domingo, 22 de septiembre de 2013

A DANCE WITH DREAMS AND SHADOWS


Hay un momento en que, determinados directores de cine, logran alcanzar un estatus de seguridad en taquilla, el cual les permite tener un cheque en blanco cuando las celosas productoras les encomiendan una nueva película. Tras éxitos populares como las versiones al séptimo arte de 300 y Watchmen, Zack Snyder se encomendó con Sucker Punch (2011), a explorar sus gustos, manías, freakismos y, básicamente, todo lo que le rondase la cabeza, sin escamitar en ningún momento en gasto o que alguien a su derecha pudiera amonestarle por estar realizando una montaña rusa de locura. 



Desde su inicio, con estética de videoclip (por otra parte, videoclip magnífico, con capacidad de síntesis y con una gran sagacidad para elegir la banda sonora, como ya demostró usando en el pasado, la excelente Times are changing de Bob Dylan), uno tiene claro que está ante la cinta donde Snyder más ha disfrutado de la hipérbole y la falta de mesura. Y eso, viniendo de un cineasta exagerado por naturaleza (no hay más que recordar sus cámaras lentas en las escenas de acción y con gusto por la violencia de influencia comiquera), puede hacer temblar a los más puristas. 




Y, sin embargo, se mueve, que diría el sabio. Con todos sus fetichismos, barbaridades y atmósfera de cuento irreal, la trágica epopeya de Baby Doll (Emily Browning, convirtiéndose en la versión dark y adulta de Sailor Moon, katana incluida), tiene un componente de atractivo que parte de su curiosa apología de esa herramienta que tanta notoriedad y peligros dio al bueno de Alonso Quijano, la imaginación. ¿Hasta qué punto hablamos de locura y no de instinto de supervivencia cuando frente a la peor de las realidades, alguien recurre a su única tabla de salvación posible?




Dentro de su contexto de locura desquiciada (es curioso que, pese a estar ambientada en la década de los 50, la niña protagonista tiene una capacidad de inventiva en sus alucinaciones que dejaría en ridículo a la mejor X Box), la ópera con licencia para matar de Snyder, sumerge al espectador en una serie de disquisiciones muy interesantes. El peculiar psiquiátrico y el extraño teatro organizado por una de las doctoras del lugar (caracterizada por Carla Gugino), tiene un regusto a De repente, el último verano; la gran diferencia con el maestro Tennesse Williams es que este, nunca hubiera desperdiciado el abanico de posibilidades de sugerencias y traumas que esconde el sanatorio Lennox. Eso sí, creo que el creador de Stanley hubiera sonreído ante la figura del Gran Apostador y nunca, hubiera quitado la penúltima escena cortada, que hubiera explicado muchas más cosas y además, explota el talento de una actriz protagonista en estado de gracia. 



Hace algunos años, Álex de la Iglesia hacía esta maravillosa introducción de su film El día de la bestia: "Amigos de los Jonas Brothers y High School Musical, en realidad, esta es vuestra película, solamente que no lo sabiáis hasta ahora". Algo de eso hay en la obra que hoy nos ocupa, ya que pareciera que estamos ante la versión manga y cañera de Fama (una peculiar reversión de la academia de baile regentada por Snyder, donde, por cierto, Helena de Troya hubiera tenido serias dificultades para pasar el casting)




Cinturones abrochados y disposición para ver una cantidad de referencias inacabables de diversas estéticas de fantasía, desde el universo Tolkien hasta la robótica de Asimov. El único inconveniente es que, a diferencia de otros hacedores del eclecticismo, como el gran Quentin Tarantino, a veces parece que las influencias manejan a las películas de Snyder y no al revés. El creador de Pulp Fiction, siempre parece tener controlado el coche, aunque vaya a 300 kilómetros por hora y sin frenos, pero, a Snyder, que siempre tiene puestas en escena muy interesantes, a veces parece fallarle el orden en su trazo...




Una excentricidad de un director ya de por sí heterodoxo, una extraña reformulación de los ángeles de la guardia y, como bien sabía Blanche Dubois, la dependencia que a veces tenemos de la bondad de un desconocido, ya sea en una parada de autobús o afrontando las fauces del dragón. 



