domingo, 16 de diciembre de 2012

LA ESCLAVITUD DE UNA PASIÓN

"La mujer es la reina del mundo, pero la esclava de un deseo"

 
       Emma Bovary no hubiera tenido ningún problema en reconocer al autor de esta cita, Honoré Balzac, uno de los grandes escritores franceses de comienzos del siglo XIX. Su centuria, el siglo donde este personaje ficcional de eterna inmortalidad literaria, paseó, como una mujer asfixiada por unas normas sociales que un escritor de inmenso talento, Flaubert, pretendió denunciar en un fresco tan cotidiano que termina por tornarse universal.
 
 
 
 
       Y es que nuestra madame fue una asidua lectora de novelas románticas, probablemente sin sospechar que algún día, serían sus desventuras las que serían coleccionadas en folletines por hombres y mujeres de todas las edades. No hace tanto tiempo, un peruano llamado Mario Vargas Llosa la homenajeaba en Travesuras de la niña mala (novela reseñada en este blog previamente) al personaje, no si antes haberle prestado su talento para la crítica literaria en el estudio Madame Bovary: La orgía perpetua (y no me digan que con semejante título no les mueve, siquiera un ápice, la curiosidad). En definitiva, si bien ella suspiraba en su pueblo natal por no haber visto nunca París, sus aventuras y desventuras fueron archi-conocidas en todo el globo, si bien Flaubert invadió su intimidad con la fogosidad de un impetuoso amante, dejó como recuerdo, la universalidad de la esposa de Carlos Bovary, un buen hombre que siempre la amó y sin otro pecado que no haberla podido comprender por más que hubiera querido.
 
 
 
 
        Siempre de rabiosa actualidad, deseo, amor y sexo (es sorprendente la de veces que las piezas de este triunvirato se evitan unas a otras, como si quemasen), viajaron a Córdoba, para lograr una muy notable entrada este fin de semana con dos representaciones, bajo la dirección de Magüi Mira y con adaptación de Emilio Hernández. No debe haber sido tarea nada fácil, el escenario es una herramienta tan maravillosa como complicada para condensar un relato narrativo intimista donde los pensamientos de los personajes juegan un papel fundamental y con muchos sobre-entendidos.
 
 
 
 
        Ana Torrent, que nos había privado de su presencia de un escenario durante diez años, vuelve a las tablas para encarnar a Emma, alguien tan reconocible a distancia como lo pudiera ser el mismísimo Alonso Quijano. No obstante, si bien tienen algo en común (inconformismo, predilección por la lectura y, como diría Sabina, vivir las vidas de lo que nunca seremos), Emma y el hidalgo tomaron rumbos diferentes. Incluso en su momento de mayor locura, hay algo en el hijo cervantino que nunca se desprende, la generosidad, aunque sea ingenua o errada. En el dibujo grácil de Flaubert, hay un egoísmo innegable, lo cual no dice que en muchos casos sea comprensible por el horrible destino que durante generaciones, las socieades han intentado deparar a la mitad de la población.
 
 
 
 
       Torrent cuaja una interpretación más que correcta, evolucionando de manera adecuada y marcando la evolución del personaje desde su "jaula de oro", rodeada por las atenciones de su marido en la aldea, hasta sus despilfarros en Ruán y su manera de buscar en lo prohibido, lo extra-matrimonial y lo que vulnera las leyes, una satisfacción pernennemente insatisfecha. La impresión que pude sacar, en inmejorable compañía de un gran amigo, fue que la actriz fue de menos a más a lo largo de la representación. 
 
 
        La acompañarán durante este viaje, Armando del Río como Rodolfo, la primera tentación en la que se deja caer con gran alegría la respetable pero aburrida señora del doctor. Este aristócrata vividor, representa la pasión descarnada y egoísta, el amor de un don Juan Tenorio sin redención, el máximo interés con una copa en la mano durante una noche y el sueño indiferente mientras canta el gallo, ignorando las caricias de la amante que ya ha perdido la seducción reto. Balzac hubiera podido advertir a Emma sobre esa esclavitud dulcísima al principio y que termina siendo humillante.
 
 
 
 
         Fernando Ramallo escenifica a León, el aprendiz de poeta, de horribles versos pero que encuentra a su maestra en la pasión de una mujer que sabe llevar sus riendas. Por momentos, Ana Torrent, cuando comparte escena con él, recuerda a Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo, la humana y más que comprensible necesidad de volver a sentirse joven, como antes de ser prometida, a través de la inocencia de un elemento extraño, un devoto admirador, menos impulsivo y carnal que Rodolfo, pero más delicado... aunque de los versos rara vez se come y los préstamos no son tan perpetuos como las orgías, por seguir al peruano. Es el idilio que cuando acontece un verano deja un grato recuerdo que puede tornarse en amargo si prosigue y vuelven a encontrarse en Ruán, comprobando que las metáforas siguen siendo las mismas pero han perdido el factor sorpresa.
 
 
 
 
         Dejamos para el final a Juan Fernández, caracterizando a Carlos Bovary. De todas las parejas formadas por Flaubert en esta danza de seducción (aunque en la puesta en escena la música a veces más que acompañar, estorbó en los soliloquios decisivos que quizás necesitaban más intimidad en el escenario que acompañamiento), la formada por marido y mujer es la que garantizará siempre el debate y el alcance de lo que reflexiona esta obra.
 
 
 
         Carlos, igual que otros como Pleberio antaño, solamente es culpable de no comprender pese a esforzarse. Sus lamentos, son los mismos de un padre que ha sido incapaz de traducir la pasión que trasmitían los ojos de su Melibea. Fernández logra captar toda la ternura y el dolor que siente cuando sus torpes avances son repelidos por Emma. Si han visto un capítulo maravilloso de Los Simpson donde Homer intenta sincerarse con su precoz hija Lisa, acerca de lo que supone una pérdida y que él no puede alcanzar a entender su melancolía porque tiene la infinita suerte de lo que le importa se encuentra viviendo con él entre sus cuatro paredes, sabrán que hay un poco de Madame Bovary en esa incapacidad de hacerse comprender, pese al esfuerzo, con la persona amada.
 
 
 
        Como es inevitable, sigue sin poder dejar una sensación redonda la adaptación de tantas y tantas páginas minuciosamente escritas para alimentar la poderosa imaginación, pero, mientras sigamos entendiendo las ansías de libertad de Emma y sintamos asimismo el dolor de un esposo incapaz de otra cosa que amar aunque les haga daño a ambos, ya sea en novela o en adaptación, este cuadro seguirá invitando a los transeuntes de todo el globo a pararse y detenerse.
 
 
 
        En una declaración sumamente sabia, alguien dijo una vez "Si quieres ser universal, escribe sobre tu pueblo". Flaubert hubiera sonreído ante la propuesta, él lo había hecho sin irse más lejos de Ruán, aunque Emma soñase con París. Antes de Madame Bovary no existía La Regenta ni se había contemplado con tal libertad los problemas de lo que ocurrían en albocas y, aún peor, en corazones. Y por eso, es un clásico.
 
 
 
       Y yo, con todo el dolor de mi corazón, te hubiera dejado marchar... si tan solo me lo hubieras pedido. 

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