¿Debe ser el arte moral? Durante bastante tiempo, parecía una pregunta superada. No en vano, Tomás de Aquino ya afirmaba que eran las personas quienes debían ser buenas, eximiendo de tal responsabilidad a las piezas artísticas. Oscar Wilde, con su fina ironía, afirmaba que su caída en desgracia se debía a escribir cosas inmorales y comportarse decentemente cuando la sociedad de su tiempo hacía justamente lo contrario. Siglos atrás, Eurípides se dio cuenta de ese dilema al estrenar Fedra. Convencido del potencial de este mito, el escritor la presentó a concurso, recibiendo abucheos por atreverse a llevar a escena a una protagonista femenina que rompía con las barreras de su tiempo y aceptaba una pasión amorosa desenfrenada por su hijastro.
El público tardó en poco en darle la espalda. Como le habría dicho Lope de Vega, era justo hablar en la lengua que más entendía la turba del certamen. Volvió a presentar un texto retocado donde Fedra cedía a los postulados sociales y terminaba arrepentida por completo de su acción. Por supuesto, ganó el concurso. Paco Bezerra (argumento) y Luis Luque (dirección) se han interrogado sobre cómo era aquella primera versión, desaparecida hoy día, aquella transgresión que llevó a los "hombres buenos" de su tiempo, veladores del comportamiento de la polis, a censurarla sin piedad.
Como resultado viene un ambicioso proyecto que nos traslada a los días de la reina cretense, una consorte raptada años atrás por el audaz Teseo, ahora confinada en palacio mientras el soberano sigue navegando por las islas y teniendo los lances amorosos que le plazcan en el proceso. Lolita Flores encarna a la soberana, una mujer en su madurez que está confinada en una jaula de oro. Por su lado, Juan Fernández da voz y presencia a un monarca preocupado porque su primogénito, tenido en un anterior matrimonio, asuma las responsabilidades de gobierno en su ausencia. Lolita y Fernández han trabajado juntos en el pasado y eso redunda de forma positiva en la obra, dando una sensación de vieja complicidad.
Nunca un viaje al interior de un volcán dio tanto juego. Críspulo Cabezas da prestación al joven Hipólito, un príncipe bastante atípico para la tradicional literatura helena, donde siempre realeza y demás deidades tienen un capricho sexual desenfrenado que satisfacer sin importar no ser correspondidos. Introvertido, extraño y refugiado en el bosque antes que en palacio, es un personaje de gran nobleza pero también complicado de entender por el resto en su aislamiento.
El reparto se da lujos como tener a una Tina Sáinz que labra en plata cada frase que dice. Un aporte fundamental para dar vida a Enone, consejera y confesora de Fedra, una relación con bastantes matices, puesto que tanto en Eurípides como en esta versión ningún o ninguna protagonista está libre de caer en la maldad aunque su causa sea legítima. Fruto del rechazo, la reina será asesorada para cobrar la peor de las venganzas posibles, la falsa denuncia del despecho.
Para ello será precisa la última pieza de rompe-cabezas, el príncipe Acamante (Eneko Sagardoy). Hijo de Fedra, los inesperados acontecimientos le permitirían albergar esperanzas de convertirse en el sucesor del trono. Acamante ejemplifica la hipocresía de la mentalidad patriarcal de la época. Con muchas amantes, su moralidad se vuelve intachable cuando se trata de las mujeres de su casa, a las que exige un comportamiento y decoro de los que él carece. Existe un vínculo evidente también con piezas de siglos posteriores como El médico de su honra.
La puesta en escena aprovecha sin problemas la particular atmósfera que da el teatro de Mérida a este tipo de representaciones. La boca del lobo y el volcán, todo en uno, el reflejo de nuestros deseos más ocultos y el precio que se debería pagar por ellos. Una reflexión sobre el amor y la pasión que comulgaría bastante con el llanto de Pleberio, esa eterna advertencia del goce y sufrimiento extremo que traen aparejadas estas cuestiones.