 If you do not dance you have no purpose. And we don't keep things here that have no purpose. You see, your fight for survival starts right now. You don't want to be judged? You won't be. You don't think you're strong enough? You are. You're afraid. Don't be. You have all the weapons you need. Now fight.


domingo, 15 de septiembre de 2013

ONLY KINGS UNDERSTAND EACH OTHER: BOARDWALK EMPIRE


Gracias a la campaña de promoción que está realizando Canal +, parece oportuno que en la visita dominical a Amarcord, analicemos una de las series de la HBO que va a iniciar su cuarta temporada. Nos referimos al paseo marítimo más lucrativo y macabro de toda Atlantic City, Boardwalk Empire, quien, entre otras firmas de prestigio en su producción, cuenta con la del legendario Martin Scorsese.
En el pasado ya presentamos este programa que ha vuelto a colocar en el sitio que merece a un actor tan heterodoxo como genial, Steve Buscemi, de físico tan particular como innegable talento, secundario que saltó a la fama gracias a su capacidad de sobresalir con directores de la talla de los hermanos Coen o Quentin Tarantino. Su creación de Nucky Thompson es uno de los mejores aciertos del show, dueño de la mítica frase: "Si quieres ser gángster en mi ciudad, tienes que pagar por el privilegio".
Ambientada en una de las décadas más locas de los Estados Unidos, impregnada bajo la célebre Ley Seca (el propio opening es una metáfora excelente de ello, la figura de Nucky en un mar ensuciado por botellas, que, sin embargo, le hacen salir impoluto y enriquecido, mientras crea el caos en su ciudad), Boardwalk Empire bebe con mucha claridad de fuentes como Los Soprano o The Wire (de hecho, algunos de los mejores directores de ambas, han repetido experiencia para la, algo esnob, pero siempre excelente en calidad, cadena privada).


 Las tres anteriores temporadas han dejado un excelente recurso, una gran ambientación de la época (los insalubres hospitales son un ejemplo perfecto de realismo, a la par que un vestuario cuidado), junto con la evolución de personajes perfectamente desmitificados y mostrados de forma muy realista, como un violento camorrista en constante ascenso social, llamado Al Capone y que está creciendo a la sombra de figuras mayores hasta dejar un sangriento San Valentín y generar una de las declaraciones de Hacienda más polémicas de la Historia.



Con todo, no es oro todo lo que reluce en las arcas de Nucky, llegar a conocer esta Atlanta y sus conexiones con New York o Chicago, exige muchísima pausa, es una serie que tarda en entrar por los ojos, hasta que uno conoce a la perfección las complejas personalidades de figuras como Chalky White (pienso aquí en el genial Omar, ¿por qué será?), con capítulos que son algo así como pequeñas películas. Ritmo pausado y menos ácido que el añorado linaje de Tony Soprano, o más tintes de culebrón que esa brillantísima tesis sociológica que fue The Wire; pese a ello, solamente puedo recomendarla de la forma más encarecida.




Solamente la evolución de personajes como esa extraña joya que es Nick Van Alden, justifican la entrada y bien valen una misa, para entrar en ese imperio formado con ingenio por un corrupto tesorero; no obstante, la Historia ha demostrado que no existe reino en expansión que no deba, en un momento determinado, estar dispuesto a recibir desafíos.





Cojan si les place, un cuarto billete para ver las cicatrices de esa gran olvidada que fue la I Guerra Mundial, mientras, el alcohol sigue circulando con la fluidez que únicamente otorgan las prohibiciones... Si en esta temporada, el ritmo lograse acelerarse un poco sin perder su profundización de perfiles (tarea nada fácil), quizás al fin este Imperio pueda despejar una de las pocas cuentas pendientes que quedan en ella.



Show must go on... hagan juego, damas y caballeros.


ENLACE DE INTERÉS:


TRÁILER 4 TEMPORADA

domingo, 8 de septiembre de 2013

LA BELLEZA ESTÁ EN EL OJO DEL QUE MIRA: GIL PUPILA


Hay obras artísticas que cuentan con nuestra Bula. Es inevitable, quizás tengas fallos argumentales, no sean el mejor trabajo de su autor/a....pero, la vimos en el momento justo, con la persona apropiada y en la situación idónea. Ello permite que perdonemos todo. Que el tomo 1 de recopilación de las detectivescas aventuras de Gil Pupila, sea un generoso regalo de un apreciado amigo, otorga al héroe de Maurice Tillieux, una ventaja subjetiva importante...



No obstante, tal vez sea el justo karma el que ha permitido que dejase saldada mi deuda con aquel personaje originario de la revista Spirou. Para muchos lectores, Jourdan (su verdadero nombre en el francés original) y sus desentuertos, eran unas páginas de Súper-Mortadelo, aquella mítica publicación, donde, debo admitirlo, nunca reparé en demasía en el arte de Tillieux. Me gustaba su forma de retratar la atmósfera de relato noir de bajos fondos, pero, quizás intuyendo lo interesante de su argumento, no me placía verme con algún engorroso continuará que, en aquella época, se podía traducir en muchos meses, cuando no años, hasta tener la fortuna de conocer el desenlace.





