martes, 13 de julio de 2010

LA INCÓMODA PEREGRINA



Título: La Dama del Alba

Autor: Alejandro Casona

Estreno: 3 de noviembre de 1944

Ocurrió en una tierra noble y que hoy parecería remota, casi ancestral en el tiempo. Una época de frío en el campo y trabajo duro para lograr la leña de la que prendiese la hoguera.

La historia aún se seguiría contando, la desaparición en aquel lugar (cualquiera dentro de las aldeas asturianas) de la joven Angélica, la hija predilecta, la recién casada esposa, la hermana ejemplar. Bajo una tumba en las aguas digna de Bécquer, su recuerdo y misterios permanecían cerrados. Hasta que un día llegase una persona extraña a remover el recuerdo.

Pero, como suele suceder, la muerte actúa de muy diferente forma en los ánimos: para la serena presencia de El Abuelo, Angélica está presente como su amada nieta, pero desearía que sus otros nietos pudieran vivir sin el espectro de su tragedia. Todo lo contrario que La Madre, para quien Angélica no es solamente una hija fallecida, sino un eje que impera en toda la casa, la causa de que, pese a las protestas de Telva y El Abuelo, sobreproteja hasta el exceso a sus otros hijos.

La estructura de la creación de Casona se divide en cuatro actos, con un ritmo muy ágil y manteniendo un interesante velo de misterio desde el primer momento que se nos presenta el triste suceso. Angélica puede estar muerta, ahogada bajo las aguas en el trágico accidente, pero su recuerdo flota como un todopoderoso fantasma en todos cuantos la conocieron. Con la honrosa excepción de Martín, el viudo, hermético y poco propenso a mostrar emociones.

Todo cambia con la llegada de una hermosa (pero muy extraña) peregria que es acogida en el hogar. Todos, desde los niños hasta el propio Martín, parecen asombrados de su hermosura, pero el abuelo, siente la incómoda sensación de haberse visto con ella en otro momento, pero, si algo le inquieta, es que pese a ser una mujer en su plenitud, se mueve y habla como alguien que ha visto muchos amaneceres. La misteriosa dama no es otra que la personificacón de la muerte. Este hecho solamente será advertido por el patriarca, lo cual planteará siempre al escritor la ventaja de la amenaza flotante, una espada de Damocles perenne.

El soberbio instinto del abuelo se explica porque, tras un accidente en la mina (donde además murieron los hijos de Telva, la criada de la casa, que vendría a ser La Poncia del drama lorquiana pero con buen humor y sin veneno) nuestra señora de manto oscuro se acercó demasiado a su figura, dándole por muerto excesivamente rápido. Mostrar una peregrina falible es uno de los grandes atributos de la recreación de Cason. De la misma manera, se encuentra la inquietante escena de la carcajada, de múltiples lecturas.

Su pulso se ve estorbado por la llegada de Martín, quien se encontrará con una muchacha accidentada en las mismas aguas que engulleron a Angélica, como si fuera un clon revivido de la muchacha, algo que desde el primer momento alienta a la madre a vivir una peligrosa fantasía. Esto provocará la satisfacción del abuelo, quien descubre la realidad, que la muerte había venido a por Martín, quien no solamente ha salvado la vida, sino que ha evitado otra captura. Lejos de mostrarse como una villana frustrada, la peregrina aguarda como el jugador que sabe que pese a hallarse las piezas desplegadas por el tablero, aún no se ha producido el mate. Igual que con la risa, no se desmorona, solamente razona que hay algo cuyo velo no se ha quitado.


En un asombroso desenlace tras tanta pugna dialéctica entre abuelo y peregrina, ambos se llaman amigo/a en su despedida, dándose la vida la mano con la muerte. Pero hay algo que quitará el sueño a El Abuelo, a quien la peregrina le promete volver en Siete Lunas. Eso y un cabo sin resolver le aterran. Desde entonces, en el tercer y cuarto acto, El Abuelo, que teme a Adela y su anterior deseo de suicidio, empieza a vigilarla atentamente, pues piensa que la peregrina ambiciona llevarse a esa joven presa. Pero ni Telva, ni los niños ni principalmente La Madre, asisten a otra cosa que la felicidad de tener de nuevo a una persona joven, a una hermana mayor o a la ansiada hija. Mientras, el anciano protege los caminos, mientras observa los astros.

Mientras, se suceden varias subtramas menores, la primera y más evidente, el visible romance entre Adela y Martín (a pesar del taciturno comportamiento de éste por un motivo secreto) que conduce a que el reemplazo de Angélica sea total. Recuerdo las recientes enseñanzas de una profesora de literatura que, con gran instinto, consideraba que Adela como personaje, no vale mucho, no deja de ser como la chica de "Vértigo" de Hitchcock, un muñeco, alguien que se deja de tirar de los hilos y hasta se cambiaría de peinado con tal de complacer a sus "nuevos dueños". En una broma privada, una adaptación a la televisión de la obra, Adela tenía al fin un pasado... la hija de unos titiriteros. Más claro, el agua.

SPOILER (Leer a partir de aquí solamente sería recomendable para los que ya hayan finalizado la obra, ya que si no, podrían ver verdades desveladas de la trama que es preferible le sorprendan a uno leyendo).

