domingo, 17 de junio de 2018

LA MÁS HERMOSA DE LAS MENTIRAS



En realidad, es una película que se podría contar en apenas un instante. Sosegada, tranquila y serena en su ejecución, todo en La librería de Isabel Coixet parece estar al margen de su tiempo. No solamente por estar ambientada en la década de los 50 del pasado siglo, hay muchísimos elementos en este film que nos llevan a un universo de valores distintos. Sin embargo, aquí radica su grandeza, esta narración en un pequeño pueblo costero inglés sirve, como los grandes cuentos, para ejerce como metáfora válida para todas las épocas. Es una fábula, un camino sin prisas al que se nos invita a participar. 



Adaptación profunda de la obra original de Penelope Firtzgerald, estamos ante una cinta que plantea con aparente sencillez cuestiones profundas. El personaje de Florence Green es uno de los más sutiles que ha presentado la cartelera últimamente. Una joven viuda que decide cumplir su sueño de abrir una librería parecería poco atractivo en una época donde tenemos recursos para plantear en la gran pantalla batallas colosales; no obstante, estamos, al igual que en El hombre tranquilo, frente a algo de tintes homéricos. 



Emily Mortimer encarna a Florence, logrando una comunión perfecta. Decía un avispado libretista mexicano que hizo mucha televisión que nunca le preocupaba que sus actrices tuvieran que encarnar algún rol dramático si antes le habían hecho reír en una comedia. Entonces eran verdaderas actrices a su juicio. Mortimer demostró una bis cómica excelente en The Newsroom, por lo que este registro más serio es un perfecto exponente de su versatilidad. Siendo alguien con un lenguaje corporal muy bueno para la expresión y la sonrisa, La librería demuestra que es capaz también de una exquisita contención, enseñando que se puede trasmitir mucho sentada en una playa mirando al horizonte con un buen libro entre las manos.  


Un rasgo muy curioso de Florence es una virtud que, en este caso, se termina revelando como un defecto mortal entre quienes la critican: la educación. Sus formas de comportarse, cierta timidez introspectiva y capacidad de encajar los golpes generan una animadversión activa en la localidad, entendida no como cada sujeto individual, sino como un hilo invisible de la comunidad que se inquieta ante la persona recién llegada. Sin trazo grueso, hay muchas insinuaciones acerca del ahogamiento al que se quiere someter a quien decida nadar a contracorriente. 



La compra de una vieja casa para poner su establecimiento confrontará a la nueva librera contra Violet Gamart. Los buenos aficionados a esa magnífica serie que fue Frasier la recordarán por su papel allí, además ha trabajado con directores de la talla de Woody Allen o su reciente protagonismo en The Party. Una excelente y muy solvente actriz que hace de la cacique local, captando perfectamente cómo suele desempeñarse históricamente esa gente cuando tienen células grises. Jamás se la ve en el metraje con un mala palabra o cualquier cosa que no sea una sonrisa dibujada. Con el sistema de su parte, puede permitirse hasta la generosidad de ofrecerte té y pastas mientras te machaca, pretendiendo que comprendas que todo lo que hace es por tu bien. 



Si la cortesía de Florence esconde su fortaleza, las maneras de Violet sirven de cortina a su crueldad. Solamente habrá una excepción en el pueblo al paulatino ostracismo al que la condenan hasta que decida pasar por el aro, el señor Edmund Brundish, una persona que prácticamente vive recluida en su casa, teniendo como principal afición la lectura. Con fama de huraño en la localidad, la noticia de una librería se antoja a este lector empedernido una oportunidad única. De cualquier modo, cuando conozca la naturaleza de su propietaria, se topará de nuevo con una emoción que pensaba había olvidado. 

  
Y es que, entre muchas otras cosas, La librería es también una historia de amor. Una relación imposible pero que surge de una fuente que se nos olvida puede capitalizar ese sentimiento: la mutua admiración. La elegante manera de tratar el tema está a la altura de Vivir (1952), donde Kurosawa planteaba un tipo de vínculo de ese estilo con la misma sutileza. Contando únicamente con ese apoyo, Florence combatirá a sus propios molinos de viento, incluyendo un encantador personaje encarnado por Honor Kneafsey, una niña que aborrece la lectura. 



En su empeño por tratar de convencerla sin imponer, quizás Green sea el ideal de la docencia humanista. Estar dispuesta a sufrir mil reveses y la burla de un mundo industrializado donde una biblioteca suena a inversión a fondo perdido, movida en exclusiva por su propia idea y la esperanza de que siempre habrá un justo en Sodoma. El olor de las pastas de un libro nuevo frente a la frialdad práctica de una cadena de montaje. 



La librería es mentira. Un cuento. Un invento. Algo que no es real. Una persona puede sentirse sola, por más que Shakespeare, Woolf o Mitchell sean maravillosos analgésicos en sus estanterías. Desconozco si a día de hoy existen personas como Florence Green en el mundo real. Eso sí, resulta una preciosa mentira poder seguir creyéndolo un poco más gracias a películas como esta. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://outnow.ch/Movies/2017/Bookshop/Bilder/003



-https://www.telegraph.co.uk/films/2018/02/16/bookshop-berlin-film-festival-review-english-village-tiresome/



-http://www.culturajoven.es/la-libreria-de-isabel-coixet-un-bonito-envoltorio/


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