Cita pospuesta pero finalmente encontrada, para gran satisfacción del ávido lector, he de añadir. Tillieux fue uno de los exponentes más excelsos de una Escuela franco-belga única en su especie, influyentes en las futuras generaciones, tanto de sus compatriotas (anécdota deliciosa con François Schuiten incluida en el prólogo del primer tomo) como en el extranjero (entre otros, el maestro Ibáñez, nada menos).




Compartiendo cierto rasgo con el mítico Tintín, resulta curioso como algunos de los secundarios que rodean al idealizado héroe, parecen estar revestidos incluso de mayor carisma que él mismo (en este caso, nuestra referencia es clara a Libélula y, evidentemente, al inefable inspector Corrusco, quien fue evolucionando de competidor de los investigadores a firme apoyo de la pareja investigadora, siempre con la presencia de su secretaria, con el adorable nombre de Cerecita, desafortunadamente, no muy explotada, quizás pecados de la época). Como fuere, son los misterios y la ingeniosa forma de solucionarlos los que mayor atractivo dan a la saga, verdadero exponente de cómo narrar. 



Con una gran experiencia en las tiras humorísticas, el fino sentido del ingenio del autor, permite dar una ligereza muy necesaria, incluso en las situaciones más oscuras, con una pausa elegante y siempre perfectamente insertada. Una cierta burla a la autoridad, diálogos buscando juegos de palabras (aunque la traducción, involuntariamente, a veces mutila tal connotación) y mantener todos los ganchos que una aventura larga exige. 



A pesar de su maestría dibujando persecuciones automovilísticas o generando ese humo en un contexto donde todavía era políticamente correcto fumar tabaco (que le pregunten al bueno de Lucky Luke, quien, el por qué dirán, pasó a tener hábitos más saludables entre aventura y aventura en el Far West), la trayectoria de Tillieux, marinero vocacional y con sueños de tierras exóticas, fue una carrera de fondo, antes que el descubrimiento de un talento precoz. Y es que, hubo borradores previos, antes de encontrar en Pupila, a la voz que había estado buscando para exocizar sus influencias (literarias y cinematográficas) en algo nuevo... 





Alguna poción mágica debió de existir más allá de los Pirineos y atravesando el Benelux, para traer aquella hornada de autores que revolucionaron el medio, dándole esa capacidad para el eclecticismo, entre lo infantil, juvenil y para todas las edades (incluyendo la de piedra, como decían en los TBO). Es una lástima que este extraordinario pionero no dispusiera de más préstamos de Cronos para dejar aún más enigmas a su personaje predilecto... Queda la obra firmada, que no es poca... 



Por ello, hemos de congratularnos por esta iniciativa de Planeta DeAgostini que nos ha traído la mejor edición hasta la fecha de uno de los clásicos básicos de una de las mejores Escuelas. 




Nuff said.

domingo, 1 de septiembre de 2013

CANCIÓN TRISTE DE WILLY LOMAN


Hay quien dice que un náufrago engullido por el mar, es más grande que el cruel capricho del océano; la explicación radica en que, el primero es perfectamente consciente de que se está muriendo, mientras, las aguas son incapaces de entender que le están matando. Dentro del imaginario teatral, pocos personajes han sido más grandes y cuativadores que Willy Loman, un viajante de 63 años, a quien Arthur Miller colocó en el ojo del huracán para narrar sus últimas 24 horas, en la isla desierta que se ha convertido su vida, bajo la tormenta de la gran crisis que vino tras el crack del 29.  



Death of a Salesman, estrenada por primera vez en 1949, supone una de las piezas clave de un dramaturgo que, junto con su colega e influencia, Clifford Odets, se encargó de revolucionar su medio, con tintes sociales. Pero, que no se alarme ningún lector por esta aseveración. Como los más grandes escritores, Miller debe ser comprendido al margen de su ideología (la cual, por otra parte, le traería no pocos miramientos durante la paranoica caza de brujas rojas que él mismo se encargó de denunciar a través de sus míticas Las Brujas de Salem, ya mencionadas previamente en el blog) y, sus denuncias de la voracidad del american way of life tienen como único objeto central, el de las personas. Y, en ese sentido, rara vez un personaje de los escenarios ha sido más carnal que el bueno de Willy Loman. 




