solamente le quedaba un último movimiento para volver a dejarnos boquiabiertos… “Perdonen que no me levante”, probablemente la primera y de momento única vez que alguien ha tenido la osadía de reírse de la temida dama oscura… aunque probablemente incluso ella tuviera que contenerse las carcajadas… como casi siempre que Groucho hablaba.
Autor: Groucho Marx.
Edición manejada: Tusquets editores.
Año de publicación: 1.985.
Lo malo de viajar es que a lo largo del camino existen muchos tiempos muertos. Huecos de espacio que nos vemos obligados a rellenar apoyados en la paciencia. Recién vuelto de Londres, paré unos días por Cataluña, donde tengo familia. Para matar una de las sobremesas, pude lograr que un apreciado pariente me prestase un libro que llevaba mucho tiempo en mi agenda de pendientes, nada menos que Groucho y yo, obra del marxista más famoso de todos los tiempos… el incomparable Groucho, líder de los célebres hermanos humoristas.
Pero en ocasiones a los seres humanos nos ocurre una sensación con aquello que ansiamos, nos generamos a nosotros mismos unas expectativas, que no siempre tienen porque cumplirse y eso, no es culpa ni del objeto o persona que era receptor de esos anhelos, sino simplemente de nuestro exceso de celo en la cuestión. Recordando otros libros de esta índole de la editorial Tusquets (mención especial a los incomparables relatos de Woody Allen, auténtico maestro de la carcajada fácil si le das una máquina de escribir), al saber que llevaba la firma de Groucho, consideraba que si en quince minutos no me estaba partiendo de la risa, era que me habían equivocado los pastas y que en realidad estaba devorando un manual de Cálculo Avanzado.
Escrito ya al final de sus días, el genial cómico da breves pinceladas biográficas, habla mucho de dinero (quizás condicionado por sus humildes orígenes que le obligaron a pasarlas canutas en su juventud y a haber dilapidado muchas de sus ganancias en el malogrado crack del 29) y un poquito de lo que mejor sabía hacer, es decir, reír. De los detalles de su vida, advertir a los amantes del chismorreo que se enfrentan a un perro viejo de olfato fino, Groucho sabe perfectamente qué contar y qué callarse. Las únicas preguntas que caben hacerse de lo que va desgranando es si su padre era verdaderamente tan mal sastre o si Chico efectivamente cometía el más imperdonable de los errores: apostar… y lo que era peor, perder dicha apuesta.
A los que aún no conozcan esta obra le sorprenderá saber el poco espacio que dedica su autor a los que les ha hecho hoy finalmente muy recordados y célebres, sus películas. En efecto, el minucioso recorrido de sus aventuras teatrales y musicales ocupa una buena dosis de espacio, lo cual hace palidecer aún más la parca información de sus intervenciones en el séptimo arte, salvando algún detalle de Una noche en Casablanca (obra que por cierto dio lugar a una desternillante querella epistolar entre Groucho y la Warner Bros) y Una noche en la Opera.
Curioso pero a fin de cuentas comprensible, Groucho nunca estuvo muy enamorado del mundo del cine, al igual que con su última etapa en la televisión y radio (donde dejó un magnífico borrador de presentador borde y cínico que ha sido muchas veces copiado pero pocas igualado), básicamente estaba ahí por el dinero, lo cual no quita que su labor fuera extraordinaria. También pasa de puntillas sobre lo difícil que era de dirigir, de cómo torpedeaba a la pareja romántica que los guionistas le imponían y su manía de improvisar. Más ingrato me parece que no haya ninguna mención a la afable y entrañable Margaret Dumont, perfecto molde de la viuda rica que tantas veces colaboró con el bigote pintado más famoso del mundo y que era una rendida admiradora suya.
Para los amantes de las anécdotas, decir que por supuesto las hay, algunas de ellas realmente impensables salvo que sepamos que su protagonista es nuestro cómico. Su manera de burlarse de mitos sexuales como Ava Gadner o de presidentes latinoamericanos que le recibían dejará de piedra a los amantes de lo políticamente correcto. Desesperará su manía de medirlo todo por el vil metal, pero a fin de cuentas, aquellos eran sus principios… y si no nos gustan, nos darán otros. También encontraremos en la obra la mítica máxima de “Jamás pertenecería a un club que aceptará a gente como yo como miembro”.
Otras anécdotas me parecen maravillosamente adornadas y no sé hasta qué punto pueda haber influido el bardo a la hora de embellecerlas. Cierta cita romántica con una belleza en un automóvil a la luz de la Luna que termina saliendo mal y los azares de Harpo y él en una despedida de soltero, parecen muy bien narrados y desternillantes para haber ocurrido en el mundo terrenal que todos conocemos. Pero con un mago como éste nunca se sabe.
Inteligente aunque ya muy mayor y de vuelta de todo, el libro quizás hubiera podido ser más emotivo y divertido de haberse empezado a construir en otro momento, pero quizás, y esto es valoración personal muy discutible, que el mayor de los Marx ya empezaba a preocuparse más bien poco de todo, tras una vida azarosa, una entre un millón sin lugar a dudas, a pesar de los productores (que según él siempre tienen el nombre de Delaney).
Probablemente alguien tan cansado de todo como Groucho no hubiera gastado su valioso tiempo leyendo una obra como ésta o mucho menos gastándose sus ansiados dólares en compararlo… pero nosotros, pensamos de otro modo y es realmente necesario sumergirse en las memorias de este tipo singular, ambivalente, irregular… y por encima de todo, listo, rápido y genial.
Tras la biografía y acabar su carrera en el mundo del espectáculo, solamente le quedaba un último movimiento para volver a dejarnos boquiabiertos… “Perdonen que no me levante”, probablemente la primera y de momento única vez que alguien ha tenido la osadía de reírse de la temida dama oscura… aunque probablemente incluso ella tuviera que contenerse las carcajadas… como casi siempre que Groucho hablaba.
Muy buena reseña, amigo El viejo.La verdad, no creo que el libro tuviera como objetivo que el lector se desternillara, pero es innegable,como dices, que tiene anécdotas graciosas que regocijarán a cualquier fan de los Marx. No recuerdo haberle encontrado los ligeros defectos que mencionas, aunque, todo hay que decirlo, lo leí cuando era mucho más joven e indulgente (O Tempora, O mores)
ResponderEliminarEn lo absoluto significa que cuando fueras joven signifique que no pudieras valorar en su justa medida este curioso libro. Como ya apunto, el defecto en todo caso sería mío por ir con una serie de predisposiciones.
ResponderEliminarLo que si te invito es a una re-lectura cuando tengas tiempo. Gracias por tu comentario, espero que nos veamos pronto y estés disfrutando tus viajes.