La Madre, silenciosamente da su consentimiento y aprueba la relación de Adela con Martín. Es una noche alegre, pareciera que las precauciones de El Abuelo han dado su fruto. Pero mientras todos vigilaban el fuego de la noche de San Juan, la peregrina aguarda silenciosa, en la casa, a la llegada de una mujer renacida de las aguas, la misma protagonista de un cuento sin sentido que ahora lo tendrá. Efectivamente, arrepentida y tras cuatro años degradándose a sí misma, Angélica retorna cual hija prodiga, para implorar perdón.


Debe de ser una incómoda sensación volver a un lugar donde fuiste muy amado y ver las cosas cambiadas de sitio, cómo se recrudecerá la crueldad cuando observar que tus retratos y fotografías han sido re-emplazadas por una persona muy similar a ti. Angélica no encuentra a Telva, ni tampoco a su familia, sino a una hermosa mujer que parece saberlo todo de ella… mientras la pobre Angélica todo lo desconoce. De haber sido cualquier otro orden, nuestra historia sería muy distinta.


La Peregrina ya tiene su plan y conoce la solución del mismo. Es solamente cuestión de hacerse comprender. Angélica pasará por todos los estadios, desde la negación (es incapaz de creer que los hermanos que montaba en sus rodillas la hayan olvidado, hasta que la muerte la sentencia con lógica aplastante Cuatro años son muchos para un niño) hasta la ira (está a punto de desmoronarse)… pero, ¿logrará aceptar lo inevitable?



Hay que descubrirse ante la maestría de Casona, existían muy pocas maneras, tras haberla derribado de su pedestal, de hacernos simpática a Angélica, pero esta total oleada de verdad que la ataca no puede hacer otra cosa que fomentar nuestra compasión. Ha perdido todo y por su culpa, nada podía haber más cruel, ni siquiera la mala suerte o un rival mejor la podían excusar, ella fue quien eligió su destino y lo hizo mal. Ahora, buscando volver, puede abrir una herida que tardó cuatro años en cicatrizar.


Tu recuerdo vale más que tú.

De cuantas frases tiene La Peregrina, ninguna puede ser más lapidaria y despiadada. Ni siquiera Eneas al volver la vista a una Troya en llamas pudo sentir una afrenta de manera tan personal. Angélica se ha convertido en algo más grande que ella misma, en un mito o leyenda que la realidad es imposible que iguale. ¿Con qué cara mirar al pueblo, a la aldea, a su familia? Es aquí donde La Peregrina, tiende su brazo, manifestándose como amiga.



Es entonces, tras tanta verdad sin tapujos e incluso el descarado insulto, le lanza una admiración sincera. En realidad, pareciera que la estuviera alentando a admitirse a sí misma, a afrontar un momento de miedo para expiar a todos sus fantasmas.


Lo importante es vivir con pasión y morir con belleza


Hay algo casi homérico en dichas palabras, un lema de vida y una proposición arriesgada: La única forma de vivir dignamente es aquella por la que aceptaríamos morir. Tras hacerle ver lo inevitable y que puede romper la felicidad de todos, La Peregrina le ofrece un trato, en cierto sentido oscuro y siniestro como el de Fausto, aunque aquí no podemos hablar propiamente de suicido como pretendía Adela. Es más bien un sacrificio, un acto heroico y un re-equilibrio de la paz en el lugar asturiano. Pero, y esta duda nos carcome en cada lectura, el resultado sigue siendo él mismo.


En un desenlace épico y que podría ser considerado trágico de no ser por una belleza lírica impresionante, Angélica aparece después, no con el aspecto innoble de una desprestigiada durante cuatro años, sino como la más hermosa de las princesas sumergida en los dominios de Morfeo. Incluso Martín y Adela parecen conmovidos ante algo que les supera, mientras La Madre se abraza ante un milagro, al fin, podrá llorar en una tumba real. Esto también explica que Casona hablase de "Retablo en cuatro actos" ya que salvo Angélica y La Peregrina, ninguno de los otros papeles está revestido de verdadera grandeza (con la excepción de El Abuelo, sobre todo en los dos primeros actos)


Angélica había llegado como una forastera a quien nadie quería, una incómoda peregrina… ahora, su recuerdo de bella santa perdurará para siempre. Desde la distancia que da alejarse del suceso, La Peregrina sigue su camino sin borrar una fría sonrisa –la sinestesia es evidente-… no sin antes haber puesto una corona en Angélica, como si fuera a una nueva boda.



No obstante y, en conclusión, demasiadas dudas nos asolan tras el objetivo cumplido de Casona de un desenlace mayúsculo. Hay que descubrirse ante su pericia evitando cualquier mención a Angélica en el listado de personajes, pero a nadie puede ocultársele que es ella la verdadera protagonista, Adela es poco menos que un clon juvenil y Martín un personaje sumamente plano. Superado el influjo de La Peregrina, nos asalta el resquemor de que nuevo el viejo orden ha salido reinante.


El Nuevo Testamento se mostró generoso con el hijo pródigo retornado a casa, mientras que, leyenda al margen, el final de Angélica nos recuerda al inflexible sistema del Antiguo. El perdón es borrado, como sucede en La Casa de Bernarda Alba, otra obra que pese, a ser inifitamente distinta, es muy, muy parecida en su conclusión. En el punto lorquiano, se debía a que quien lo administraba no tenía compasión. En el de Angélica, ni siquiera se le da la oportunidad.



A fin de cuentas, ¿no es una propia obsesión de La Peregrina la que fuerza a Angélica a la decisión fatal? Salvo lo que ella misma nos cuenta, ¿qué imperativo requería que se llevase una vida? ¿Qué es la muerte? ¿Una sabia consejera o una jugadora de ventaja que ha marcado nuestras cartas?


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