domingo, 18 de septiembre de 2016

EL TRIUNFO DE LA ESTÉTICA: EL GATOPARDO


Todo depende de cómo se cuente. La imagen de un soldado borbónico desangrado que se postra ante un limonero siciliano no es especialmente agradable. Sin embargo, como casi todo lo que cuenta Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela El Gatopardo, se obra el prodigio de que esta triste realidad se convierte en algo más. Adquiere belleza. Se pueden hacer muchas definiciones de esta pieza literaria, todavía hoy recomendada para cualquier persona que quiera acercarse ociosamente a los días en los que Garibaldi y sus Camisas rojas iniciaban lo que luego la Historia dio a conocer como la Unificación Italiana. Lo que resulta indiscutible es una cosa: estéticamente, es difícilmente superable. 



Una aureola de mito ha rodeado el proceso de edición del relato del Príncipe de Salina, aunque la realidad suele ser más complicada que el tópico romántico del genio incomprendido. Publicada de manera póstuma, lo cierto es que ya cosechó generosas críticas incluso en los lugares donde fue descartada, aunque el propio escritor ya advertía que no consentiría que sus herederos gastasen de su propio dinero para que viera la luz el texto, pues debía de ser por sus méritos. Hermosa cláusula que don Fabrizio no hubiera dudado en aplaudir.  



Lampedusa conocía, tal y como marca la pauta de pensamiento de los esclarecidos, el secreto para concebir una pieza artística que pudiera interesar: habla de lo que sepas. En su caso, de un mundo que estaba desapareciendo en una bruma de nostalgia, el recuerdo de bailes y salones, hermosas piezas de porcelana y exquisitos modales. El gatopardo es un lamento sordo, un brindis por los antepasados de su propio linaje. Finalmente, él mismo admitió que sospechaba que los había hecho más inteligentes y encantadores de lo que en realidad fueron. Lo primero exhibe lealtad, lo segundo, inteligencia.  


Y es que varios factores han permitido a este exótico animal pervivir en el imaginario popular, más allá incluso de los ideales de su autor. No es necesario que compartamos su versión edulcorada e irreal de lo que debía de ser la aristocracia siciliana de la época, tampoco su oportunista relación de aprovechamiento/desprecio de los insurgentes de Garibaldi, simplemente, El gatopardo lleva en un rítmico baile a sus afortunados lectores para embelesar a propios y extraños. Si ahondamos un poco, la trama principal no deja de ser de una simpleza absoluta. 



Todo se reduciría en el hábil matrimonio que el ambicioso don Fabrizio orquesta para su joven sobrino Tancredi, el más encantador de sus parientes, quien será ligado a Angélica, la hija del adinerado don Calogero, un hombre sin ilustres antepasados en su árbol genealógico para los altivos Salina, pero, ¿desde cuándo ha importado eso cuando se puede enlazar con unos advenedizos burgueses que permitirán al clan de sangre azulada seguir con su elevado tren de vida? 



Nuevamente, como en el desventurado soldado moribundo, todo depende del enfoque. Ese simple contrato matrimonial se convierte en un ejemplo de profundización digno de Rojo y Negro (reseña), algo que no es nada inusual, puesto que Stendhal era uno de los referentes de Lampedusa, quien tomó buena nota de la forma del maestro de adentrarse en la psique de sus criaturas en las páginas manuscritas. El cortejo de Tancredi a Angélica es una excepcional reflexión vital que vemos a través del perspicaz diagnóstico que don Fabrizio hace de todo el asunto. 


Y es que el erotismo y la pasión que transmite la atracción casi inmediata que se ejercen Tancredi y Angélica está narrada de una manera inmejorable. Asimismo, tampoco hay exceso de idealización por parte de Lampedusa, quien no se engaña a la hora de mostrar los defectos del encantador Tancredi, o a la hora de ahondar en las exigencias de Angélica para su pareja, donde ella misma se confiesa que la inteligencia no sería la prioritaria. En el caso de la novia, su arco es incluso mayor que en el del sobrino, puesto que va sofisticándose y absorbiendo el ideario de su nueva Casa, volviendo a confirmar la máxima del cualquier arribista que se precie: se ingresa en el privilegio para disfrutar de él, no para dinamitarlo. 



Otro personaje omnipresente es Sicilia, la isla preside cada uno de los movimientos de los integrantes de esta aventura. Descrita como una tierra indómita y con una capacidad única para adaptarse, experta en la seducción de sus presuntos conquistadores para llevarlos a su terreno. Con todo, una de las frases más celebradas de la novela, "Algo debe cambiar para que todo siga igual" es debatida por las diferentes versiones existentes del manuscrito original. 



Se non è vero, è ven trovato. Lo único que queda claro es la fascinación que seguirá ejerciendo este relato en nosotros, el mismo arrebato que Angélica provoca en el ilustre don Fabrizio durante el baile. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://www.gandhi.com.mx/el-gatopardo



-http://www.siciliainformazioni.com/pasquale-hamel/391572/palermo-e-la-belle-epoque-ne-il-cacciatore-darte



-http://www.iberlibro.com/Gatopardo-Giuseppe-Tomasi-Lampedusa-Alianza-Editorial/12430235168/bd

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