Las expectativas estaban por todo lo alto. La alianza de dos guionistas del talento de Ed Brubaker y Greg Rucka había logrado que la comisaría de Gotham fuera tan interesante como cualquier aventura superheroica de Batman. Hazaña que se revestía de doble mérito, atendiendo a que lo hacían con el carismático Jim Gordon retirado de funciones. Durante los primeros números, la serie colocó los cimientos para que la audiencia disfrutase de un cómic noir repleto de verosimilitud y vulnerabilidad de los protagonistas (En el cumplimiento del deber).
Además contaban con el dibujante perfecto. Los lápices de Michael Lark tenían una elegancia muy semejante a la de David Mazzucchelli cuando pintaba esa hermosa metrópoli con callejones a los que les gustaba estar sucios. ¿Qué podía hacerse para mantener el ritmo marcado? La respuesta estaba clara: colocar a uno de los pesos pesados de la colección original, la mítica creación de Bill Finger: el Joker. Es decir, caos y anarquía. Si el psicópata de las viñetas era capaz de poner en jaque al Murciélago en persona, ¿qué posibilidades tendrían agentes de carne y hueso de frenar sus desquiciados planes?
Si Lark deslumbró en el arco de Renée Montoya (cuyas consecuencias familiares y sociales siguen coleando en este segundo tomo), aquí parece todavía más hecho y convencido de cómo va a narrar gráficamente la historia. Hay un ambiente de frío invernal riguroso, en un clima de tensas elecciones para la alcaldía. Grandes almacenes repletos de ávidos consumidores con sus compras navideñas. Justo el lugar donde alguien como el Joker se mueve con una facilidad pasmosa para sembrar dolor.
Rucka y Brubaker hacen algo más que contar una trepidante investigación. De hecho, confirman lo que siempre estuvo en el subtexto de los clásicos enfrentamientos de Batman contra su Némesis. Que son dos criaturas más allá del bien y del mal, dos jugadores avezados donde uno de ellos no duda en sacrificar cuantas piezas le sean precisas para fastidiar al Caballero Oscuro. Aquí observamos como esa sensación mina la confianza de este curtido cuerpo policial. Arrestar al payaso sin usar la famosa señal se convertirá en una especie de orgullo profesional.
Perfectos conocedores de su casting, los creadores no dudan en plantear los tonos grises. No caen en el tópico de que todos los agentes que desconfían del héroe enmascarado sean torpes, corruptos o envidiosos. Crispus Allen, uno de los mejores detectives de la saga, ha sufrido malentendidos que lo llevan a considerar a Batman como una fuente de problemas antes que soluciones. Los guionistas nos llevan por el terreno que quieren, puesto que provocan enfrentamiento entre dos personalidades dignas de admiración y donde no queremos tener que escoger bando.
Además, Gotham Central se niega a permanecer en un compartimento estanco aislado del resto del universo DC. Un ejemplo sería la incorporación de Maggie Sawyer, quien antes de Gotham había servido al cuerpo en Metrópolis. La perspicaz visión de Maggie sirve para entender la gran diferencia entre dos de los héroes más carismáticos del cómic. Ningún policía de su antigua urbe tendría dudas sobre el tipo de la gran S, mientras que solamente un minoritario sector en la comisaría tiene plena confianza en el Murciélago.
Lark se tomará un breve descanso tras el agridulce y magistral desenlace de este arco. Sería bien cubierta su ausencia por Brian Hurtt y Stefano Gaudiano. Nos deparan alguna pequeña joya como "La vida está llena de decepciones". El dibujante principal volverá con más fuerza que nunca para otro trepidante caso que incluye apuestas deportivas y accidentes convenientes. Rucka y Brubaker vuelven a demostrar que no toman atajos fáciles cuando recuperan a Harvey Bullock, una de las personalidades más singulares que han llevado placa en los días de Gordon al frente de las operaciones.
Chapado a la antigua, rudo, con métodos expeditivos para arrancar confesiones y con un problema claro con la bebida, el viejo Harvey tiene más aristas de las que pudieran pensarse. La propia Montoya lo comprobará cuando vuelva a reencontrarse con su antiguo compañero. Uno podría esperar cualquier barbaridad por parte del viejo poli tras los últimos descubrimientos sobre su compañera, sin embargo, lo único que decepciona a Bullock es que, tras tanto tiempo sirviendo juntos, no se atreviese a confiarle su secreto.
Y es que este segundo tomo nos confirma que estos personajes tienen un aroma a realidad que engancha. Porque los vemos con su familia y amigos. Caer y levantarse. Ser capaces de lo abyecto y lo sublime. En resumen, Gotham Central seguía tocada por la varita mágica tras los primeros veinte y dos números.
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