domingo, 9 de agosto de 2015

ORSON Y WELLES: ENTREVISTAS CON EL ENFANT TERRIBLE


Fue un niño prodigio y un mal estudiante. Lector asiduo de Shakespeare y ocioso viajero que malgastaba dinero y aventuras, rehuyendo cualquier responsabilidad. En verdad, la vida de Orson Welles es casi más apasionante que sus películas. Desde sus comienzos en la radio, su sello fue un sinónimo de calidad y polémica. Subestimado como actor por su labor de director, vivió toda su trayectoria profesional con el arma de doble filo de haber firmado su obra maestra con 26 años: Ciudadano Kane, película mítica sobre la que le aburría hablar. Los aniversarios y efemérides han traído a las estanterías del mundo varias monografías, artículos, estudios sobre su obra y hasta chismes sobre la reconocible figura del mito del Mercury. 



Particularmente, hoy hablaremos de dos de ellos. Ambos son libros de entrevistas al personaje. El primero es obra de Henry Jaglom, bajo el título Mis almuerzos con Orson Welles. El segundo, de Peter Bogdanovich, bautizado como Ciudadano Welles. A lo largo de esas grabaciones, el artista va dejando pinceladas de sus opiniones, fobias, amigos, enemigos, recuerdos, temores, resquemores y ambiciones. Esta pareja de ejemplares coinciden en mostrar a un Welles crepuscular, incapaz de conseguir financiación para rematar sus proyectos, dudoso de poder volver a hacer cine o encariñarse realmente con una idea. 



Entrevistas absorbentes y políticamente incorrectas. Desde que era un enfant terrible que desafiaba a la figura de R. Hearst y su imperio mediático, la capacidad de Welles no fue precisamente hacer amigos. En esas páginas, desinhibido y de vuelta de todo, será capaz de pasar un bisturí poco amable por muchos personajes de su pasado. Nadie está a salvo del punto de mirar de un francotirador implacable, incluyéndose en la nómina de aludidos a mitos geniales como Chaplin, con quien tuvo una relación amigable que se truncó definitivamente por acusaciones sobre la autoría de una idea y el reconocimiento de un guión. 



Sendos entrevistadores saben sacar jugo de eso, aunque con tácticas distintas. En el caso de Bogdanovich hay una tendencia a irse a aspectos técnicos y cinematográficos, inclusive los chismes parecen circunscribirse a lo acontecido durante los rodajes. Con Jaglom, nos adentramos en una comida informal entre amigos, donde se dicen barbaridades y juicios de valor que meditaríamos mucho hacer ante un micrófono. Hay interrupciones de camareros, de colegas de profesión y de admiradores entre bambalinas. Realmente, Welles sabía levantar ampollas cuando quería... a veces, hasta sin pretenderlo, como durante La guerra de los mundos



Eso nos lleva a hacer descubrimientos muy curiosos. A destacar la correspondencia mantenida por Welles con el presidente Roosevelt, donde el mandatario estadounidense admitía al creador de Campanadas a medianoche que se arrepentía profundamente de no haber intervenido en España durante la Guerra Civil. Los almuerzos permiten ver al Welles más implicado en la política y sociedad de su tiempo, siempre sagaz y osado en sus visiones, también al ser humano vulnerable y con sus prejuicios, colérico, cuando no deliberadamente grosero, rozando en lo desagradable. 



Asimismo, aunque pudiera parecer paradójico, se concatenan los pasajes de sensibilidad, por ejemplo, en la visión de Orson del universo de Shakespeare, quizá su mayor influencia en toda su vida, por encima de su admirado John Ford. La lectura de Welles de personajes como Falstaff es única en su especie, la propia de quien revisita los clásicos a su manera y abandona mármoles academicistas para colocar a las obras en su suelo original. Realmente, es una delicia ver sus opiniones sobre unas piezas teatrales que conoce y domina a la perfección. 


A nivel de vida sentimental, nunca pudo decirse que tuviera mal gusto: de Rita Hayworth a Oja Kodar, siempre pareció rodearse de mujeres hermosas, inteligentes y con talento. No pocas de esos romances se vieron truncados, algo de eso deja de traslucir, mostrando más sinceridad de la que se presupone a una estrella de Hollywood (aunque Welles siempre fue más bien un outsider de aquellos años, una especie de maestro de ceremonias foráneo a quien se permitía tomar de una farándula que necesitaba y despreciaba a partes iguales).



Hay momentos de generosidad y honestidad, como su manera de quitarse laureles por la magnífica El tercer hombre, dirigida por Carol Reed en base a una novela de Graham Greene, donde el carismático antihéroe Harry Lime es encarnado por un Welles magistral, pese a su poquísimo tiempo en pantalla, pero su sombra sobrevuela todo el relato. En esos compases desarrolla aspectos tan interesantes como su amistad con Joseph Cotten, actor de su compañía durante mucho tiempo y amigo, alguien de quien explotó su química en pantalla para tratar uno de los temas que más obsesionó a este gran creador: la amistad traicionada y desilusionada.



A Welles no le hubiera gustado la publicación de estos libros. Él mismo abominaba de conocer demasiadas cosas de sus ídolos, temiendo descubrirlos humanos, lejos del librero o la sala de rodaje. Sin embargo, para el resto de nosotros es una oportunidad única de indagar en una de las influencias más notables del séptimo arte en el pasado siglo. Lo dijo un tal Martin Scorsese, quien de esto algo sabe, probablemente, Welles sea uno de los autores que más vocaciones han despertado a generaciones de actores y cineastas. 



FOTOGRAFÍA EXTRAÍDA DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



http://www.anagrama-ed.es/titulo/CR_108



http://capitanswing.com/libros/ciudadano-welles/



http://www.wellesnet.com/orson-welles-family-album/

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