domingo, 2 de septiembre de 2012

EL ORO DE NÁPOLES

Fue el actor Juan Diego Botto quien acuñó una frase de las que bien podrían catalogarse como curiosas: "En Argentina hay cuatro dioses, Gardel, El Che, Perón y Maradona". Heterogéneo combo de personalidades y egos, muchos de ellos con tantas luces como sombras oscuras, ídolos dignos de discusión y apasionado debate. John Ludden se atreve a acercarse a una de las fases más controvertidas de uno de ellos, Diego Armando Maradona, durante la fase en la que "El Pelusa" se decidió a salir de La Pampa para deslumbrar (y polemizar) en El Viejo Continente.
 
 
 
 
 
 
Había un largo trecho entre el nuevo continente y el modesto barrio de villa Fiorito, donde comenzó todo, rodeado de una familia muy afectuosa, pero en un clima de real miseria. Brasil y Argentina comparten varias cosas, pero una de las menos agradables es como su infancia menos favorecida se agarra a una pelota de trapo no como el sueño de una ilusión, sino confiando en que el deporte del fútbol sea el vehículo para sacar a los suyos y a ellos mismos, de una realidad terrible. Por desgracia, talentos como el de Maradona tan concretos se dan de muy tanto en cuanto, casi una conjunción de los astros que hace que la buena fortuna, la habilidad y la atención del público se centren en una figura.
 
 
 
 
 
 
Desde el momento en que el público pidió que aquel jovenzuelo fuera al Mundial celebrado en su país durante el año del 78 (precisamente en un momento de terrible dictadura militar y represion), aquel pequeño barrilete cósmico estuvo en el ojo del huracán. El mismo que la masa le dio parecía trascender de la habilidad de sus jugadas imposibles. Con una formación educativa deficiente, en la cancha, Maradona era un genio absoluto, dotado de una memoria prodigiosa para identificar a rivales y adversarios, conocedor de cada centímetro del césped de Boca como si fuera el patio de su casa. Tanta fuerza tenía su nombre que el FCBarcelona estuvo dispuesto a desmontar cualquier tópico de conservadurismo económico catalán para traerle casi a cualquier precio.
 
 
 
 
 
Es ese momento el utilizado por Ludden para abordar un fenómeno social digno de estudio antropológico, cual estrella del rock, poetisa bohemia genial y suicida, las andaduras del número 10, ya fuera en la Ciudad Condal, fueron una montaña rusa de emociones. Si la directiva del presidente blaugrana Núñez vivió eternamente convencida de haber metido un caballo de Troya, para compañeros y rivales, el prestidigitador siempre fue un engima para público y rivales. Alguien capaz de invitar en el hotel al defensa bilbaíno que por poco acaba con su carrera y de iniciar durante su recuperación un viaje de difícil retorno, a través de las drogas.
 
 
 
 
 
 
Precisamente un antiguo compañero en Can Barça, "El Lobo Carrasco", recordaría aún a día de hoy como esas dos adicciones echaron un pulso con el pequeño futbolista. Incluso en lo más decadente de su vida, pesando más de 100 kilos, Diego seguiría siendo capaz de salir al jardín de su casa a jugar con sus amigos pachangas. Por desgracia para su entorno familiar, el otro vicio aparte de la pelota se encargaría de ser un espectro omnipresente. Colmo de la hipocresía, los medios españoles incluso contarían con él para campañas anti-consumo de ese tipo de sustancias, una aparente paradoja pero que explica las ambivalencias donde se movieron (y siguen moviéndose) estos gladiadores modernos, dioses de la arena, por citar una serie reciente.  
Con una tangana histórica para despedir como se merecía la final de la Copa del rey y un cruce de declaraciones con Javier Clemente que parecía tener proporciones carlistas, Maradona quedaría marcado para siempre en el Camp Nou, aunque años después, sus jugadas, regates y una obra maestra en el Santiago Bernabéu o una vaselina de ciencia ficción en Belgrado, permanecerían en el imaginario culé. Nuevamente, el Cayo Mario exiliado despreciado pero que seguía conmoviendo a Roma por los recuerdos de las victorias ante cimbros y teutones. De alguna manera, su figura tenía el atractivo del ídolo caído, sentido, a fin de cuentas, como un tipo de carne y hueso, de una pieza (lo cual lleva a pensar que sea muy interesante que haya gente en su país que incluso ha oficializado una religión sobre él, en la enésima demostración de que mucho tiempo libre no tiene que ser lo mejor del mundo).
 
 
 
 
 
Existían muchas dudas en los mercados internacionales y televisivos acerca de dónde iría el ángel caídos, pero, como diría el propio Ludden, quedaba el milagro de San Génaro. La decisión de Nápoles solamente podía ser comprendida por una parte de la población, una que no dudaría ver un domingo por la tarde esa simpática comedia italiana llamada "Bienvenidos al sur". El lugar lo tenía todo, el romanticismo de un club histórico pero que nunca había ganado nada, la devoción de gente en muchos casos hundidas socieconómicamente pero que se focalizaban en el placer del domingo para soñar y... La Camorra.
 
