domingo, 3 de abril de 2011

EL PRECIO DE LA LIBERTAD

Seamos sinceros, a veces no nos lo creemos. ¿Cuántas veces hemos mirando con recelo al jugador de la cantera y despilfarrado sin conocer por la estrella foránea de vistoso apellido?




Es triste pero es así, siempre ha sido complicado ser profeta en la propia tierra a la que uno pertenece. Pero no, aunque podamos (y es bueno que así sea) admirar lo que viene de fuera, pero a veces hay que mirar con iguales ojos benignos el legado interno.



Porque Fernando Fernán Gómez, más allá de declaraciones desafortunadas ante cierto medio de comunicación, fue una trayectoria artística brillante. Excelente actor, de peculiar método, tampoco fue ninguna decepción cuando se colocó como director y tenía una pluma que fluía con facilidad, en varios medios literarios, por cierto. Y cuando creó "El Pícaro" (1974), trató de crear un precedente que desafortunadamente no tuvo la continuidad merecida. Aunque no estemos ante un monstruo de la calidad casi apabullante de "Yo, Claudio", las desventuras de Lucas Trapaza fueron una andanza televisiva de las bien llamadas curiosas.



Junto con Pedro Beltrán y Emmanuela Beltrán, se dedicó a escribir un compendio. El objetivo era que si un espectador nunca hubiera sabido nada del género picaresco, simplemente viendo los 13 episodios, pudiera tener una idea aproximada y afortunada de qué era exactamente ese estereotipo. Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Vicente Espinel, Le Sage, autores anónimos... Todos ellos desfilan ante nuestros ojos en la ciudad de Segovia donde se rodó.




Sorprende que ni siquiera en su peculiar opening, se mencione "El Lazarillo" o "La pícara Justina" (aunque ésta, hasta las curiosas re-lecturas de Francisco Márquez Villanueva, no pasaba de ser una obra destacada únicamente por su riqueza de léxico), aunque tal vez fuera por no incidir en lo evidente. Pues bien, por diferentes lugares y conociendo a muy diversos granujas y oficios (desde la organizada hampa de la Sevilla que era puerta de Indias hasta ser pinche de un noble obispo en Italia), que pronto se confudió el mapa del Imperio Habsburgo con el de la picardía.


Sí, hay un defecto, que va más allá de las siempre perdonables carencias técnicas de la época. Hay ciertos episodios, que tienen un marcado acento cervantino que no llegan a funcionar.



A simple vista esto puede parecer una especie de blasfemia, ¿qué tiene de malo que una serie de televisión se nutra de uno de los mejores escritores del Siglo de Oro? Pues porque una de las cosas en las que emula al genial autor de "El Quijote", es esos breves pasajes donde el hidalgo y Sancho viven acontecimientos esperpénticos, "de cómo llegaron a tal sitio y les pasó tal cosa". Es magia de salón y molinos de viento afectan al realismo de otras tramas y le da un aire burlesco que estorba al real y brillante cinismo de otros capítulos.




Por ejemplo, en el segundo instante de sus peripecias, hay un momento que verdaderamente roza el talento con mayúsculas. Nosotros, como espectadores, somos los ojos de un gran señor que ha venido a su villa donde todos tienen que hacerle entretenimiento por su reciente nombramiento cortesano. Quien más le divierte es un destrozado Lucas Trapaza, que bufonescamente recurre a flashback donde muestra cómo perdió su bolsa, la mujer que amaba le puso los cuernos con un apuesto soldado y sus compañeros de francachelas le dieron buenos palos por deudas.



Llevado hasta el extremo de la risa, el generoso señor le ofrece al desdichado un puesto fijo como saco de burlas de su cohors amicorum. Pese a sus muchas bajezas morales, Trapaza se re-incorpora como decentemente le deja su maltrecho cuerpo y una singular cojera por sus heridas, afirmando elegantemente que no puede hacer eso, porque dejaría de pertenecerse a sí mismo, incluso en la desgracia, el pícaro tiene ese don que personas que comen caliente todos los días no tienen. Es una manera vibrante de mostar que pese a todos esos sin sabores, en una sociedad tan supuestamente estática (aunque luego no fuera así, ni mucho menos, pero eso es otra historia), la recomoensa que tiene ese tipo de vida ingrata pero agradable por su falta de ataduras, que llevó a más de uno a recurrir a ello (o a enrrolarse en algún caso con grupos como los gitanos).




Como bien sabía entre otros, el prestigioso Ricardo García Cárcel, hablar de los olvidados y los derrotados tendrá el atractivo de que es escuchar voces silenciadas en las crónicas oficiales. El pícaro es un proyecto inconcluso, una historia que apunta maneras pero que tal vez por su época y faltas de medios no nos da todo lo que promete, pero que incluye los suficientes atractivos como para ser digna de revisionados.

3 comentarios:

  1. Gran entrada. Si acaso discrepo en los momentos más absurdos (quijotescos y/o esperpénticos) ya que, puede que la memoria me traicione pero nunca me dio la sensación de que fuesen demasiado exagerados como para considerarlos un punto negativo de la película.

    ResponderEliminar
  2. Recuerdo la serie de una de sus-imagino- múltiples repeticiones, estando yo malejo y sin ir al cole. Era en la 2.
    De grato recuerdo, aunque seguramente pasmosamente lenta para el gusto actual.
    Al igual que Easmo, no recuerdo con precisión la exageración de sus momentos esperpénticos.

    ResponderEliminar
  3. Os hago recordar, cuando van a la posada de la vieja y anciana viuda. A mi modesto jucio es muy exagerado y esperpéntico el capítulo, simplemente.

    Conste que me gusta mucho el programa, como espero queda de manifiesto en la entrada.

    Saludos y gracias por los comentarios.

    ResponderEliminar