Nunca me resulta fácil hacer una reseña de un cómic de Astérix. No se trata solamente de una fuerte simpatía por el personaje, es algo más. Probablemente, aprender a leer sin el bajito y astuto galo habría supuesto una experiencia mucho menos divertida. Junto con Mortadelo y Filemón, la irreductible aldea supone uno de los pocos tebeos de los que no recuerdo la primera vez que me acerque a ellos. Y no es que a uno no le gusten otros iconos de las viñetas, todo lo contrario, pero fijo con claridad el momento en el que me engancharon sus guionistas y dibujantes. En el caso de la tierra de los menhires no, siempre han estado allí, un axioma incuestionable para las estanterías de mi casa.
Jean-Yves Ferri y Didier Conrad, recogedores de la antorcha de los míticos R. Goscinny y A. Uderzo, volvían a la carga tras haberse estrenado con la aventura picta, en este caso, con la recién publicada El papiro del César. Pude adquirir el álbum de inmediato y huelga decir que cayó con la rapidez que los jabalíes desfilan por un banquete con Obélix. No duelen prendas en admitir que la primera lectura me llevó a apreciaciones injustas sobre esta obra. La nostalgia es mala consejera en las continuaciones y el recuerdo de los mejores Goscinny y Uderzo pesa mucho. "¿En serio? Pues a mí me ha parecido muy bueno", me decía un buen amigo de cuyo criterio no tengo dudas, cuando intercambiamos impresiones; él atestiguaba haber estado ante una historia al más puro estilo clásico, mientras que yo había desfilado sin frío ni calor ante sus viñetas, carente todo de pena o gloria.
Una re-visita a los pocos días me mostró un cómic bien diferente. En primer lugar, un arranque muy bueno y que hubiera complacido al mismísimo Goscinny. César tiene ya recopilados todos sus célebres comentarios sobre su conquista gala, pero uno de sus asesores, Promoplús, le convence de que debe suprimir un capítulo que su autor ha dedicado a la irreductible aldea de Abraracúrcix, plagado de fracasos para las legiones. Sin embargo, la verdad histórica es algo que no puede hurtarse demasiado tiempo, ni siquiera por el vencedor de Vercingétorix.
Sin premura, una concentración en los diálogos mostraba un argumento de Ferri notablemente más elaborado y talentoso que el anterior, donde se dejaba llevar mucho por elementos fantásticos. Aquí, exhibe que está cada vez más amoldado a los personajes y su esencia, logrando un eclecticismo genial para usar referencias de la época y nuestra actualidad (piraterías informática, el taller de escribanos númidas ocultos de los romanos, etc.). Y, sobre todo, supera la prueba de fuego de utilizar a César, el payaso serio de Astérix y Obélix más apreciado, siempre tratado con una mezcla de ironía y sincero respeto por Goscinny y Uderzo. Tal cual es la visión que Conrad y Ferri nos ofrecen del patricio romano.
Se contrapone con habilidad el papel de la palabra escrita, la cual puede dar credibilidad de hechos que están incompletos o falseados, frente al problema de la cultura de los druidas, cuya transmisión oral hacía peligrar su continuidad y que fuera creída (amén de que resultaba extraordinario para su papel preponderante en la educación y religiosidad del pueblo galo mantenerse como custodios del secreto, justificando sus prebendas). En serio, lo que han hecho Conrad y Ferri no desentonaría en la etapa dorada de la colección original (palabras mayores, por cierto).
Eso en el haber, que no es poco botín. Es cierto que hay una tendencia en esta pareja de autores ha usar elementos fantásticos (en este caso, uno de los remedios se obtiene mediante la captura de un unicornio en el bosque de los carnutos, y en su debut emplearon al mismísimo monstruo del lago Ness y criogenizaciones de pictos a lo Walt Disney), más en consonancia con la fantasía hiperbólica de El cielo se nos cae encima que en la hábil parodia histórica y explotación de tópicos que caracteriza el corpus de la saga.
