En una ocasión, leyendo la contraportada de una antigua carátula del clásico film "El Tercer Hombre", me llamó mucho la atención el hecho de que tras narrar brevemente el principio, se limitaba su anónimo autor a escribir: "Y entonces aparece el personaje de Orson Welles, se apodera de todo y del resto es mejor no hablar, hay que verlo".
Probablemente, con "La Celestina", ocurra, salvando las infinitas distancias de género, tres cuartos de lo mismo. Una vez la vieja alcahueta entra en escena, el lector/a va a tener muy complicado en no hacer girar todo lo que vaya sucediendo con ella, como una vetusta araña que ya ha tejido más de lo que ninguna de las ingenuas moscas que la rondan, podrá hacer en su vida.
Fernando de Rojas, en definitiva, quizás fuera uno de esos literatos que tal vez solamente tuvieron la fortuna de tener un personaje redondo....¡pero qué personaje! Decir que "solamente escribió La Celestina" es tan "agudo" como afirmar que a Cervantes "sólo" se le recuerda por El Quijote o que a Shakespeare únicamente le siguen representando sus dramas. Formado en la universidad salmantina (un universo fascinante por sí mismo en los siglos XV y XVI donde él se mueve), este autor plantea un tablero de enigmas donde críticos, historiadores, lingüistas y aficionados, aún no atinan a ubicar todas las piezas.
La Tragicomedia que hoy nos ocupa es una burla enfundada en el disfraz de la inteligencia. Rojas juega al despiste desde los primeros versos pre-liminares, provocando aún hoy en día dolores de cabeza a los especialistas, desde Francisco Márquez Villanueva a Pedro M.Piñero. También parece seguir gustando de complicarle la vida a quienes pretenden adaptarla en versiones teatrales, televisivas y cinematográficas, pues su extensa duración, pese al formato de actos, es el propio de una novela larga. Su deseo de lavarse las manos de la responsabilidad de las primeras páginas, aparte de plantear co-autoría, casi parece el deseo de exonerarse ante futuras represalias. Porque, no se engañen, esta obra tiene veneno del ácido.
Quizás en una hipérbole excesiva, en una ocasión e comentó que si El Bardo hubiera vivido en esta época, habría escrito guiones para House o Los Soprano, aunque muy matizable, es una expresión que me gusta porque viene a reflejar cómo los artistas siempre han buscado la sombra que mejor les ampare para meterse con todo lo que existe. De Rojas, que no tiene pelos en la lengua (las insinuaciones van desde la zoofilia a la pederastia y no, no es broma, si se lee entre líneas), bien podría ganarse hoy unos buenos reales trabajando en el equipo de Seth MacFarlane, aunque, por su afición a los sobre-entendidos antes que a lo explícito, creo que le hubiera ido mejor en Los Simpson.
Hay una tendencia en los planes escolares con este tipo de obras, que yo considero, modestamente, que es un error. Querer que un muchacho/a que tiene, sinceramente, la cabeza en otras cosas, se zampe "El Quijote" es una táctica poco recomendable para fomentarle la lectura. Está muy bien que se les dé la teoría, que conozcan que había un ilustre mutilado que escribía muy bien, pero por lo que más quieran, ¿cómo se va a leer una persona que se está iniciando una obra que es prácticamente el final de un camino? Sería menos traumático para una Virgen Vestal casarse de buenas a primeras con Calígula que para ellos entenderlo y, peor aún, que les guste, es escuchar cien chistes sin pillarlos. Muchos de los grandes clásicos, adolecen de este pequeño problema, porque los libros, como todo, tienen su momento.
Pero, excepciones tiene la regla y en el caso español, creo que "El Lazarillo" y "La Celestina" se libran. Porque son, si se permite la expresión, una cafrada. La primera es una obrita muy corta, llena de gamberradas, crítica al sistema y que, por supuesto, está repleta de "cabrones", que a fin de cuentas son los personajes más interesantes del mundo (las hagiografías son, por lo general, aparte de increíbles, poco propicias para ser best-sellers). La segunda, que no se me ofenda nadie, será una gran pieza y todo lo que ustedes quieran, es un calentón. Simple y duro, el amor no está en ninguna parte por La Celestina y, sinceramente, ni falta que hace.
