domingo, 21 de septiembre de 2014

EL HONESTO EMBUSTERO


Jack London los definía como celosos cancerberos de las puertas de la literatura. Gentes que no habían sido llamados por el fuego sagrado de la escritura, tomando como represalia cerrar sus dominios a todas aquellas nuevas hornadas de autores que querían acceder. Una visión divertida, aunque bastante sesgada, de lo que es un crítico literario. No todos, ni mucho menos, son villanescos correctores con un lápiz rojo y cara de pocos amigos, hay caso en las que una buena reseña u opinión personal es una pieza artística en sí, un mapa impecable de coordenadas precisas para invitar a los futuros lectores a abrir un libro que ya conoces, pero con otros ojos. 



Indudablemente, Mario Vargas Llosa pertenece a la categoría más elevada de los críticos literarios. Solo su brillantez como narrador y ensayista ha eclipsado el brillo de sus estudios de los trabajos de otros ilustres colegas de profesión. Historia de un deicidio (tesis magnífica, la cual él mismo parece haber arrinconados en el olvido), La orgía perpetua y tantos otros son el exponente de la sensibilidad aguda y la disección de cirujano que hace el peruano en las estructuras que se esconden tras la ficción. El artes es una mentira maravillosa y hay pocos jugadores que tengan la habilidad para detectar los seductores engaños que se manifiestan en La verdad de las mentiras, editada en España por Alfaguara. 




El Gran Gatsby, El extranjero, La granja de los animales, etc., una gran cantidad de libros y géneros desfilan por las páginas de esta recopilación de críticas, una auténtica delicia para el buscador de sherpas entre las montañas de tomos que hay en las bibliotecas de todo el globo. En la introducción, Vargas Llosa afirma que las personas quedan hechizadas cuando topan con una historia absorbente, creándose una complicidad como la del espectador con el mago habilidoso, el deseo de ser engañado con habilidad.  


Muertes venecianas, trópicos de cáncer, lolitas y tambores de hojalatas, entre otros, desfilan bajo la aguda mirada de un maestro en lo suyo; no es tan importante coincidir con el crítico como gozar de su estilo, poder disfrutar, a pesar del desacuerdo. Si bien me fascina como novela, madame Bovary no me cautiva tanto como al autor de las travesuras de la niña mala, pero en sus páginas me siento contagiado, no me enamoró tanto de Emma como de la imagen que se ha hecho Vargas Llosa. Ya lo apuntaba Rex Warner, probablemente, Clodia no mereciera ninguno de los versos de Catulo, pero, qué bueno que fuera capaz de provocarlos. 




Firmadas en París, Londres, Washington, Lima y muchos otros lugares, este benevolente inquisidor de las palabras muestra ese estilo que tan bien sentó a una obra posterior, Cartas a un joven novelista, la enésima epístola de amor que uno de los grandes responsables del boom latino con puente aéreo de Barcelona (junto con Gabo, Cortázar y una muy distinguida compañía) dedica al oficio al que el amante de la tía Julia ha permanecido más fiel en todos estos años. 



No solamente habla de los territorios más técnicos, también lo hace de las sensaciones personales que han suscitados estos maestros y maestras en uno de sus más hábiles aprendices, desde Chéjov a Virginia Woolf, pasando por Orwell, llegando hasta Nabokov. De igual forma, mantiene su lucha con la revolución digital, más que por meterle un dedo en el ojo a Bill Gates, por rememorar la atávica y magia sensación de intimidad de poder estar en un viaje a una isla desierta con un libro cuyas páginas pasan sus curiosas manos. Aunque aquí, Vargas Llosa me parece mucho más medido y fuerte en sus argumento que en La civilización del espectáculo, ensayo con un punto más acentuado de, bajo mi humilde opinión, de esnobismo.  


No es poco lujo tener de guía por las hojas de novelas tan renombradas a todo un Premio Nobel de Literatura, uno de los escritores más notables de su tiempo, punta de lanza de una generación privilegiada, la cual colocó a la cultura de América Latina en una posición que parecía estarle negada en el difícil campo de las letras universales. 



Y, ante todo, lo mejor de esta experiencia lectora es la irrefrenable gana que le entra al consumidor de volver a leer (o descubrir) los trabajos que han inspirado estas sagaces críticas. 




"Nada enriquece tanto los sentidos, la sensibilidad, los deseos humanos, como la lectura. Estoy completamente convencido de que una persona que lee, y que lee bien, disfruta muchísimo mejor de la vida, aunque también es una persona que tiene más problemas frente al mundo"- Mario Vargas Llosa. 


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