Todo termina siendo bastante absurdo en cuanto se analiza un poco en profundidad. Eugène Ionesco lo sabía. Por ello, cuando se estrenó La cantante calva en París asistió estupefacto a las carcajadas del público. Pretendía hacer una sátira burguesa, una burla de las fórmulas sociales y la incomunicación que se da en los diálogos superfluos del protocolo. No obstante, terminó encontrando una nueva forma de hacer comedia, un sinsentido del que luego desembocarían muchos gags de la Monty Python en su célebre Flying Circus.
El Gran Teatro de Córdoba acogió en vísperas de la despedida de 2017 una nueva versión de este clásico del teatro del absurdo, bajo la dirección de Luis Luque. La gran bandera del Imperio Británico que preside el escenario antes de subirse el talón, ya advierte de la clave de sátira en la que va a enmarcarse el asunto. Dos intérpretes de las tablas de Joaquín Climent y Adriana Ozores personifican a un excéntrico matrimonio de las tierras de Su Graciosa Majestad que esperan la visita de unos amigos.
Desde el arranque nos sentimos desconcertados, todo en el texto de Ionesco está hecho para que perdamos cualquier clase de brújula narrativa clásica en el teatro. Incluyendo su peculiar su título, hay un amplio abanico de Mcguffins carentes de pies o cabeza. Luis Luque apuesta por la denuncia social antes que por la simple advertencia, a la hora de plantear situaciones insólitas.
Los invitados a la casa son un no menos excéntrico matrimonio encarnado por Fernando Tejero y Carmen Ruiz. Su primera escena brinda un diálogo delirante que desmonta bastantes de los presupuestos de la lógica y el método hipotético deductivo. Y es que en esta obra las apariencias engañan, incluso las más obvias.
En resumen, se trata de un tipo de comicidad que escapa del modelo más tradicional. Hace apenas unas semanas, en este mismo escenario pudo disfrutarse de un delirante ejercicio de género (La comedia de las mentiras), siguiendo de manera excelente las fases y actos que mandan los cánones. Decía Rafael Álvarez el Brujo que en toda pieza había un descubrimiento, una explosión y un clímax en que convergía lo anterior. La cantante calva se escapa de esos senderos.
La versión del libreto ha sido escrita por Natalia Menéndez, realizando una conveniente actualización a la pluma de Ionesco. La reunión de los dos aburridos enlaces conyugales se verá amenizada por la visita del jefe de bomberos (Javier Pereira), quien confirmará que incluso ante desgracias como los incendios sigue habiendo categorías por cuestión de clases. Asimismo, iremos viendo las explosivas apariciones a ráfagas de la peculiar criada de la casa (una espléndida Helena Lanza).
De hecho, de la interacción entre Pereira y Lanza surge una de las escenas más recordadas, de claras referencias fellinianas, llevando al paroxismo los recitales de poesía y las supuestas reglas de las veladas educadas en el salón. El compromiso del reparto con el proyecto es indudable y no tienen ningún rubor en prestarse a esta farsa.
El último acto lleva a la burla final, el juego de la falta de significado y lo absurdo del propio lenguaje. Igual que ocurre con el arte abstracto, surge aquí el debate y la eterna duda acerca de cuál es la frontera entre la genialidad y la tomadura de pelo (y al final la cantante se queda calva de tanto tomárselo prestado). El teatro abanderado por Ionesco se puede permitir unos atajos y comodidades que en otras fórmulas no se perdonarían con tanta facilidad.
No podría dejarse pasar esta ocasión para desear un muy feliz 2018 a todos los lectores/as del blog, confiando en seguir contando con su amable lectura en el próximo curso.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
-"La cantante calva", función del 28 de diciembre de 2017 (Gran Teatro de Córdoba, fotografía realizada por el autor del blog).
-"La cantante calva", función del 28 de diciembre de 2017 (Gran Teatro de Córdoba, fotografía realizada por el autor del blog).
-Programa "La cantante calva", función del 28 de diciembre de 2017 (Gran Teatro de Córdoba).
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