lunes, 15 de agosto de 2016

DESEMBARCANDO EN LA CIUDAD QUE NUNCA DUERME (CRÓNICAS DE NEW YOK, I DE VII)



"If I don´t sleep nobody sleeps"- New York City.



Pongamos que hablo de Madrid para arrancar el viaje. Probablemente, muchos por estos lares hemos de recurrir a este enlace para realizar una visita a la ciudad que nunca duerme, una New York que entre las vacaciones estivales y las fiestas navideñas concentra una gran cantidad de turismo. Barajas se muestra como una odisea mucho más factible que aquellos agotadores viajes en barco que habían de pasar control durante la época de las grandes emigraciones en Ellis Island, el pequeño islote frente al puerto de la capital del mundo, como modestamente se hace llamar la ciudad estadounidense. Claro que, si se pilla en obras, cosa que en el caso del aeropuerto español tiene una alta probabilidad de suceder, el esforzado hormigueo de viajeros pasando controles y colas deberá armarse de paciencia. Festina lente



Muy recomendable para matar los tiempos muertos que abundarán son las lecturas, con especial interés a aquellas que pueden acercar al futuro destino. En los últimos años, han sobresalido las excelentes crónicas que Enric González le dedicó, recopiladas en un maravilloso libro titulado Historias de New York. Cada trabajo de este periodista sobre sus lugares de temporal residencia (Londres, Roma, etc.) tienen una gran calidad literaria, pero varios avatares personales que vivió allí hacen de esta pieza una perfecta iniciación para saber qué podemos esperar encontrar. 



Ya en el embarque, haremos bien en recurrir a la biodramina sin cafeína para caer pronto en los brazos de Morfeo ante la perspectiva de más de siete horas de avión y la perspectiva poco halagüeña del jet lag. Porque, desde que se entra en el aeropuerto JFK, el recién llegado se da cuenta de que, efectivamente, este centro urbano tiene uno de sus grandes aprecios en no cerrar los ojos nunca. Decía José Luis Garci que es una ciudad de gente alerta, aunque pueden llegar a producirse excesos en los controles que se realizan a la llegada. Poca broma ante el control y con la sensación de que el turista es sospechoso hasta que pueda demostrar lo contrario.  


"Nadie conducía en la antigua New York, demasiado tráfico"- Philip J. Fry, Futurama



Ese tono cambia de inmediato que uno abandona el JFK. Independientemente de si se está tatuado o no, de llevar o dejar de llevar piercing en la oreja u otra parte del cuerpo o cualquier otro rasgo, uno tienen la sensación por las calles de que New York juzga poco. Volveremos a incidir en ello cuando hablemos de la fuerte mezcla de grupos que se da en la ciudad, quizás la gran ventaja que la convierte en algo único en el mundo. Reconocibles a la salida del aeropuerto, puede observarse la característica y clara fila de taxis amarillos que se ofrecen a llevar por la gran metrópoli, habida cuenta de que hay avisos previos para los recién llegados de no subirse con ningún conductor que no tenga licencia oficial y vehículo reglamentado. 



Los taxis neoyorquinos aprovechan también sus letreros para hacer promociones de distinta índole, desde el musical que está de moda, pasando por el negocio de un pariente u otros placeres más cercanos a la noche. Busco a Travis Bickle infructuosamente, en realidad, la mayoría de los taxistas encontrados parecen notablemente cuerdos y gente muy correcta, si bien, a juzgar por el tráfico que sufren, la procesión irá por dentro. New York parece acostumbrada a erguirse orgullosa ante el insomnio, pero las constantes obras y sus frecuentes atascos no conocen descanso ni siquiera en un mes tan dado a la molicie como agosto. 



Eso sí, las grandes distancias que se recorren de una punta a otra (del JFK a lo que es en sí el casco urbano nadie quita una horita de carretera) aconsejan que, una vez establecidos mapas, planos y demás informaciones, el bienintencionado turista debe empezar a plantearse utilizar sus dos piernas y el metro. En el primer caso, NY tiene una gran ventaja. A pesar de ser gigantesca, tiene un trazado que hubiera aplaudido un veterano centurión de la X legión para organizar un campamento. No es que uno no pueda perderse, más si el amable lector goza de un sentido de la orientación parecido al mío, pero el sistema penaliza poco el error. Todo son grandes avenidas que atraviesan calles. Si ves que te has pasado de número, para abajo. En otras, para arriba. Casi podría parafrasearse aquel diálogo de El Reino de los cielos: "Viajad hasta donde hablen italiano y proseguid hasta que hablen otra lengua". Y eso allí no es una frase hecha, simplemente depende del barrio.


Six Feet Under



Una de las posibilidades más viables y aptas para los bolsillos es emplear el subway, es decir, el metro, el cual, a través de sus diferentes líneas, puede llevar en menos de una hora de un extremo a otro de NY. Las paradas son abundantes y además dan la agradable sensación de ser una de esas escaleras que utilizaban los protagonistas de Cómo conocí a vuestra madre para picarse acerca de quién sabía mejor cómo llegar en menos tiempo a determinado punto por los concurridos trenes.



Si la estancia es cercana a la semana, resulta muy recomendable la MetroCard, la cual se amortiza sola y permite no estar pendiente de ir sacando un billetito cada vez que se emplea este medio de transporte o el autobús. No es nada difícil hacerse con una en las máquinas facilitadas para ello en las paradas, aunque es recomendable hacerlo en efectivo, puesto que algunas son viejas y no reconocen, por regla general, tarjetas de crédito del extranjero.



Aunque el metro como tal esté operativo veinticuatro horas, hay que andarse con ojo porque determinadas bocas si pueden clausurar por la noche y, conforme avanza la madrugada, además, lógicamente, de tener menos personal. En total, 500 paradas, más de 1.000 kilómetros de vías y 26 líneas. Y, si alguien piensa que es casual que las inefables Tortugas Ninja tengan guarida en New York es que no han podido ver todavía algunas de las estaciones más viejas de la ciudad, donde no es infrecuente ver roedores por las vías. Eso sí, no se alarmen, por lo general, son ratas neoyorquinas. Suelen echar un vistazo de soslayo a los pasajeros que esperan desde arriba y sin camino. Una vez que se ha logrado entrar en la ciudad que nunca duerme, no hay necesidad de juzgar a nadie.  



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-La primera fotografía fue realizada por el autor del blog en el aeropuerto JFK [agosto 2016]



-La segunda fotografía fue realizada por el autor del blog en el cruce de la Quinta Avenida con la calle 41 dirección oeste [agosto 2016]



-La tercera fotografía fue realizada por el autor del blog en la estación de metro de Bowling Green Station [agosto de 2016]

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