Se decía que Ahab tenía una voluntad de hierro, la propia de los héroes del pasado. Otras versiones, igualmente válidas, hablaban de que su constancia a superar obstáculos era la propia de un psicópata deshumanizado. Acaso no sean realidades incompatibles. Desde que escribiese su obra maestra (La misteriosa obsesión), las páginas de Herman Melville han generado acalorados debates. Acaso fuera solamente la historia de un viejo capitán con una determinación fuera de lo común para cazar a una fiera ballena blanca. Sin embargo, para contar algo tan simple no habrían hecho falta tantas reflexiones.
Juan Cavestany comenzó a releer aquella obra maestra extraña, Moby Dick, sin saber exactamente por qué. Anotaba cosas en su cuaderno, intentaba trasladar aquella densa narración, plagada de tecnicismos marinos, al lenguaje del escenario. Igual que el viejo capitán a quien la criatura marítima arrancó su pierna, el dramaturgo pensaba que tenía algo que decir de aquella nave condenada a vagar por los océanos en una terrible búsqueda.
"Si no es necesario leer este libro, estamos perdidos", fue su conclusión al ver las desventuras de aquel a quien llamaron Ismael, otra figura misteriosa que decidió embarcarse en Nantucket rumbo a lo desconocido. Andrés Lima aceptó el reto de su colega Cavestany y se puso a dirigir un regreso de un mito que fascinó a actores de la talla de Gregory Peck. Para estar a la altura, los responsables consiguieron una presencia genial: José María Pou. Por edad, experiencia, registro de voz, carisma y presencia, la mejor elección posible para hacer de un líder condenado, plagado de contradicciones, capaz de inspirar admiración y odio a partes iguales.
Desde el Cabo de Cod al lejano Japón, el recorrido en busca del mítico animal llevará a los tripulantes a la deriva. La escenografía y vestuario organizados por Beatriz San Juan es muy brillante, trasladando la angustia de los días bajo tempestades y el sufrimiento de unos hombres alejados de su familias y rodeados de tiburones. Jacob Torres y Oscar Kapoya logran la compleja tarea de dar la réplica a Pou, además de encarnar a los distintos integrantes del navío, consiguiendo la hazaña de que el público siempre sepa a quién se están refiriendo.
Por su lado, Pou da una lección magistral bajo los tablados. Sin duda, es totalmente consciente del bombón de papel que es Ahab, un rol tan exigente como maravilloso para las personas tocadas con la varita de la actuación. A lo largo de más de hora y media será capaz de transmitir locura, firmeza, desesperación, humanidad, frialdad y todo ese torbellino de emociones de un mutilado a quien legiones de ensayistas han visto como uno de los primeros grandes deicidas, una figura que desafía a la naturaleza y osa bendecir su arpón de manera satánica.
El episodio descrito de forma minuciosa por Melville transcurre en 1850. De cualquier modo, importa tan poco la fecha como saber el día en el que Jonathan Harker aceptó un curioso encargo notarial en Transilvania. Siempre funcionan esa clase de historias que logran apelar a los instintos y miedos que tenemos más arraigados. Incluso una roca como Ahab sufrirá frecuentes pesadillas con la sangre de su presa, la cual es asimismo su cazadora en un juego cuyo significado real muchas veces nos es esquivo.
El espacio sonoro generado por Jaume Manresa y Jordi Ballbé acompaña a la perfección las pausas y sobresaltos que tendrán estas almas errantes, donde Ahab logrará que le comprendamos y apreciemos... justo para que inmediatamente después le veamos como alguien enloquecido y peligroso al máximo. Su vida es la de un cruzado que no tienen piedad con nadie, incluyéndose a sí mismo.
Igual que Macbeth, una profecía sería interpretada por él mismo de forma arriesgada para su futuro. El convencimiento de una inmortalidad a la hora de enfrentarse a un destino aciago y que le exigiría hacer frente a una ola de proporciones bíblicas. Andrés Lima habla de fuerzas la naturaleza, recordando aquel enigma que proponía dilucidar qué ocurría cuando un objeto irresistible chocaba con otro inamovible.
Un tipo listo, Friedrich Nietzsche, afirmó en una ocasión que cuando miramos al abismo sucedía una consecuencia inmediata: permitíamos a su vez que la profundidad nos devolviese a la mirada. Hace siglos que Ahab atravesó ese umbral. Y nosotros nos seguimos preguntando qué sucedió.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
- Escenario del Gran Teatro de Córdoba, función de Moby Dick, representación del día 27 de abril de 2019 [Fotografía realizada por el autor del blog]
- Mapa con la ruta del ballenero Pequod [Programa representación Moby Dick, día 27 de abril de 2019, Gran Teatro de Córdoba]
- Final función de Moby Dick, representación del día 27 de abril de 2019 [Fotografía realizada por el autor del blog]