O malo, según se mire. Aún a día de hoy sigue siendo uno de los papeles predilectos y soñados por cualquier actor maduro que ambicione exigirse, Dustin Hoffman, por ejemplo, sería uno de los más recordados, pues, casi cada generación, necesita su propia visión del viajante. Padre de una familia de clase media que ha vivido por encima de sus posibilidades (ayudada a esa farsa por el resto del país y una publicidad agotadora y eficiente), Willy es un personaje ni mejor ni peor que el resto, humano, tierno, fanfarrón, soñador, irresponsable, cariñoso, débil, agotado, despreciable, adorable....pero, en todo momento y lugar, una mirada con ese tono de piedad que solamente algunos literatos consiguen. Aquel microscopio que, sin duda, le dieron a Chéjov para explorar la Rusia post-revolucionaria en sus gentes más modestas, pasa ahora a las manos de un norteamericano, descendiente de polacos que vivió como su propia madre, pasaba de ser una engalanada señora de Manhattan, a una ama de casa modesta, la mayor parte del día en batín, recluida en el heterogéneo y menos lujoso barrio de Brooklyn.


La infelicidad del hogar de los Loman es visible en la rivalidad latente, soterrada, pero innegable, que hay entre sus hijos, Biff y Happy (el nombre del segundo, no podía ser más irónico). A pesar de la inagotable verborrea de Willy acerca de sus viajes y sus hipotéticos sueños de futuro, una serie de sutiles, pero esclarecedores flashbacks, nos hacen comprender los muchos secretos que cualquier hogar, independientemente de lo lujoso o modesto que sea, siempre esconderá en cuanto se arañe la superficie.
 
 
 
 
 
Cuando, tras años pateándose el país en su coche, en cansados viajes, el comerciante es despedido por su jefe, el señor Howard, Loman solamente podrá encontrar algo de consuelo en su vecino Charley, cuyo hijo, curiosamente, había vivido una involuntaria rivalidad con Biff durante sus años de instituto, siendo el segundo, una promesa deportiva y el otro, un estudiante aplicado. Muy al estilo de Ned Flanders, Miller tiene el inmenso acierto de no presentar a la familia de ese vecino como la antagonista, todo lo contrario, en un mundo de emociones a flor de piel, donde, ejemplificando el primer título de su debut como joven estudiante teatral, no se pueden encontrar malvados (No villain).
 
 
 
 
Hablábamos de los Flanders y es que, en esa joya llamada Los Simpson, rara vez se da puntada sin hilo. Si recuerdan, durante el episodio donde la familia amarilla viaja a China para adoptar un pequeño bebé para una de las hermanas de Margen, Homer entra en un teatro, donde, se hace una versión de Muerte de un viajante. A pesar de los ragos orientales, el empleado del señor Burns, grita alborozado: "¡Al fin he comprendido la obra!". En ese caso, Homer, habría aprendido un poco a sí mismo, pues hay mucho de Willy Loman en lo que, sus avispados guionistas, se basan para sus diálogos. Un patriarca imperfecto a más no poder, pero terriblemente humano y con una gran fuerza empática.Para redondear el chiste, el propio Miller viajó a La Gran Muralla, concretamente a Beijing, para estrenar la obra en el fascinante país.
 
 
 
A pesar de la cotidianeidad que enmarca toda la puesta escena, o precisamente por ella, cada acto está revestido de una fuerza increíble, con unos personajes que solamente pueden considerarse como lo más opuesto nunca visto a un retablo. Evolucionan, caen, sufren, sueñan... como acontece con otro de los más grandes en el género, Tennesse Williams, se exige la atención del lector/espectador, ya que, cualquier detalle minúsculo, como unas medias de saldo, pueden ser un testimonio que esconda muchísimo más de lo que se ve en apariencia. 
 
 
 
 
 
Una balada inolvidable, el perfecto exponente de un momento muy concreto de un país tan contradictorio como los Estados Unidos, pero, como obra maestra que es, perfectamente extrapolable a lo que puede estar pasando hoy en cualquier bloque de pisos de una familia de clase media, obligada a pagar por su ficticio pecado de haberse dejado seducir por el espejismo de bonanaza con el que sus acreedores les ilusionaron en el pasado.
 
 
 
 
Y, si bien son versos tristes, la canción de Willy Loman, sigue teniendo esa extraña porción de auténtica búsqueda de la felicidad, que únicamente está reservada a los soñadores...