domingo, 5 de febrero de 2012

SECRETOS Y MENTIRAS DEL EROTISMO


Como muchos otros lectores, la noticia de que se iba a hacer una mini-saga de cómics sobre la familia Borgia (italianización del verdadero nombre del clan, Borja, de origen valenciano), me causó un gran interés y curiosidad por cómo se iba a abordar uno de los episodios más polémicos, oscuros y fascinantes del Renacimiento. El clan que hace a muchos aún proclamar que no se ha vuelto a nombrar un Papa español por el recuerdo envenenado que dejaron Alejandro VI y su prole.
El tándem que se iba a encargar de hacer la recreación podía generar cualquier expectación, salvo la de la indiferencia. Alejandro Jodorowsky, personalidad excéntrica y heterodoxa donde las haya, se encargaba del guión, que arranca desde el nombramiento de Rodrigo Borgia como Papa, hasta la última aventura de su hijo César en Navarra.
El dibujante elegido para dicha trama no podía ser también más famoso dentro del mundillo. Milo Manara, indudablemente, uno de los lápices más elegantes de Europa, reconocido maestro del cómic erótico durante las últimas décadas. El cóctel locuras geniales de Jodorowsky, los lápices desinhibidos de Manara y los Borgia como símbolo de lo mejor y de lo peor de una época única, parecía ser un combinado demoledor que funcionaría a niveles de crítica y público. De cualquier modo, mis impresiones tras leer la obra no han podido ser más desfavorables, aunque me gustaría intentar mostrar el por qué de mi tibieza ante la supuesta provocación que esconde la tetrarquía: "Sangre para el Papa", "El poder y el incesto", "El veneno y la hoguera" y "Todo es vanidad".
La primera sensación que tienes al ver la atmósfera corrompida de la Roma de los últimos días de Inocencio VIII, junto con las delicadas portadas de Manara, es que te vas a encontrar ante un gran cómic, un relato de los que se recuerdan. También, si no miras los diálogos, y pasas muy rápido sus páginas, esta saga de los Borgia podría engañarte y parecerte que estás ante una verdadera joya. El problema es cuando empiezas a leer, dándote cuenta de que el magnífico prólogo de Antoni Guiral presentando a los autores y la sociedad de finales del siglo XV, es lo único que se va a acercar a la verosimilitud...
Jodorowsky ha sido elogiado en este cómic por narrar una ácida crítica contra la Iglesia de Roma en aquella época donde el pontífice no distaba en lo absoluto de otros reyes europeos, incluyendo entre otros rasgos, la proliferación de amantes, corrupción, simonía, bastardos por doquier... No obstante, un análisis profundo podría llevarnos a pensar que la supuesta disección del psico-mago es verdaderamente superficial. Estruendosa, la trama comete el error pugilístico de quemar sus argumentos más poderosos en los primeros momentos del combate. El desfile de perversiones, incestos y "cafradas" de los Borgia y sus rivales deja tan saciado en las primeras páginas que da la impresión de que nada, absolutamente nada de lo que se vea a continuación, generará otra cosa que lógica con lo que se ha mostrado.
Jodorowsky se limita a componer un cuadro de malos malísimos y no se entienden ni motivaciones ni causas de por qué de tanta ambición ni sed de gloria. Parece que el ascenso de Rodrigo es una excusa para iniciar un viaje de excesos donde César Borgia parece convencido de poder conquistar Italia a base de polvos, con Nicolás Maquiavelo convertido en una "cheerleader" de su causa, en lugar del astuto político florentino que fue. Juan Borgia, el otro hijo predilecto del clan y eterno rival de César por los afectos de su progenitor, es retratado como una reinona peligrosa, una verdadera locaza al borde de un ataque de nervios, que nos hace cuestionar si Alejandro VI estaba en sus cabales, no por su incestuoso comportamiento, sino por concebir siquiera que esos energúmenos pudieran hacer una misión medianamente bien en vez de dedicarse a violar, sodomizar y mirarse fijamente en el espejo hablando solos. Mortadelo y Filemón tendrían más posibilidades de llevar a buen puerto la empresa, ya que en algunas ocasiones se han mostrado eficaces.
Podría verse uno tentado de pensar que tal vez en las escenas de alcoba uno por lo menos podría encontrar lo mejor del cómic, pero ni siquiera. La que podría haber sido una de las mejores creaciones de Manara, Lucrecia, queda reducida a una mujer soez y extraña, a la que ni se comprende ni interesa, cuya frase más ingeniosa durante los cuatro números es que el destino de Italia está entre sus piernas. No queda nada del refinamiento ni del ingenio, ni siquiera un mero intento en los primeros compases de invitarte a pensar que esta dinastía tiene algunos elementos normales, comunes o incluso positivos, antes de que la ponzoña te asalte, generando al fin alguna sorpresa. No hay ni evolución ni corrupción, ya que desde niña, los autores demuestran que tiene respuestas dignas de Calígula y los modales que la convertirían en la concursante ideal de un reality show.
Escenas como la entrevista entre el Duque de Valentino y Leonardo da Vinci te hacen verte tentado de pensar que aún hay salvación, que hasta ese momento has estado leyendo una broma tras otra, que los dos autores no se han tomado en ningún momento en serio y que el desfile de sangre y sexo (parece en principio fascinante, pero el mérito enorme de esta tetrarquía es conseguir hacerlo previsible y aburrido), es simplemente eso, que por lo menos está la vergüenza torera de no haberlo tomado el proyecto en serio. Desgraciadamente, el cuarto número, "Todo es vanidad", cuyo mejor acierto es el título, confirma las peores expectativas.
Tras haber dedicado tres números a explotar todas las posibles enfermedades mentales y sexuales que contraen Sforza, Orsini y Borgia, Jodorowsky concibe la genialidad de resumir el momento más interesante, el ascenso de César al poder como condotiero, en un flashback donde el siniestro sicario Micheletto habla con su anciana madre (porque sí, hasta los asesinos más despreciables quieren a sus madres y van a merendar con ellos cuando no tienen que descuartizar a alguien).
Las incorrecciones cronológicas e históricas son apenas la punta del iceberg, en mi modesta opinión, de este verdadero traje del emperador, cuyas flamantes portadas y puesta en escena, te tientan a pensar que no, que tú andas equivocado y que eres incapaz de entender una reflexión maravillosa sobre el poder, lo malsano y la gloria.
Pero tranquilos, luego uno se re-lee cualquier parte al azar y vuelve a caer en la cuenta que Jodorowsky y Manara han tenido muchos días mejores. Demasiada poca historia para resultar creíble, excesivamente chabacana para ser erótica y empeñada en escandalizar repitiendo una y otra vez los mismos recursos.

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