Durante mucho tiempo fue considerado el Mozart del ajedrez. Un niño prodigio que presentaba una estampa única en mitad de torneos de caballeros que lucían impecables corbatas y gesto taciturno. Pero se trataba algo más que de deporte. Hubo una época donde el nombre de Bobby Fischer resultó una pieza destacada en la incansable Guerra Fría que la URSS y los Estados Unidos vivieron tras la II Guerra Mundial. Hoy, hablaremos de una biografía que aborda sus partidas más célebres y la historia escondida tras el tablero.
El autor de Endgame es Frank Brady, quien habla con conocimiento de causa sobre la cuestión, pues había ejercido de presidente en el Marshall Chess Club y gozó de una fuerte cercanía con Fischer, al cual ha consagrado otros trabajos. Con todo, las páginas que nos ocupan ahora son el final del camino, la regesta y reflexión de todo lo visto con anterioridad para explicar el tormento y el éxtasis que suele ir asociado a la genialidad del ser humano.
Lo más meritorio de este estudio radica en alcanzar una alquimia en el relato que permite disfrutar del mismo a aquellas personas que no estamos versadas en la disciplina. Obviamente, los analistas gozarán a mayores niveles algunos compases de la formación a través de diferentes mentores del hábil niño criado por la excepcional Regina (una mujer que merecería un libro aparte y resultó tachada de sospechosa por la enfermiza caza de brujas del comité de actividades antiamericanas), pero nunca se hace tedioso o excesivamente técnico.
Obviamente, si hay un duelo que se destaca en el estudio es el Spassky versus Fischer, aquellas partidas contra el maestro soviético que multiplicaron la afición por la disciplina en todo el globo. Irónicamente, el joven Bobby había aprendido de estrategia y tácticas leyendo a los maestros rusos, no pocas veces en la lengua europea, pero en aquella contienda él se expuso como un gladiador más de la Guerra Fría. Se trataron de dimes y diretes, negociaciones constantes y excentricidades varias, propaganda sucia entre ambas superpotencias. Como fuere, lo que ocurrió en la confrontación de alfiles, torres, caballos, damas y peones, pasaría a los anales por unos pulsos donde la audacia, la memoria y la imaginación se pusieron a prueba.
"Por favor, no decepciones a las millones de personas que te toman como un ejemplo a seguir". Tal fue la súplica de su madre tras aquel éxito que la administración Nixon enseñoreó a bombo y platillo, convirtiendo a Fischer en una marca registrada. Convertido ya en celebridad pública y no el joven prodigio que dejaba boquiabiertos a los asistentes a partidas rápidas en Brooklyn, el protagonista, como Brady no duda en señalar, reflejó sombras inquietantes. Lector devoto de Los protocolos de los sabios de Sion (falacia hábilmente inmortalizada en cómic por W. Eisner), Fischer, ignorando su propia ascendencia, realizó varias declaraciones antisemitas que no podían causar sino estupefacción y desilusión en muchos de sus seguidores. Paulatinamente, su discurso se hizo más exacerbado, repleto de odio e incoherencia.
Otra de las facetas más ignoradas para el gran público fue la religión. Durante sus primeros años no parecía que fuese a ocupar un lugar relevante, pero tuvo su particular caída de Damasco. Igual que con la afición que lo popularizó, Fischer abrazó su descubrimiento con disciplina casi espartana y apasionamiento. No siempre parecía canalizarla de la manera correcta, reflejo de un carácter ingobernable. Aunque tuvo momentos de felicidad y desconexión (especialmente sus estancias en Filipinas), el equilibrio pareció eludir su carrera profesional y personal, colocando en el ojo del huracán al personaje antes que la persona.
