Durante su vejez, Groucho Marx, uno de esos genios del humor de los que se cuentan con los dedos de una mano, reconoció que uno de los pocos que le seguían haciendo reír por aquel entonces era un chico de gafas y aspecto apocado, llamado Woody Allen.
Monologuista, guionista, escritor, actor y, finalmente, uno de los directores más reputados de la actualidad, tal vez más de uno no recuerde que a la altura de 1974 sacó un librito entrañable y rápido de leer, con el sugerente título de "Cómo acabar de una vez por todas con la cultura". Y aunque nunca hemos necesitado mucha ayuda para eso, Woody nos invita a hacerlo con gracia y sentido del humor.
Con pequeños capítulos como "¡Un poco más alto, por favor!" Allen ridiculiza todo lo habido y por haber en el campo de lo artístico, en este caso, los espectáculos de mismos. Desternillantes situaciones y párrafos cargados de ingenio, en una obra que como ya decimos, es muy ligera y agradable de leer.
Probablemente, de tener que quedarnos con una de las críticas más corrosivas, yo salvaría "¡Viva Vargas!", donde saca punta de las revoluciones latinoamericanas. Muy en consonancia con "Bananas", se trata de una reducción al absurdo no tan absurda donde verdaderamente, el ritmo narrativo coge una velocidad digna de elogio. Allen no da un respiro y la agilidad pasando las páginas y la pequeña extensión de los episodios ayuda, la verdad sea dicha.
Mafia, el conde Drácula, listas de la compra, biografías clásicas de personajes históricos... Poco escapa al ojo clínico y ácido del brillante judío e incidimos en este hecho, porque la cultura rabínica es fundamental en este hombre, aunque ahora sea un ateo renegado (célebre es su frase: No sé si Dios existe, pero sí existe, espero que tenga una buena excusa), ha bebido mucho de ese mundo. Sin ir más lejos, hay que recordar en este libro las brillantes enseñanzas de un rabino cuestionado por un discípulo acerca de quién fue más importante, Moisés o Abrham. Como el propio Allen afirma, era una pregunta muy difícil, más para aquel hombre que en verdad, nunca había leído la Biblia y su principal afición era dormir panza arriba.
Generalmente nos inunda la sensación de que el drama trágico es superior a la comedia. La carcajada parece una amante menos complicada que la lágrima, no obstante, talentos como el de este humorista nos recuerdan lo complejo de lograr llegar a este nivel de complicidad casi utópica, risotada, reflexión, vuelta a la risotada y, de paso, reírse de muchos de los convencionalismos.
Buf, caray, ahora que lo pienso, me estoy convirtiendo en uno de esos petardos que tanto se critician en este libro, si es que alguna vez deje de serlo. Simplemente lean, disfruten viendo como un tipo normal y corriente, con gafas y las mismas frustraciones espirituales, morales, sexuales y de aparcamiento que nosotros, le pinta la cara y bigotes a luminarias como Marx, Freud, Bergman o Stein....
Si algún día quiere llevar a cabo sus malvados propósitos, deberá empezar por dispararse a sí mismo... porque a fin de cuentas, Woody Allen sí que es cultura.
Poco tengo que comentar sobre este libro. Humor en su estado más fino.
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