Como decía Mozart en Amadeus, uno de los problemas cuando evocamos el pasado clásico es pensar que todo era mármol y sobriedad aburrida. Más complace pensar en un joven Eurípides que escuchó alguna noche el mito de Fedra e imaginó alguien bien distinto a una villana: probablemente, proyecto una mujer madura, hermosa, compleja, vulnerable, digna de compasión y también capaz de cometer crímenes. Un retrato más complicado de lo que los censores de la moral pública estaban dispuestos a comprender.
Nunca un viaje al interior de un volcán dio tanto juego. Críspulo Cabezas da prestación al joven Hipólito, un príncipe bastante atípico para la tradicional literatura helena, donde siempre realeza y demás deidades tienen un capricho sexual desenfrenado que satisfacer sin importar no ser correspondidos. Introvertido, extraño y refugiado en el bosque antes que en palacio, es un personaje de gran nobleza pero también complicado de entender por el resto en su aislamiento.
El reparto se da lujos como tener a una Tina Sáinz que labra en plata cada frase que dice. Un aporte fundamental para dar vida a Enone, consejera y confesora de Fedra, una relación con bastantes matices, puesto que tanto en Eurípides como en esta versión ningún o ninguna protagonista está libre de caer en la maldad aunque su causa sea legítima. Fruto del rechazo, la reina será asesorada para cobrar la peor de las venganzas posibles, la falsa denuncia del despecho.
Para ello será precisa la última pieza de rompe-cabezas, el príncipe Acamante (Eneko Sagardoy). Hijo de Fedra, los inesperados acontecimientos le permitirían albergar esperanzas de convertirse en el sucesor del trono. Acamante ejemplifica la hipocresía de la mentalidad patriarcal de la época. Con muchas amantes, su moralidad se vuelve intachable cuando se trata de las mujeres de su casa, a las que exige un comportamiento y decoro de los que él carece. Existe un vínculo evidente también con piezas de siglos posteriores como El médico de su honra.
La puesta en escena aprovecha sin problemas la particular atmósfera que da el teatro de Mérida a este tipo de representaciones. La boca del lobo y el volcán, todo en uno, el reflejo de nuestros deseos más ocultos y el precio que se debería pagar por ellos. Una reflexión sobre el amor y la pasión que comulgaría bastante con el llanto de Pleberio, esa eterna advertencia del goce y sufrimiento extremo que traen aparejadas estas cuestiones.
Como decía Mozart en Amadeus, uno de los problemas cuando evocamos el pasado clásico es pensar que todo era mármol y sobriedad aburrida. Más complace pensar en un joven Eurípides que escuchó alguna noche el mito de Fedra e imaginó alguien bien distinto a una villana: probablemente, proyecto una mujer madura, hermosa, compleja, vulnerable, digna de compasión y también capaz de cometer crímenes. Un retrato más complicado de lo que los censores de la moral pública estaban dispuestos a comprender.
Bezerra y Luque nos vuelven a recordar que Eurípides sigue de rigurosa moda. Que en esa Grecia remota sigue habiendo muchas lecciones para abrirnos la sesera y comprender que no vivimos en un mundo de blanco y negro.
-Teatro Romano de Mérida. 64 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Función de Fedra correspondiente al 4 de agosto de 2018. [Fotografía realizada por el autor del blog]
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NOTICIA DE INTERÉS EN EL BLOG: Con motivo de las vacaciones de verano, el blog Amarcord se tomará un pequeño descanso hasta el mes de septiembre. A partir de esa fecha volverá con la periodicidad normal dominical. Como siempre, agradecer a los lectores/as del blog haber acompañado al blog este curso.
-Teatro Romano de Mérida. 64 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Función de Fedra correspondiente al 4 de agosto de 2018. [Fotografía realizada por el autor del blog]
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