 
 
 
 
Maradona y los Giluliano. Los Borgia hubieran sido más fáciles de tratar que cualquiera de estos dos egos. Durante unos años de locura y matrimonio a la transalpina (como cualquier persona aficionada a Sofía Loren y Marcello Mastoianni puede atestiguar, eso sinifica estar en éxtasis constante o amenazándose con un cuchillo de cocina, no hay término medio), Nápoles sirvió a un número de 10 que cometió el error de hacerse pasar por una máquina de la felicidad ajena. La noche sureña protegía a su rey extranjero mientras mojaba la oreja a las potencias del Milanesado. Un golpe franco frente a la Juventus siempre valdría que prensa, policía y mafia se aliasen para tapar los escándalos, las infilidades, las malas compañías y la cocaína.
 
 
 
 
"Diego es napolitano... su nacimiento en Lanús es accidental", llegó a declarar un escritor italiano. Una serenata de ópera, no podía acabar con otra cosa que tragedia cuando se destapó la manta, sin embargo, por el camino quedaban 2 scudettos, otras tantas copas y una UEFA. No lo hizo solo (Giulianos y lo que no eran Giulanos movieron todos los hilos para rodearlo de lo mejor posible, como el ariete carioca Careca o el talentosísimo Zola, quien lloró cuando el 10 abandonó el vestuario), pero igual que en el Mundial de México 86 (donde la Bota se hizo más porteña que Les Luthiers), sin él como estrella del show, esa ciencia ficción hubiera sido impensable.  
 
 
 
 
Fueron sin duda sus días de vino y rosas. La Guerra de las Malvinas, infausta para el recuerdo de los suyos, obtuvo su peculiar revancha como la primera demostración palpable de la existencia de Dios (o cuanto menos de su brazo) y un gol que puso al goleador Gary Lineker en la única tentación en su vida de irse a celebrarlo con los rivales por lo impensable que había sido. Estaba en la cresta de la ola y sin duda estos episodios y la manera de profundizar de Ludden en la esencia napolitana, digna de las mejores crónicas de Enric González, serán los más jugosos para los amantes de la anécdota.

Apenas 4 años hicieron falta para destruirlo, fue en el siguiente Mundial, donde aquel nuevo Mesías (cuya barba sin embargo solamente tenía el terrenal motivo de tapar su papada por su visible exceso) perdió algo más que la final frente a Alemania, sino que osó poner a sus napolitanos entre la espada y la pared, haciéndoles elegir entre ellos y su propia "mamma" Italia. Nuevamente el tramposo, el chico de barrio capaz de buscar la victoria por lo civil o lo criminal. Y eso fue precisamente lo único que amigos y enemigos nunca cuestionaron.
 
 
 
 
Cuando estuvo en duda la honestidad en un escándalo de quinielas que salpicaba a la mafia del lugar y a jugadores del Napoli, uno de los pocos que nunca fueron puestos en duda fue el díscolo talento. De todos los pecados posibles que había probado, sacrificar aquellos 90 minutos donde podía ser un ángel eran demasiados. Ludden ve precisamente en su desparpajo y su provocación uno de los acicates de un individuo extraño llamado Berlusconi que decidió armar con todo el dinero del mundo una potencia lombarda que vivió intensísimos duelos que iban más allá de las porterías, norte contra sur, Cinema Paradiso versus La Vieja Señora... Maradona contra todos, como parecía estar empeñado.
 
 
 
 
 
 
Sería curioso y digno de estudio que Ludden profundizase más en la figura del caballero milanés que llegó a ser presidente de gobierno, porque lo que se desprende es muy interesante y explica muchas de las cosas que, desgraciadamente, hemos visto que han pasado en ese país, por otro lado absolutamente fascinante. De ahí dejó las maletas como un demonio, pero con la confianza de quien sabe que terminaría siendo un mito. Siempre infravalorado, sobrevalorado y nunca tomado como lo que siplemente era, un talento brutal en una disciplina y, a fin de cuentas, el chiquillo de villa pobre que alcanzaba cierto Zen con esa maravilla nunca bien ponderada llamada "El Chavo del 8". 






Faltaba la última bocanada en Sevilla, el ámbito hispalense había tenido a Curro y la Expo, ahora soñaba con que quedase algo de magia en el barril para tener un nuevo monarca. Incluso él mismo soñó con ser nuevamente un rey gitano, príncipe de Egipto y abanderado de causas perdidas. Quedaban resquicios (cuando le lanzaron una minúscula naranja y la controló como si fuera el esférico más grande de la tierra y lo mareó durante unos segundos como otra persona sacaría a su animal doméstico), mientras algún viejo rival como L. Mathaus sonreían para sus adentros.
 
 
 
 
El libro de Ludden resulta una curiosa biografía deportiva que, especialmente con el oro de Nápoles, alcanza una alegría literaria desenfadada reseñable y hace ver más de cerca un Circo de sinsabores y los riesgos de aupar y marear a un pibe con un don. Aunque curiosamente y coincidiendo con El Lobo, es más que curioso que quizás precisamente por esa droga llamada fútbol, el 10 pueda a día de hoy seguir disfrutando de sus hijas y el reconocimiento de sus fans... quizás, era saldar una deuda excesiva y dorada.

2 comentarios:

  1. Un tipo que llora viendo el Chavo no puede ser malo.
    Pobre niño rico...o pobre niño pobre.

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  2. Chespirito es la prueba del algodón. Gracias por el comentario, amigo.

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