"Si hay que pisar cristales, que sean de bohemia"-Joaquín Sabina.
Para los neófitos, siempre será algo cercano a la magia. Aquellas personas que, como es mi caso, carecemos de la más elemental habilidad manual, contemplar a un gran artesano haciendo su trabajo supone poco menos que un embobamiento. Una de las posibilidades que Venecia brinda a los turistas son las excursiones a la isla de Murano, lugar de longeva fama como cuna de algunos de los cristales más famosos del mundo.
Los talleres en ese rincón alejado del mundanal ruido suelen hacer acuerdos con las compañías que llevan a los turistas a contemplar el magisterio de sus expertos en los hornos. Observar como el elemento es manipulado hasta lograr adoptar la forma, por ejemplo, de un caballo, es una verdadera delicia. No en vano, se dice que no son menos de siete años de aprendizaje para poder adquirir esa técnica de una manera realmente notable.
En realidad, Murano se compone de varias pequeñas islas unidas mediante puentes. Debido al temor que existía en la ciudad de Venecia por los incendios que provocaban los hornos, la industria se fue trasladando desde finales del siglo XIII a este enclave. Los vaporetti siguen peregrinando por los materiales de estos destacados artesanos, demostrándose, nuevamente, que la mejor publicidad que existe es la generada por el boca a boca.
La Orden del Fénix
Presten atención especialmente a la manera de soplar el cristal, aspecto clave para la modelar la figura que se pretende. Un pase por este pequeño archipiélago permite, además, probar un pescado muy fresco, como dirían por cierta aldea gala, así como el disfrute de varias pastelerías con productos típicos de la localidad, con especial talento para las pastas.
Cerca estaría también San Michele, un caso curioso, puesto que se trata, nada menos, que de la isla-cementerio para Venecia. En el pasado, era frecuente transportar los cuerpos de las personas finadas hasta allí. En las otras, la crisis también ha dejado su paso, puesto que no pocas fábricas han terminado siendo abandonadas o reconvertidas en lugares residenciales.
Si el arte del cristal se terminó trasladando fuera, Venecia sí ha mantenido desde sus inicios una fuerte relación con el mundo escénico que pervive. Por ejemplo, la Fenice, en el lujoso sestiere de San Marcos, ha hecho honor a su nombre, manteniendo su romance con la ópera a pesar de dos grandes incendios, siendo reconstruida desde sus cenizas con todo lujo de ornamentos en sendas ocasiones.
Cortigiane oneste
Si andan por esos lares, permanezcan atentos al programa del Teatro Comunale Carlo Goldoni, pues se espera próximamente una obra que cuenta en el reparto, entre otras luminarias, con la presencia de Toni Servillo, el magnífico protagonista de La gran belleza (2013) de Paolo Sorrentino. Aunque personajes reales, Venecia ha ascendido en su imaginario popular como leyendas a dos figuras profundamente incomprendidas: Giacomo Casanova y Verónica Franco.
Todavía a día de hoy la palabra Casanova tiene la connotación de conquista amorosa. No obstante, tal vez lo más curioso sea que el personaje real ha sido mucho más fascinante que cualquiera de sus adaptaciones teatrales o a la gran pantalla; hazaña nada pequeña, habida cuenta de que el propio Federico Fellini usó al galán veneciano para hacer un provocador relato de la sonata de invierno del don Juan transalpino. Perseguido por las autoridades religiosas por su brujería (en realidad, era un apasionado alquimista), legó una exquisita biografía escrita en francés, el lenguaje más elitista en la Europa del siglo XVIII.
Igual que su colega, Verónica Franco ha pasado a la Historia con el título de seductora, la cortesana más codiciada de la Serenissima. Pese a que, en ocasiones, esas labores llevaban aparejados encuentros sexuales, Franco poseía un ramillete de virtudes que sobrepasaban en mucho la simple belleza física. Excelente relaciones públicas, dotada poetisa y amante del sibaritismo en su máxima expresión, antecedió a Casanova en tener problemas con el Santo Oficio. Como toda gran estrella que se precie, falleció muy joven y en un ingrato olvido de la ciudad que llegó a pagar 15 escudos por un simple beso suyo. Eso sí, antes había fundado una casa de retiro para colegas de profesión, incidiendo, tema tabú para su tiempo, en la necesidad de la educación para mejorar la condición de desigual de las mujeres.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
-Horno de la Vetreria artistica Emmedue (isla de Murano) [Fotografía tomada por el autor del blog]
-Teatro Comunale Carlo Goldoni [Fotografía tomada por el autor del blog]
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