domingo, 12 de febrero de 2012

SOMBRAS Y LUCES DE UNA SERIE

Hace ya algún tiempo, una persona cuya opinión tengo en alta estima, me comentaba que un crítico de cine, literatura o cualquier otro campo artístico, era, en muchos casos, alguien que sacaba defectos a una obra que él nunca hubiera podido (y probablemente quería) hacer. Honestamente, creo que estaba muy acertado en dicha consideración.
"Buenas ideas pero no correctamente ejecutadas", "Ella es preciosa pero no es creíble cuando se lamenta ante el cadáver de su amante", "El humor es gracioso pero soez, busca el chiste fácil, no hay elaboración"... Las coletillas son tan abundantes como apreciadas por todos los que nos enfrentamos al análisis y valoración personal de algo tan subjetivo como productos enfocados al ocio, pero no decimos cómo haríamos esa escena, qué desarrollo tendría esa idea o que elegantes chistes serían los que, siempre bajo nuestra sacro-santa opinión, que es la única que vale, para insertarse en los diálogos. Por ello, hoy, ante nuestra ración semanal, abordando el marco de televisión, vamos a mojarnos, hablando de una serie polémica, visceral y que, realmente ya ha pasado por Amarcord, la entretenidísima, sangrienta, épica, morbosa y adictiva "Spartacus".
El episodio concreto es "Shadow Games", uno de los más celebrados de la primera temporada de este programa de espada y brujería en la antigua Capua, más seducido por la estética 300 que por el rigor histórico, pero acercándose extraña e inquietantemente al verdadero placer que la civilización romana encontraba en aquellos dioses de la arena que se aupaban y caían con la hipérbole de la caprichosa Fortuna. Los guionistas de "Spartacus: Blood and Sand" inventan que Teoclés, apodado La Sombra, es el más invencible de todos ellos, durante décadas, imbatido en todos los rincones de los dominios de la República. En este momento de la serie, Batiatio, el lanista propietario de la Escuela del protagonista, cree ver la oportunidad de engordar sus arcas y empezar a proyectar su ansiado ascenso social ante el Senado de Roma, cuando oponga una pareja explosiva frente a esa leyenda viviente.

