domingo, 23 de noviembre de 2014

LA MAGIA DE ESCOBAR


En ocasiones, un pequeño texto puede hacer surgir muchos recuerdos. La revista Cinemanía ha sacado en el ejemplar de este mes un artículo de Yago García, quien disecciona con capacidad de síntesis y precisión cirujana los avatares de la producción de Estela Films, la película de animación Érase una vez, audaz intento de los estudios españoles de sacar al sector de la crisis galopante que lo asolaba durante la posguerra. 




Josep Escobar, creador de los inefables Zipi y Zape, además de otra cohorte de grandes personajes de las viñetas bruguerianas, ocupa un lugar muy destacado en el análisis. A pesar de haber estado a punto de fichar por la prestigiosa Paramount, el dibujante había permanecido en suelo patrio, a pesar de los problemas que podía traerle su ideología en aquella coyuntura. Esta versión del clásico cuento de Cenicienta (el hecho de que Disney ya hubiera registrado impedía poner el nombre original) no logró triunfar en taquilla por diversos condicionantes, si bien, fue la enésima demostración del talento de un artista que logró firmar cerca 200 planos del filme (es decir, confeccionados por él solo y sin ayuda). 




Un premio en Venecia fue un agradable premio de consolación para un intento que tuvo la mala fortuna de coincidir con un transatlántico del potencial de Disney (la lentitud de información de la época nos tienta a pensar que ambos estudios simplemente coincidieron y no se percataron de andaban tratando lo mismo hasta que fue demasiado tarde). Un extraño kismet que parece haber acompañado al talentoso Escobar, quien, si bien cuenta con una extraordinaria biografía por parte de Antoni Guiral, en ocasiones no es lo suficientemente recordado en el Panteón de los padres de la historieta hispanos (con nombres tan queridos como Ibáñez, Vázquez, Raf, etc.).  


En definitiva, Yago García volvía a rescatar del baúl de los recuerdos a un artista polifacético, un rara avis que ejemplificaba el ideal renacentista: guionista, narrador, ilustrador, autor teatral, dibujante, etc. Me decía un buen amigo que, si uno se fija, se detecta mucho de la inteligencia y curiosidad del propio Escobar en sus personajes, quien la proyecta en el ingenio de sus hermanos gemelos, o ese Lazarillo de la época del hambre que fue Carpanta. Sorteando obstáculos, logró hacerse un hueco para lograr encontrar la esencia de sus viñetas, de la misma forma que la hicieron otros de sus brillantes compañeros de generación. 




La sátira del supuesto ideal familiar de su época (esos Zapatilla y su cuarto de los ratones para esos ingeniosos muchachos, siempre bajo sospecha), la miseria sin tapujos del mundo de Carpanta, la relación de Petra y su señora, etc. Un amplio conglomerado que convierten al artista catalán en un referente sin el que es muy difícil explicar uno de los períodos más decisivos del cómic peninsular. 



Hace algunos años, en este mismo blog se habló de un tebeo impresionante llamado El invierno del dibujante, gran recreación de los años decisivos de Bruguera, el momento donde Vázquez alternaba sablazos y talento en la mesa de dibujo, un joven Francisco Ibáñez ingresaba para bautizar, con la astucia del lacedemonio Rafael González, a los insustituibles Mortadelo y Filemón y Víctor Mora consolidaba a sus creaciones, las cuales aún hoy se mantienen. Sin embargo, quizá la historia más importante de las que entrecruza allí Paco Roca sea un intento que involucra a nuestro protagonista de hoy.   



Este recuerdo invernal refresca el audaz y frustrado intento los Escobar, Conti, Cifré, Giner, Peñarroya y la ilustre compañía de crear una revista propia que permitiera a los autores tener los derechos de sus obras originales y plantar cara a las leoninas condiciones que sufría su colectiva en aquellos primeros años. Con su eterna pipa y elegante pipa, califiqué en aquella reseña a Escobar como "digno derrotado", volviendo a recalcar que, lejos de descalificar, el apelativo tenía como único objetivo recordar que hay gente cuyos fracasos brillan más que los éxitos de otros. 




Incluso en su período en un lugar tan poco agradable como el presidio, se la ingenió para sacar hacer caricaturas de otros presos, mientras volvía, cual irreductible galo ante el invasor, a la carga una y otra vez, acompañado de sus hijos y esposa, Dolors Roura. Los homenajes en localidades como Granollers, a la que estuvo muy ligado, son el reflejo de la importancia que sigue teniendo aún hoy en días, décadas después de su desaparición.  




"Escobar fue un gran amigo, además, fue un hombre que no se limitaba a hacer historietas. Escribía obras de teatro, pintaba cuadros, hacía publicidad, cultivaba en su casa [...] Todo lo que se podía hacer en este mundo lo hacía Escobar. Fue una auténtica maravilla para la historieta. Dejando de lado a Mortadelo, los personajes de Escobar han sido los que más difusión han tenido, sobre todo su Zipi y Zape. Fue el único dibujante del país que consiguió dársela con queso a la censura con su personaje que se llamó Carpanta. [...] Estuvo trabajando hasta última hora, ya con Alzheimer, siempre enamorado de su profesión. No está olvidado ni muchísimo menos, y ese es el mejor homenaje que le podemos hacer a un autor de historieta". - Francisco Ibáñez. 

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