El triángulo Melibea-Calisto-Celestina es el de dos marionetas y una única ama. Burla del amor cortés, no queda claro, al igual que tampoco sucede con el arcipreste de Hita, si de verdad se quiere advertir, porque en verdad están muy bien explicados todos los trucos posibles para burlar la moral de su tiempo. Celestina es, en todo momento, la ajedrecista que mueve sus piezas, consciente de las rentas que puede sacar del ingenuo y fanfarrón Calisto, se las ingenia para ayudarle a conseguir a la muchacha con la que quiere yacer (de matrimonio nada, por supuesto, quede claro). Para ello, la anciana además debe vérselas con unos criados respondones y sus propias aprendices de meretrices, pero ella, que sabe que todo ser humano es corrompible, con una hábil mezcla de palo y zanahoria, explota las debilidades de unos y otras.
Llegados a este punto, uno se vería tentado de cuestionarse, ¿por qué es un amor imposible? Aquí no rondan los Capuletos y Montescos, a la par que esta Julieta sabe cómo lo quiere y dónde, en el primer encuentro de confidencias, ya deja claro que Calisto no es (probablemente ni mucho menos) el primer hombre con el que ha estado. Hay incluso críticas que suponen que Rojas de verdad pone el elemento esotérico de los conjuros y las maldiciones como la clave de la caída a la tentación (perdón por el nombre atávico) de Melibea. Particularmente, seguro que Rojas no creía en ellos y para Celestina, probablemente fuera una ornamentación más para la galería. Pero, al igual que Ulises, más que la ayuda de Atenea, lo que de esta pareja da miedo es lo que tienen entre la despejada frente y los cabellos, una inteligencia a prueba de bomba y un análisis psicológico de primera fila (sabe muchísimo mejor que la pareja de enamorados cómo son).
Una inteligencia que, por otra parte, brilla en todos los diálogos, detectando creo, aquí uno de los pocos defectos del autor. Volviendo al cine, siempre he pensado que a Woody Allen (uno de los genios más heterodoxos y geniales que aún tenemos por esta bola de barro), que es un gran cineasta y además escribe muy bien, le importa un bledo el registro de los personajes. Ya esté hablando la duquesa de York o un gángster del Bronx, si a él le apetece, le pone un diálogo terriblemente ingenioso, es más, los personajes más tontos del guionista judío, son capaces de refinamientos que muchas "lumbreras" no pillarían (más si no saben inglés). En "La Celestina" pasa lo mismo, el más inútil hace relojes suizos, incluso estos criados respondones (casi tan egoistas como sus amos, que ya es decir) son capaces de marcarse la metáfora de literatura griega más elaborada. Un estudiante salmantino, es un estudiante salmantino, aunque esté narrando el día a día de un burdel.
Mas como todo personaje redondo, Celestina no puede ser perfecta para pasar al Olimpo. La debilidad humana que a ella le acompaña es la ambición más codiciosa jamás vista. Cualquiera pensaría que, cadena de oro en mano, era el momento de abandonar la partida de póker antes de que los otros jugadores pensasen que las cartas estaban marcadas. De ahí la venganza y de ahí el castigo, en una avaricia que engulle a todos los participantes de la farsa. Será entonces el momento de Pleberio (nombre sospechoso como el que más) y su lamento, un monólogo como los que sueñan los actores.
Y de Fernando de Rojas poco más se supo en los rincones artísticos. Derrocada su reina Celestina y muertos sus peones, este personaje de sangre poco clara, decidió pasar el resto de su existencia en un cómodo anonimato sin escribir nada más. ¿No había sobrevivido el creador a su obra maestra y no le quedaba nada más que decir o era uno más de los enigmas escondidos en la caja de sorpresas?
Enorme artículo.
ResponderEliminarInconmensurable libro.
Yo lo estoy releyendo "por exigencias del guion" y no vean qué gozada.
Como bien dices (y tal vez suceda más con La Celestina que con el Lazarillo) los alumnos lo disfrutan enormemente.
Frescachuelo, como el primer día.
Hombre, pues tu opinión pesa aquí más, que estás en contacto con ese aumnado en el día a día. Recuerdo que El Lazarillo era uno de los que mejor entraban, pero sí, más fresca estaba La Celestina, por supuesto, especialmente en verano.
ResponderEliminarGracias por el comentario, Chespiro, 1 abrazo