Lo que el regentador del ludus proyecta, con una estética de verdadera lucha libre, es enfrentar a ese titán contra una pareja condenada a odiarse, Crixo, su mejor hombre, un fiero galo que goza del respeto del público por su carisma, frente al tracio Espartaco, bastante más rebelde con su situación, problemático y conflictivo, aunque tiene una inteligencia superior a la media de sus compañeros gladiadores.
A pesar de ser dos guerreros contra uno, las apuestas corren en su contra, ya que solamente hubo una víctima de Teoclés que sobrevivió a su encuentro. No obstante, ese hombre, perdonado por la grada debido a su valentía, es Doctore, el entrenador a las órdenes de Batiatio. Este hombre, un veterano africano curtido en mil batallas, aún guarda rencor por esa derrota y sabe que solamente su gallardía y la admiración de la plebe le salvaron de caer ante un Teoclés que le tuvo totalmente dominado. Por ello, se empeña en que Espartaco y Crixo intenten colaborar, pese a su mutua antipatía, mientras alrededor de la Casa de Batiato, todos sus habitantes (dueños, esclavas, gladiadores, corredores de apuestas, la domina...) tejen sus intereses, rezando a Marte por la victoria o muerte de los dos contendientes, según sus intereses y lealtades.
La premisa no puede ser más simple, casi digna de Oliver y Benji o Rocky, generar las expectativas alrededor de un duelo o combate, sin embargo, en su sencillez radica todo el encanto, además de la pericia para explotar las virtudes del reparto (escenas de lucha, alucinantes fotografías apocalípticas, el olor de la arena que casi se intuye, el desenfrenado estilo de vida de la aristocracia romana, la gran potencia del Mare Nostrum) y tapar sus defectos (muchos de los actores del show están a años luz de los verdaderos Dream Teams concebidos para productos como "Yo, Claudio" o "Roma", de cotas más altas en cuanto a recreación, pero cumplen su función perfectamente).
De cualquier modo, el desenlace del mismo, me dejó un poco desilusionado por las expectativas creadas. En el siguiente apartado, de spoiler, convenientemente anunciado, me niego a caer en la comodidad de soltar tópicos como "el capítulo no termina de aterrizar" o "falta la magia de las grandes producciones de antaño", metiéndome también en la arena y mojándome cómo hubiera terminado de escribir el argumento del episodio.
Por supuesto, sería una presunción tan tonta como inútil, pretender que lo propuesto, sea no solamente superior a lo que ofrece "Spartacus: Blood and Sand", sino remotamente bueno, estoy seguro de ello. Casi sería caer en el gravísimo error que algunas veces tienen algunos historiadores cuando osan pensar que Aníbal Barca, Alejandro Magno o Quinto Sertorio, hubieran sido más eficaces en sus campañas habiendo seguido sus decisiones, cómodamente escritas desde el sillón de su casa, en patucos.
Sirva, simplemente, como sugerencia y demostración de que de vez en cuando, los espectadores no somos solamente meros receptores, sino que tenemos nuestro corazoncito creativo y a veces nos gustaría tener también la suerte de poder ser un poco demiurgos de la fantasía.
SPOILER:
La gran decepción del capítulo surge cuando se produce el tan ansiado combate final. No se debe a la elección del actor o al trabajo interpretativo, sino a la manera de caracterizar a Teoclés.
Presentado como un coloso, casi un leviatán, La Sombra parece haber ganado su mote por tapar todo lo que le rodea. Aunque es un acierto justificar el mote, creo a algunas personas nos sugería más la idea de una sombra, como alguien esquivo, una rápida serpiente que pasa de un lugar a otro.
Las espléndidas coreografías de los dos gladiadores (qué pena la desaparición de un añorado Andy Whitfield) con Doctore daban a intuir que Teoclés sería un maestro de la lucha con dos espadas, capaz de mantener alejados a dos contendientes que le atacasen a la par. Por el contrario, tal vez siguiendo la estética de 300 de Frank Miller en el cómic y Snyder en la adaptación cinematográfica (con tantos pros como contras), los creadores de la serie optan por poner una masa de picar carne, exagerada, en una oleada de sangre, resistencia sobre-humana y diseñado para caer mal desde el principio al público.
La cuestión que a mí me surge es, ¿por qué necesariamente Toeclés tiene que ser alguien sobre-humano? Imaginemos que un amigo nuestro que nunca ha tenido interés por el fútbol nos pide que le describamos a Messi, uno de los mejores jugadores. Si no le hablamos de su físico y sí de sus virtudes y mejores jugadas, nuestro contertulio, probablemente imagine a un tipo fuerte, temible, alto... Proyecten su sorpresa cuando lo llevemos al Camp Nou y vea a un tipo bajito y con cara aniñada. ¿Qué impide hacer eso con Teoclés?
Esto podría llevar a generar una falsa y muy aprovechable a niveles de tensión, de seguridad en Crixo y Espartaco, cuando vieran a un individuo normal y con dos espadas, que se va a medir a dos gladiadores muy reputados, que luchan en su terreno. Esto acenturaría la tentación de abandonar el trabajo en equipo que les ordenó Doctore, tal y como el Teoclés que aquí dibujamos desearía, iniciando una sistemática y eficaz serie de golpes que fuera diezmando a los dos gallitos que empiezan a estorbarse, ante la mirada atónita de sus patronos, entrenadores, amantes, amigos y rivales.
La resolución podría ser muy parecida a la efectuada en el verdadero episodio, pero con más épica, las nubes podían empezar a asomar en la asfixiada Capua, mientras que Crixo y Espartaco, magullados, abucehados y siguiendo totalmente el juego a su contrincante, al fin comprenden que tienen que colaborar, produciéndose una fortísima lesión de Crixo, aunque Teoclés al fin comete un terrible error al centrarse en el galo (a quien considera el peor de los dos, por lo que le han comentado) y da la oportunidad de Espartaco de herirlo por primera vez.
Ahora, dando al fin épica al asunto, sería el tracio quien está en desventaja (al igual que en "La amenaza fantasma", dos héroes contra un villano, por mucho doble láser que tenga, no es muy equilibrado), a pesar de haber tocado al fin a Teoclés, éste tiene dos armas contra la suya, aunque logra adivinar en el brazo donde le ha herido el punto débil, saltando de forma suicida contra él y acabando con su victoriosa carrera. Sería el momento de la lluvia y la deificación de Espartaco de apestado del ludus a nueva estrella, por encima del magullado Crixo, injustamente olvidado en los laureles de la victoria, tal y como atinadamente siembran los guionistas cara a nuevas entregas.


El último retoque que me atrevería a sugerir es la satisfacción de Doctore ante la muerte de quien fuera su vencedor. Tanto él, como el público de Capua, deberían mostrarse como extrañamente conmovidos, por un lado aplauden a su nuevo campeón, pero en el caso de Doctore, debía quedar cierto regusto amargo de venganza servida en frío... y la sensación de que los tiempos han cambiado, que las cicatrices que le había dejado Teoclés eran algo que ya prácticamente había hecho suyo.
Bajo mi muy humilde prisma, los guionistas, que tan bien han llevado toda la trama, han caído en al tentación de centrarse con el vencedor, cuando en el drama de aquellos hombres que luchaban para la diversión de otros, pocos lados hay más absorbentes y fascinantes que los perdedores, los ídolos caídos...

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