Hay asimismo una tendencia a resolver las tramas con el recurso de invocar al deus ex machina de turno, aunque la progresión de Ferri y Conrad invita a tener las mejores expectativas cara a la que sea su tercera incursión en la Armórica. El primero fue una toma de contacto (destacando la calidad de las ilustraciones) y El papiro del César se traduce en un aterrizaje claro y decidido a afirmar que Uderzo no ha cometido ningún error (todo lo contrario) al dejar el barco en estas manos.
La sensación que deja al final es de un trazo completo del círculo, incluyendo un homenaje metaficcional que hará las delicias de los incondicionales. El horóscopo pronostica buenos tiempos en la aldea y que seguirán valorando las tradiciones. No hay peligros en el horizonte.
Bueno, uno sí, que el cielo se nos caiga encima... pero, eso no va a pasar mañana.
INCISO POR PARÍS...Y EL RESTO:
Tristemente, esta entrada surge poco después de un terrible atentado terrorista en París, el cual se ha cobrado la vida de un centenar de personas inocentes, sin otro delito que haber salido a disfrutar un viernes. La acción logró todos los efectos de los que se nutre el terrorismo más cerril. Siembra desconfianza, genera rechazo al diferente y puede reforzar comportamientos radicales de uno y otro signo político, también religioso. Cruzo los dedos porque los galos y su hermosa Lutecia demuestren esas células grises que siempre han tenido, que no olviden a sus caídos y, más todavía, a sus familiares y amigos que los añorarán con dolor.
La solidaridad que ha generado el hecho con la capital gala ha sido por un lado admirable y, colateralmente y de forma involuntaria, ha puesto en relieve el problema de que, según la cobertura mediática, nos escandalizamos más o menos. Lo ocurrido en Francia pone los pelos de punta y sacará lo mejor de mucha gente (ansías de reconstrucción, de vivir, de honrar a los difuntos, que no sea en vano esa atrocidad, muestras de apoyo honesto, etc.). ¿Por qué no hemos hecho lo mismo todos, en nivel general, en los países más desarrollados, cuando han ocurrido horrores de similar índole en zonas como Siria o África, por citar únicamente dos ejemplos? Todos tenemos que ver con todos, los movimientos migratorios son constantes y, no es que no debamos echarnos las manos ante el nauseabundo crimen sufrido en París (todo lo contrario, ese salvajismo debe removernos en lo más profundo por su atrocidad e injusticia), pero esa debería ser nuestra reacción siempre.
Hay negocio en este turbio asunto. Se venden armas a estos verdugos de los que nos escandalizamos con posterioridad a haber creado a dichos monstruos. Se pervierten credos para convertir en sangrientos corderos del sacrifico a gentes sometidas a las peores condiciones posibles de vida, dispuestos a abrazar la promesa fácil de un paraíso para salir de dicho infierno, sin darse cuenta de que están inmolando por gentes que nunca lo harían por ellos, tornándolos en asesinos y en sicarios muy similares a los de esas superpotencias que critican.
¿Y las víctimas? Los de siempre, gente a pie de calle que tuvieron la mala fortuna de estar en la rue parisina equivocada, el hado funesto de tener que emigrar de su Siria natal sin delito cometido o ser una criatura convertida en niño de la guerra antes de haber podido aprender a leer o escribir. París tiene hoy una herida abierta, en muchos lugares saben cómo se sienten, ya sea por alambradas, fronteras carmesíes o cualquier brote de odio a lo distinto, a la incomprensión. Pensemos en la infinita suerte que hemos tenido de seguir por aquí un poco más, es el mínimo respeto que debemos a los que ya no están.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
http://www.abc.es/cultura/libros/20151012/abci-asterix-nuevo-papiro-cesar-201510121210.html
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/08/03/actualidad/1438620242_388542.html
http://www.lacasadeel.net/2015/10/portada-y-paginas-interiores-de-asterix-36-el-papiro-del-cesar.html
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