Tras su momento cumbre, el campeonato de Islandia, su figura desapareció y la leyenda urbana de los rumores hizo el resto. Son, sin discusión, algunas de las páginas más absorbentes de esta vida. La tensión de la Guerra Fría hizo pensar al ajedrecista que sería objeto de mil complots e intentos de asesinato por parte de la KGB. Se aisló del mundo, rechazó ofertas millonarias y vagabundeó por algunas de las peores zonas de Los Ángeles, llegando a ser detenido por la policía, básicamente por su aspecto desaliñado y una bolsa vieja con lecturas que incitaban al odio. Poco quedaba de aquella imagen juvenil y que su país había utilizado como estandarte.
Los tabloides más amarillentos hicieron el resto, hasta el punto de que aquellos que lograron seguir su rastro se mostraban sorprendidos de que Fischer no había caído en la espiral auto-destructiva que pregonaban. Era visible su deterioro físico y manías, pero en muchas facetas de la vida su comportamiento era absolutamente racional. Paradojas de la vida, Spasskys, su antigua Némesis deportiva, fue uno de los que luchó por sacarla de esa espiral, manteniendo ambos oponentes una cordial amistad, la misma de la que eran incapaces sus regímenes. Otra inteligencia de la Europa del Este, Zita Rajcsanyi, por aquel entonces una de las promesas del ajedrez húngaro, le escribió cariñosas cartas donde se repetía una y otra vez la misma cuestión: "¿Por qué dejaste de jugar?"
Conviene en este punto dejar de martillear al amable lector con tantos spoilers. Baste decir que es la faceta humana de Endgame la que convierte a esta obra en una experiencia fascinante, al más puro estilo de lo que, nos guste más el tenis o no, hacía Open de Andre Agassi.
Tras su momento cumbre, el campeonato de Islandia, su figura desapareció y la leyenda urbana de los rumores hizo el resto. Son, sin discusión, algunas de las páginas más absorbentes de esta vida. La tensión de la Guerra Fría hizo pensar al ajedrecista que sería objeto de mil complots e intentos de asesinato por parte de la KGB. Se aisló del mundo, rechazó ofertas millonarias y vagabundeó por algunas de las peores zonas de Los Ángeles, llegando a ser detenido por la policía, básicamente por su aspecto desaliñado y una bolsa vieja con lecturas que incitaban al odio. Poco quedaba de aquella imagen juvenil y que su país había utilizado como estandarte.
Los tabloides más amarillentos hicieron el resto, hasta el punto de que aquellos que lograron seguir su rastro se mostraban sorprendidos de que Fischer no había caído en la espiral auto-destructiva que pregonaban. Era visible su deterioro físico y manías, pero en muchas facetas de la vida su comportamiento era absolutamente racional. Paradojas de la vida, Spasskys, su antigua Némesis deportiva, fue uno de los que luchó por sacarla de esa espiral, manteniendo ambos oponentes una cordial amistad, la misma de la que eran incapaces sus regímenes. Otra inteligencia de la Europa del Este, Zita Rajcsanyi, por aquel entonces una de las promesas del ajedrez húngaro, le escribió cariñosas cartas donde se repetía una y otra vez la misma cuestión: "¿Por qué dejaste de jugar?"
Conviene en este punto dejar de martillear al amable lector con tantos spoilers. Baste decir que es la faceta humana de Endgame la que convierte a esta obra en una experiencia fascinante, al más puro estilo de lo que, nos guste más el tenis o no, hacía Open de Andre Agassi.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
http://www.casadellibro.com/libro-endgame-bobby-fischer-el-espectacular-ascenso-y-descenso-del-mas-brillante-prodigio-americano-al-filo-de-la-locura/9788416511044/2631643
http://www.echecs-photos.be/BobbyFischer-photos/slides/1970%20Boris%20Spassky%20vs%20Bobby%20Fischer%20at%20the%20XIX%20World%20Chess%20Olympiad%20in%20Siegen%20Germany%20in%20.html
http://www.nytimes.com/2008/01/18/obituaries/18cnd-fischer.html?_r=0
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