domingo, 3 de marzo de 2013

ELOGIO A LA MADRASTRA

Cada generación tiene su música y el inmenso derecho de pensar que es la mejor. Probablemente, juzgarán la de sus abuelos como algo avejentado y atávico, mientras que lo que oigan sus nietos será simplemente ruido. No obstante, existen elementos que ponen algo en común, una especie de ententen cordial que se traduce en lo que llamamos clásicos, las escasas canciones o melodías afortunadas que siempre sobreviven. En el también competido mundo del olvido para las letras, muy escasos cuentos han logrado hacer sobrevivir sus versos con la destreza de la desventurada princesa con la piel blanca como la nieve.



Quién iba a decirle a los talentosos, divertidos y oscuros hermanos Grimm, que su adaptación sería la fuente usada por un cineasta del norte, Pablo Berger, para bajar al sur y sumergirse en todo un folklore que entiende y mezcla con un eclecticismo notable con muchos detalles de cosecha propia, para diseñar una película muda (inevitable pensar aquí en paralelismo con "The Artist") donde la madrastra y su ahijada se vuelven a fundir para arrasar en la pasada edición de los Goya.



Mezclar tantos elementos y en tan escaso tiempo como es el metraje de una cinta, suena a trabajar con explosivos, no obstante, seis enanitos mediante, Blancanieves sale airosa de la empresa y su estilo, guste o disguste, no deja indiferente. Y eso, en una película es decir mucho. ¿Cuáles son las causas de que la popularizada narración (especialmente tras pasar por las manos de la factoría Disney) haya vuelto con esa asombrosa fuerza?


Dijo hace ya tiempo Woody Allen en Annie Hall que, mientras sus compañeros de clase se chiflaban por la muchacha adormecida por la manaza, él bebía los vientos por la madrastra. Probablemente Mario Vargas Llosa comprase su parecer cuando le dedicó un encendido elogio que además casi tenía tintes autobiográficos. Maribel Verdú ha venido a justificar a ambos en una de sus mejores interpretaciones, dándole el punto justo a la villana, ahora tornada en enfermera antes que en miembro de la realeza (visto lo visto, gana con el cambio), en una mezcla de dominatrix, villana de folletín del siglo XIX, tauromaquia y cosas de cosecha propia. 




La actriz, justamente premiada, es uno de los grandes cimientos del curioso experimento donde se descubre a Macarena García, con una heroína mucho más activa que en otras versiones y una adorable versión infantil que, como se está demostrando últimamente, el cine mudo ofrece tantas ventajas como inconvenientes, justo cuando se pensaba lo contrario. De la misma forma, el blanco y negro parece obedecer más a la ambientación gótica que a la tendencia al esnobismo que a veces la acompañan.




Con un reparto de secundarios escogido con mucho gusto, que incluye veteranos de la talla de José María Pou o Ángela Molina, Berger dirige una historia ya conocida pero con los suficientes acordes nuevos para resultar novedosa y mantener en tensión. Aquí me gustaría partir una lanza por los amigos que me recomendaron este curioso viaje cuando no había premios que justificasen el visionado. 



Ya lo decíamos al principio, elogio a la madrastra... 



Condenadas a entenderse

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