Los paraísos ficcionales que uno tuvo durante su infancia deben ocupar un lugar predilecto en la memoria, un pequeño baúl de experiencias que significaron los primeros pasos hacia el maravilloso mundo de la imaginación. No obstante, defendiendo esa postura, no encuentro incompatible añadir que tampoco es muy recomendable visitarlos en exceso, en ocasiones, casi fuera mejor saber que están allí que desenterrarlos, pues volver a visitar la Isla de Nunca Jamás cuando Peter Pan tiene barba y Campanilla dos divorcios, puede llevar a infames nostalgias.
Entre esos territorios acotados en su espacio y tiempo, los cabezones Xunguis ocuparon su papel, teniendo su momento y lugar, como tantas cosas en la vida. Resulta fácil aún hoy explicarse porque son uno de los valores seguros de Ediciones B para atraer a público infantil, en libros que son una clara copia (bien hecha, todo hay que decirlo) de "¿Dónde está Wally?". Tremendamente fáciles de dibujar, gamberros y absolutamente reconocibles, ya cumplen 20 años esos macarras del espacio que tan buenos ratos nos hicieron pasar a algunos críos de aquellos días (y a juzgar por la edad de algunos muchachos y muchachas en el Salón del Cómic del Barcelona, aún siguen haciendo tilín y son valor seguro en estos días de comuniones y bautizos como regalo familiar, menos aplaudido que una portátil, mucho más apreciado que ropa).
No tan sabido es que durante dos albumes largos de la añorada colección Olé, los Xunguis intentaron dar un salto de las manos de sus dos creadores, Joaquín Cera y Ramis, orientados hacia un público que ya casi entraba en la adolescencia. Explotando las travesuras y el gamberrismo que destilaban, los Xunguis eran los simpáticos villanos de sendas aventuras extensas, donde un mercenario (Turbo) y un robot (Bip, que a mí siempre me ha llamad mucho la anteción que se parece a Bender, aunque es muy anterior) intentaban defender la paz del Imperio (había muchas coñas con "La guerra de las galaxias") de aquellos salvajes Atilas, aunque en realidad, estaban más próximos en sus objetivos a Harpo Marx, el caos por el caos y la anarquía.
Excelentemente bien dibujados y simpáticos, los Xunguis por supuesto eran una colección que sus propios autores no se tomaban demasiado en serio en cuanto a continuidad o proyección. Cera destilaba sus mejores armas en Pafman (parodia de súper-héroes brillante que aún hoy se edita, a cuenta gotas pero mucha calidad, para un espectro de todas las edades) y el doctor Paconstein (que era Nacho Martín, pero con gracia y elementos del doctor Frankenstein, Mafrune y enfermeras de muy buen ver), paralelamente a que Ramis se focalizaba más en su tristemente desaparecido Sporty o siendo el alma de las revistas de la editorial, tales como "Súper-Mortadelo" o "TBO" (en esta última firmó algunas parodias impagables de clásicos tales como "Sin perdón" o "Un mundo perfecto", donde acuñó una frase inolvidable: "Butch muere tras fallecer...").
No obstante e irónicamente, los homenajeados han sido su arma más rentable, de ecologistas a deportistas, los pequeños alienígenas han sido en algunos casos la única cita posiblemente fija de dos excelentes artistas que han tenido la mala fortuna de no haber nacido lo suficientemente antes por época como para haberse asentado mejor en el cómic español. Tanto Ramis como Cera tuvieron su explosión creativa más pronunciada cuando la editorial tuvo que empezar a cerrar colecciones, revistas y personajes nuevos, sobreviviendo solamente los buques insignias cuyos lectores fieles garantizaban beneficio. Quién sabe, diez años antes y Pafman hubiera podido haberse hecho un hueco como lo logró el Súper-López de Jan (por otra parte, un autor que tiene un mérito enorme).
De cualquier modo, aunque no hayan tenido el éxito que hubieran podido poseer en otras coyunturas, los lectores afines a estas dos jóvenes promesas de las viñetas españolas, aún podemos congratularnos de seguir disfrutando de esos pequeños bocados de cardenal que nos ceden. Ramis es claramente la cabeza visible de las Guías para la vida de Mortadelo (en su concepción, basadas en el modelo primigenio de la de Bart Simpson), aunque muchos confiamos en volver a verle desarrollar sus propias creaciones; mientras, mantiene los lápices con los Xunguis y se embarcó con Cera en un digno intento de remake de los Zipi y Zape del siempre añorado maestro Escobar.
Cera, por su senda paralela, ha logrado re-devolver (se ve que no le sentó bien la comida) al héroe más tonto de Logroño City y su gato eternamente resfriado (Easmo dixit), a la par que ha colaborado recientemente con Ramis en una nueva aventura de Turbo y Bip, sacados de ese arcón de los recuerdos que muchos teníamos en una carpeta alejada del disco duro pero que nunca borraremos. Aprovechando el tirón de Las Olimpiadas, embarcan nuevamente a la pareja en un intento de evitar que sus tradicionales enemigos boicoteen la competición y cometan todo tipo de tropelías.
Siempre abonado a la causa de intentar contribuir en lo que uno pueda a la causa de Cera y Ramis, terminé adquiriendo un ejemplar que ya por supuesto no es para mí, aunque ha sido un agradable paseo por el túnel del tiempo. Eso sí, aunque me siento familiarizado con su simpática estética, no deja de llamarme la atención en esta re-visitación, la inovencia de la que está todo revestigado, añorando aquellos días añejos donde los Xunguis y sus dos enemigos estaban más próximos a la violencia ibañezca-warnerbrosiana, tanto tiempo orientados a un público muy prematura, nos los han ablandado.
Guardaré este pequeño album en la vieja estantería de los Olés, congratulándome de que cierto robot y su compañero de estética mega-drive no terminasen efectivamente perdidos haciendo auto-stop en un cráter, tras lograr hurtar el megatronio. Ni siquiera me pregunto por qué el general Xungoff está como una rosa después de caer en un volcán con un dragón mirándole hambriento... Simplemente, añoró aquellos días donde aquellos cabezones eran tan brutotes, ácratas... y sin embargo tan nuestros.
Feliz aniversario.