domingo, 1 de julio de 2012

EL PARPADEO DE LOS DIOSES


"Vivimos obsesionados por la inmensidad de lo eterno. Por eso  nos preguntamos, ¿tendrán eco nuestros actos con el devenir de los siglos? ¿Recordarán nuestro nombre los que no nos conocieron cuando ya no estemos? ¿Se preguntarán quiénes éramos? ¿La valentía que presentamos en la batalla y lo apasionados que fuimos en el amor?". Con estas palabras se inicia la adaptación (hollywoodiense y particular) de "La Ilíada" de Homero, dirigida por Wolfgang Petersen. 




Las hemos seleccionado para esta entrada dominical, porque, a su manera, muestra muy bien la esencia de uno de los grandes clásicos literarios de todos los tiempos. Puede que no sepamos mucho de Homero (ni siquiera si existió tal y como lo imaginamos, un bardo ciego que custodió el recuerdo de algunos de los hombres y mujeres más afamados de su tiempo), pero nombres como Príamo, Aquiles, Helena, Hécuba, Héctor o Áyax, se han perpetuado a lo largo de los siglos, encontrando siempre generaciones de lectores, una trama épica que parece no sufrir los devastadores efectos de la crueldad de Cronos.



Más allá de los debates bizantinos de los especialistas acerca de la recogida por escrita de antiguas fuentes orales que narraron uno de los acontecimientos que hicieron estremecerse al Egeo, la caída de Troya, la ciudad de las murallas que obsesionó en una búsqueda, versos en manos, del erudito Heinrich Schliemann. Aunque hoy la arqueología ha demostrado que hubo varias Troyas y diversas guerras alrededor de ella (probablemente más vinculadas al comercio del bronce y las rutas a Asia Menor que con el hermosísimo rostro de Helena), para siempre, la esencia de la fortificada Ilión , se hallará en los más de cincuenta días que Homero decidió narrar, poniendo su propio talento para mitificar algo que ya estaba en la imagen de la cultura helena, pero que, tras él, pasó a ser universal.


Igual que sucede con Shakespeare, aunque las traducciones a lenguas de todo el mundo han quitado muchas de las rimas del original (algo lógico, teniendo en cuenta que la capacidad memorística era muy apreciada en el Período Clásico y ese tipo de versos eran pistas para saber recitarse con más facilidad), parece que no hay idioma (aunque también hay que darle mérito a generaciones de traductores) que no se impregne de la belleza del principal cimiento de los relatos épicos. 




Con todo, un aviso a navegantes sería necesario, porque tanto hablar de épica, guerra y lucha, podría dar una imagen desvirtuada de la verdadera grandeza de este canto. Existen pocos testimonios más cruentos y terribles de la contienda que la narración de Homero. Los choques entre aqueos y teucros son una sucesión de carnicerías, lamentos y maldiciones, hay crueldad, codicia y miseria, todo orquestado por unos dioses egoístas que en sus maquinaciones y envidias mutuas, juegan con la desgracia de dos pueblos.




Ninguna lectura de "La Ilíada" podría terminar con la conclusión de que es una alabanza a las virtudes marciales o la pericia griega por conquistar y saquear la mítica ciudad de los priámidas. Homero muestra las mismas críticas y simpatías a un bando que otro, solazándose con el dolor de los prisioneros de guerra, especialmente las cautivas. Mientras que no muestra ningún rubor en poner a Ares huyendo por recibir una herida, incluso en los momentos más miserables de los luchadores humanos, siempre se caracteriza por una empatía increíble por cada uno de ellos.

A pesar de que el primer canto se inicia con la pretensión de narrar la cólera del más temible guerrero de los aqueos, Aquiles, hijo de Peleo, líder de los mirmidones y con habilidades casi divinas, tras perder su botín de guerra ante su caudillo, Agamenón, soberano de Micenas y rey de reyes. En ese festín de cuervos, el Pélida de pies ligeros, renuncia a combatir y a sacar a sus mirmidones, aunque eso costará mil maldiciones a sus aliados, acosados por los troyanos. 




Este acto de egoísmo para iniciar una narración heroica, es solamente uno de los muchos juegos que parece esconder hasta sus adentros una sucesión de debilidades humanas, que sin embargo, parecen siempre más conmovedoras que la crueldad de unas deidades (Zeus, Atenea, Poseidón, Afrodita...) que precisamente en su inmortalidad parecen haber perdido la capacidad de conmover. Las rencillas personales olímpicas siempre palidecerán ante la conversación mantenida por Héctor y Andrómaca, antes de que el príncipe teucro salga al campo de batalla.




Una contienda que por otra parte tiene un pretexto absurdo, como siempre parece acontecer, habrá armas de destrucción masiva invisibles, aunque por lo menos en aquellos días era el agradable rostro de la reina de Esparta, Helena, cuya fuga con Paris El Troyano supone la razón de ser (en el poema) de la alianza del ultrajado marido (Menelao), con su hermano Agamenón y muchos otros soberanos de su tierra (otro acierto de Homero es introducir el concepto de actor secundario de lujo, así tenemos a Ulises, el fecundo en ardides y engaños, quien sería el protagonista de "la secuela" de "La Odisea").

Obra coral y extraña que no parece haber perdido ni un ápice de su capacidad de fascinar, generadora de múltiples versiones y, por supuesto, también con sus aristas. Roy Thomas, afamado guionista de Marvel y verdadero devoto de Homero, ha escrito alguna aguda crítica afirmando que incluso El Ciego se permite alguna cabezada y hay algunas pequeñas incoherencias en la narración (incluso algunos han especulado con que la autoría del poema sea múltiple, aunque bien es verdad que parece haber un tono general que delara la misma mano maestra), o ciertos mecanismos en sus diálogos (pensados para ser cantados y recitados, no lo olvidemos) que pueden resultar atávicos y reiterativos para la lectura actual.





No obstante, su legado siempre parece capaz de sobrevivir, no se puede entender la figura de Alejandro Magno y su relación con Hefestión sin comprender antes la de Patroclo y Aquiles. Asimismo, Héctor queda como la encarnación de un ideal, un héroe perfectamente imperfecto, no cuesta nada ver rasgos del domador de caballos en Ned Stark, sin irnos más lejos de Poniente. Por eso, y Andrómaca, los lamentos de Hécuba (las mujeres son las que siempre recuerdan y comprenden), la nobleza primitiva de Áyax, junto con la espectacular petición de Príamo, una de las joyas más resplandecientes del poema.




Una leyenda de miedos y tinieblas, pero, ¿acaso no es ahí el único lugar desde donde puede surgir la verdadera fuerza y la pureza, alejada del brillo autocomplaciente de los caprichosos dioses que no dejan de envidiar a aquellos que deben consumir la vida en lo que para ellos es un parpadeo?

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