domingo, 22 de abril de 2012

SOMBRAS DE REYES

De todas las figuras que han existido a lo largo de la Edad Moderna en las Monarquías Europeas, los validos han sido indudablemente una de las más despreciadas. Brazos derechos de los monarcas de comienzos del siglo XVII, han sido en muchísimas ocasiones el chivo expiatorio de los círculos cortesanos para explicar los errores de su señor, mientras que el pueblo llano exorcizaba en sus malas artes para atraerse a su soberano, sus males y penurias, impuestos y guerras.



No obstante, pocas de esas figuras (por ejemplo, el duque de Buckingham en Inglaterra), tuvieron la importancia del cardenal Richelieu, cabeza rectora de la Francia de Luis XIII y don Gaspar de Guzmán, más conocido por partidarios y detractores como el conde-duque de Olivares. De hecho, nuestra hipérbole es moderada si afirmamos que en el duelo de ajedrez entre ambos hombres, estaba en juego la primacía de dos imperios, aguardando a uno la hegemonía y al otro la consolidación de su decadencia.



Sin embargo, como bien afirma J.H.Elliott, lo que ninguno de ellos supo ni tampoco los personajes de su época, era a quién aguardaba el triunfo y a quién el ocaso y la injuria. Despreciado tradicionalmente junto con su rey Felipe IV, bajo la horrible denominación historiográfica de la época de los Austrias Menores, don Gaspar viene a representarse como el hombre que firmó el acta de defunción de un Imperio donde, se jactaban de que nunca se ponía el Sol.





Su rival, a pesar de la pluma aventurera de Alejandro Dumas, ha logrado una consideración mayor. El buen cardenal ha terminado ejemplificando al hombre de Estado que creó los cimientos para la que luego fue la esplendorosa época de Luis XIV, donde el dominio galo llevó a apodar a su hacedor, como "Rey Sol". Pese a ello, y sin negar ningún mérito al antagonista de los tres mosqueteros que no sabían contar, Elliott, uno de los mejores hispanistas de siempre y prestigioso Premio de Asturias, indaga en el libro que hoy nos ocupa, cual moderno Plutarco, en dos biografías cruzadas y secantes, "Richelieu y Olivares".




Elliott, verdadero especialista en ambos (especialmente de Olivares, de quien terminó haciendo el estudio definitivo que Cátedra ha editado en castellano en varios formatos), usa toda su erudición y buena escritura (virtud que desgraciadamente a veces no tienen este tipo de estudios historicos) para evitar que la obra se convierta en un partido de Wimbledon que pasa de París a Madrid sin mayor interés que la recolección de anécdotas.





Con una visión de largo recorrido y un impresionante dominio del concierto internacional, pasando desde Mantua a Bahía, Elliott muestra con solvencia como las diferencias entre Olivares y Armand du Plessis fueron menores de las que se han venido pensando, llegando ambos incluso a soluciones muy similares y fórmulas parecidas para tratar de solventar los males de su tiempo. Asimismo, sus ascensos, mezclas de habilidades diplomáticas y auto-degradación personal (el episodio de Olivares y el orinal del príncipe de Asturias), que llevaron al cardenal a inmortalizar una frase vigente para todo valido que se precie, tener el valor de cero, muy útil situado a la derecha, pero de nulo valor si no tiene a nadie antes.





Complejos, admirables, dignos de lástima, odiosos y finalmente muy vulnerables y humanos, Elliott retrata de una manera fideligna y muy cercana a dos productos de su tiempo que terminaron viviendo las ironías del destino. Richelieu no pudo ver tras su muerte como todas sus medidas, tan denostadas y abucheadas, llevaban a Francia a la cima, destacando el papel de su sucesor aventajado, Mazarino, otro nombre que bien merecería un estudio independiente, persona de gran inteligencia y valía. Olivares, durante tanto tiempo aplaudido y ponderado, terminó siendo tachado como tirano, protector de judíos (eso, en aquella España, tristemente, no era un elogio) y causa de todos los males, aunque un vistazo apresurado hace que dudemos que la España del Seiscientos hubiera podido sobrevivir funcionando como lo hacía, salvo una revolución total administrativa y financiera (empresa que el conde-duque intentó, por cierto, con grandes energías).




Dueños y víctimas de su tiempo a partes iguales, los reflejos de Olivares y su antagonista nos muestran un mundo mucho más relativo, complejo y cercano al nuestro del que los siglos pretenderían mostrarnos. El lector/a culto, no necesiaramente especializado en la materia puede disfrutar sin ningún problema de este ensayo estupendo y que muestra las virtudes (históricas y literarias) de uno de los grandes discípulos de Clío de nuestro tiempo.













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