Autor: Camilo José Cela.
Título: La familia de Pascual Duarte.
Primera Edición: 1.942.
Fue un disparo seco y rápido. Para una criatura inocente fue el final, el castigo al único pecado de la mirada curiosa. Así muere La Chispa en la que quizás sea la parte más recordada de este clásico del tremendismo. A pesar de su indudable calidad, no es precisamente un libro que deje un regusto agradable, pues no suele ser esa la intención cuando se trata de mostrar una realidad dura.
No podía ser menos con un autor capaz de dedicar esta pieza de juventud (aunque parezca casi milagroso, la culminó con 26 años, con un "lavado de cara" en la década de los 60) a sus enemigos, un tipo que quizás junto con Fernando Fernán Gómez, allá sido el cascarrabias con más talento de su época. Pero aunque no fuese el individuo más simpático del mundo, Cela muestra una empatía enorme con Pascual, un humilde campesino extremeño que trata de desvelarnos su autobiografía, para justificar que él en realidad no es malo, sino la víctima del peor de los determinismos. En base a sus transcriptores y a las propias pistas de su relato sesgado (y en ocasiones morboso), iremos viendo que nuestro narrador no es precisamente el más fiable de los comentaristas.
Conviene decir que pese a la omnipresencia de Pascual, el título es muy oportuno, pues su núcleo familiar (humildemente, pienso que la película de Mario Camus se equivocó en este aspecto) es quien condiciona, formando una espiral de anillos que van envolviendo a nuestro protagonista. Fruto de un matrimonio turbulento (un alcoholizado y arruinado comerciante portugués y una madre que parece el paradigma de la frialdad), con sus hermanos no tendrá mejor suerte: el enfermizo Mario y la incierta Rosario, por quien sentirá un afecto, en ocasiones malsano (¿incesto?), los primeros capítulos se muestran desgarradores, con unos seres humanos reducidos a un conjunto animalizado de seres sin piedad. Una prosa desnudaa, muy acorde con la condición de quien la redacta (hubiera sido un error dotarla de muchos artificios literarios) y una brevedad que ayuda, pues sería casi agobiante continuar con tanto desgarramiento en una novela larga.
Esto pudo haber sido un problema realmente notable. Imaginen la encrucijada, si clavan a Pascual y su entorno les dirán "Sí, es muy realista, pero tiene muy poco talento lírico". Si por el contrario sacrifican la lógica por el verso, siempre les saldrán "Ya, muy bonito, pero es imposible que un presidiario sin estudios de Badajoz hable así". Para salir del paso, y con nota por cierto, Cela usará todo adorno externo que pueda ayudarle. Desde la casi obscena dedicatoria, pasando por el universo de los diálogos aparentemente inconexos y los bocadillos de pensamiento. No se engañen por su ligereza, no es ninguna estupidez releer este pequeño memorial.
¿Dónde radica pues el secreto del buen envejecimiento de La Familia de Pascual Duarte? Políticamente hablando, hay mucha gente que admira que Cela burlase a la censura y trasladase hábilmente esta coyuntura como espejo de lo que pasaba en la España de su tiempo. Mas no era Cela ningún revolucionario y tampoco se puede decir que una víctima del franquismo (de hecho, él mismo fue censor, en una historia que merecería la pena contarse) y desde luego, pese a que el último asesinato de Pascual, el que de verdad le condena, tenga mucha lectura entre líneas, la obra dista de ser un mitín de nada y como en La Colmena, se podría resumir en el hecho de que, sin ser palmero ni contrario, Cela tenía demasiada buena pluma como para no saber reflejar la realidad como un maestro cirujano.
A nivel de justicia, sin moralina, la pieza nos presenta dilemas inquietantes. ¿Hasta qué punto podemos excusarnos a nosotros mismos? ¿Llevaba razón Ortega con las circunstancias omnipresentes en el ser? ¿Portamos una semilla del bien o del mal o, por el contrario, las adquirimos y simplemente respondemos como marionetas? ¿Cuán sincera es una confesión? ¿Queremos garantizarnos al menos el pasaje al purgatorio no ser que vaya a haber infierno o, por el contrario, verdaderamente mostramos arrepentimiento? Y de ser así, ¿hasta qué punto podemos asistir impertérritos a las atrocidades de este villano/víctima?
También es complicado encontrar entre los ejemplos de este modesto blog (salvo Quevedo con don Pablos), mayor distanciamiento entre creador y protagonista. Incluso Suskind está dispuesto a hallar cosas admirables en Jean Baptiste, por remotas que éstas sean. Especialmente en el doloroso final, con una falta de glamour que hubiera envidiado el mismísimo Azcona, vemos como no hay piedad... ninguna.
En un entramado profundamente machista, las mujeres permanecen en segundo plano, eso sí, únicamente en apariencia, porque en realidad, una vez se rasca la superficie, son el verdadero motor de muchos acontecimientos. El papel de La Madre de Pascual en sus fracasos matrimoniales, Rosario, en ocasiones admirable (su compasión por Mario) y en otras ingrata (ora ladrona, ora víctima de Paco El Estirao), con un más que evidente pasado en la prostitución, Lola ("el galanteo" con el cadáver de Mario recién enterrado no tiene desperdicio) o Esperanza (no es gratuito este nombre ni su inclusión en el relato) entre otras, componen un fascinante paisaje, sin que en sus páginas encontremos (salvo algún sacerdote o alcalde de prisiones) alguien que podamos catalogar verderamente bueno; aunque, si hacemos justicia, tampoco hay nadie tan malvado como para no comprender sus motivaciones.
La red de una novela sin tapujos que sigue igual de chocante que cuando fue concebida. Y eso, hoy poy hoy, es el mayor de los elogios posibles.
Además de ser un magnífico ejemplo de lo que se llamó "tremendismo", la historia de ese nieto de Lázaros y Guzmanes no deja indiferente al lector, que no puede evitar verse contagiado de la cruda amargura que destila.
ResponderEliminar"Nieto de Lázaros y Guzmanes". Me encanta, no se me había ocurrido esa definición. Desde luego es una novela contagiosa en culpabilidad y remordimientos, amigo Chespiro.
ResponderEliminarCordiales saludos