domingo, 24 de agosto de 2014

NO QUEDA SINO BATIRNOS



Hay libros de mesita de noche, otros de bolsillo, siempre propicios para un viaje en tren o autobús; también de consulta, aparatosos, nunca leídos del todo, pero siempre prácticos para tener en una gran estantería, soluciones a consultas de primer toque, rápido y al pie. Asimismo existen obras, en cambio, que pueden obedecer a un estado de ánimo, ese género que es más propicio en determinada estación. Como fuere, hay otra especie más en este heterogéneo conglomerado: las páginas impresas que provocan una predisposición, se buscan sus efectos como si de una receta se tratase.




El estilo de Arturo Pérez Reverte predispone a ponerse en guardia. Como si de una estocada en un callejón contra Malatesta se tratase, hay que andar con ojo ante su estilo, uno que provocaría que Quevedo afirmarse aquello de: "No queda sino batirnos". Escritor tras ser corresponsal de guerra en lugares como Sarajevo, marinero de vocación y fuente de innumerables polémicas y adhesiones en redes sociales, afrontar las columnas del padre de Alatriste es prepararse para una sucesión de tres o cuatro carillas a pecho descubierto, tocando fibras, provocando grandes asentimientos y no pocos torcimientos de gesto.




Patente de corso (1993-1998) recoge un surtido de su cita ineludible con El Semanal, en el cual ha cumplido con lacedemonia puntualidad, independientemente del lugar del mundo donde se encontrase. Sin ser la primera vez que leía una de estas colecciones (conocía ya Cuando éramos honrados mercenarios o Con ánimo de ofender), esta época noventera tenía un atractivo que iba más allá de sus eternos dardos a Javier Solana.


El género periodístico siempre parece amenazado de fecha de caducidad. Muchos quieren darle un carácter efímero, algo que puede ser cierto en informativos breves y rápidos, noticias de transición... No obstante, como bien apuntaba Álvaro Vargas Llosa hace unos meses, ¿quién podría decir que ese regla de cumple en Relato de un náufrago o en el desgarrador relato que el mismo autor, Gabriel García Márquez, hacía de un secuestro? La imprenta de los rotativos produce muchas cosas, dignas e indignas, pero no pocas de esas cosas son perdurables y dignas de ser sometidas a examen tras ello. 



La primera sensación es curiosa y pone muchos asteriscos a esa década loca, ¿por qué nadie nos advirtió que muchas de las expresiones de los días de los Powe Rangers, Chiquito de la Calzada, Torrebruno y cía iban a convertirse en atávicas reliquias del pasado apenas se sucedieran unos pocos años después? Con la salvedad de la extrañeza y perplejidad que producen algunos de esos giros lingüísticos y el aire castizo a 2 de mayo que suele dar Reverte a su columna, hay que reconocer que hay un puñado de ellas que merecen ser rescatadas del fuego de la novena puerta.




Una preciosa historia de amor en Venecia, la ducha de preciosa mujer en un Oriente Medio sumido en una cruel guerra (tristemente, este relato se podría enmarcar sin problema en estos días), recuerdos de esa maldita/bendita España, pérfidas Albiones y cantones de Cartagena, etc. Puñetazo directos al estómago que sorprenden cuando se vuelven páginas tiernas, amables y dignas de la más hermosa de las nostalgias, como aquel pianista de un viejo hotel madrileño, cuyas verdades y mentiras todas eran ciertas, pues, al igual que en El viaje a ninguna parte, hay un momento en que recuerdos propios y ajenos forman un pasado que se non è vero è ven trovato.



Por prescripción facultativa, es recomendable alternar esta lectura con otras, pues son un espacio de periódico que en dosis abundantes puede provocar una reacción similar a la Michael Douglas en Un día de furia. Algunos temas se repiten, mal inevitable cuando se exige una producción cada siete días (parece mucho, pero las semanas vuelan y el año es largo para ser condenadamente original en cada entrega), si bien, es un recorrido que merece la pena.



El título de esta ecléctica conjunción es Patente de corso, en honor a aquellos documentos de la Corona donde se daba permiso al filibustero (ahora convertido en honorable corsario) para atacar navíos y mercantes de naciones enemigas, es decir, ser un pirata de fortuna, pero con posibilidades de una jubilación honorable y cotizando en la carrera de Indias. No es una elección casual, pues no son pocas las hojas de este tomo de Alfaguara dedicado a los caprichosos movimientos de Neptuno.



No me gusta todo lo que en esta caja se contiene, si bien lo que me agrada, me encanta en sobremanera. Reverte es capaz de conseguir que te enamores de una chica que hace horas extra en la hamburguesería donde trabaja los fines de semana, o de aquella piba argentina que busca el recorrido de esos tres mosqueteros que eran cuatro, mientras que, en todos sus relatos, parece imprimirse esa decadencia de un mundo heroico que ha desaparecido y del que no queda nada, salvo un héroe cansad. Mucho de ello hay en Alatriste o en ese viejo y sabio maestro de esgrima.


Pero eso, son ya otras historias... y habremos de esperar otro domingo para contarlas.

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